45|No te han vencido

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24 de octubre de 2015.

Apreté las llaves contra mi mano y me quedé mirando la puerta con esa pesadez en el estómago que no me había abandonado en todo el día.

Me había costado armarme de valor para ir, pero ahí estaba.

Mamá no me creyó la noche anterior cuando le dije que quería ir a su casa a buscar algo, pero no me cuestionó, y me entregó la llave. Se quedaría con Ethan en el hospital.

Abrí la boca y me llené los pulmones de aire antes de girar la llave en la cerradura. Cuando la madera crujió, sentí un escalofrío. La casa estaba helada y había olor a encierro.

Respiré hondo y entré para dejar mi mochila sobre el sofá. Luego, saqué mi guitarra y mi teclado de mi auto y los llevé hasta la sala.

Encendí la calefacción y contemplé a mi alrededor con los brazos cruzados y las piernas temblorosas. ¿Cómo era posible que un lugar en donde había estado durante tantos años se sintiera extraño? Nunca lo había considerado un hogar, esas paredes me asfixiaban.

Un escalofrío me recorrió la médula al sentir que ahí había quedado encerrado el Will de diez años, y no podía dejar que fuera para siempre. Pero me iba a costar hacer lo que Neal me pidiera hacer.

Negué con la cabeza. Tenía que hacerlo. No había vuelto a tener pesadillas con una versión pequeña de mí, pero estaba limitándome con la música porque tenía cosas sin resolver.

Saqué mi computadora de mi mochila, la acomodé en la mesa de la sala y a los instrumentos, delante de la pantalla.

Le mandé un mensaje al tío Neal. Alrededor de diez minutos después, vi su imagen en la pantalla y lo escuché farfullando que nunca se acostumbraría a la tecnología. Reí y lo saludé. Me sonrió y me felicitó de nuevo porque me había ido bien en la audición del día anterior; al primero al que se lo había contado había sido a él. Hablamos mejor sobre cómo había sido la evaluación y cómo me había sentido, hasta que le echó un vistazo a los instrumentos cerca de mí; luego a mi postura corporal. Intenté relajar los hombros, pero me costó.

Me llevó más tiempo del que me hubiera gustado despegar los labios para murmurar:

—Lo que sea que quieras que haga...

Neal apoyó los antebrazos en su escritorio y me clavó la mirada.

—Lo que sea que te indique que hagas lo harás y te saldrá bien, William James. Siempre has podido con todo. ¿Confías en que no haré nada para perjudicarte?

Asentí con firmeza. De lo que no estaba seguro era de cómo manejaría mis emociones.

Neal sonrió con mordacidad.

—Estaré viendo que no rompas tus instrumentos. Me salió caro ese teclado, ¿recuerdas? Y no creo que estés en condiciones de comprarte otra guitarra, ¿verdad?

Reí. Neal siempre sabía cómo romper la tensión del momento.

—¿Podrías moverte, niño?

Le fruncí el ceño en broma, me senté con lentitud en la silla que había puesto delante del teclado y miré las partituras. De reojo, vi que Neal me miraba atento y trataba de no sonreír. No sabía qué se le había cruzado por la mente, pero la confianza que me tenía me relajó un ápice.

Me preguntó qué canciones tocaríamos los chicos y yo en el bar. Yellow, de Coldplay, le resultó más familiar que Way down We go, de Kaleo.

—No entiendo la música que escuchan los jóvenes hoy en día, pero, a ver, muéstrame. Quiero creer que no se me van a reventar los tímpanos.

Volví a reír y moví los brazos, los codos, las manos y las muñecas para destensarlos. Estudié los acordes de Way down We go y repetí la letra en mi cabeza. Había estado escuchándola casi en bucle cuando no podía dormir para aprenderla.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora