♡ ; 𝐵 de baladas

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Pasados los meses Jeno aprendió que a Jaemin le gustaba bailar 𝒷𝒶𝓁𝒶𝒹𝒶𝓈 porque eran lentas y le daba la oportunidad de disfrutar el tiempo con quien compartía la pieza, algo muy íntimo, único entre las dos personas.

Las clases concluyeron.

Jeno no vio por ningún lado a Jaemin, le intrigó ¿Por qué no había entrado a la última clase? ¿Siquiera eso estaba permitido?

Tomó sus cosas y dirigió sus pasos al lugar donde sabía que lo encontraría.

Abrió lentamente la puerta del aula de baile, quedó fascinado con la vista, su amigo simulaba bailar una pieza de ballet, los movimientos gráciles, certeros y ágiles le deslumbraron, quedó embobado, no podía sacarle los ojos de encima.

Al finalizar la pieza, Jaemin escogió una balada, no le importaba bailar solo, lo disfrutaba en demasía.

No se percató de la presencia de Jeno pues se mantenía con los ojos cerrados, moviéndose tranquilamente por todo el espacio disponible.

El pelinegro decidió acompañarlo en su baile, silenciosamente dejó su mochila en el suelo. En un giro lento tomó una de sus manos, haciéndolo sobresaltar, Jaemin abrió los ojos con sorpresa, no esperaba que alguien irrumpiera en su baile.

–¿Puedo?

Al ver que se trataba de Jeno, se relajo, sonrió y asintió.

Tomaron la posición adecuada para bailar lentamente, Jaemin recargó su cabeza en el hombro del pelinegro, permitiéndose disfrutar de su compañía.

La pieza terminó, aún así ellos siguieron bailando.

–¿Piensas ser bailarín profesional?

La curiosidad por saber le invadió, aún eran jóvenes pero viendo que Jaemin sabía ballet, daba por sentado que así sería.

–Tal vez, aún es pronto para decidir.

Un carraspeo reventó la burbuja en la que estaban, su profesora de baile los observó alrededor de un minuto, definitivamente no se equivocó al pensar que ellos eran la pareja perfecta.

Apenados por estar ocupando el aula más tiempo del disponible, tomaron sus cosas y se fueron.

–¿Quieres ir por una malteada?– propuso el pelinegro.

Pasaron la tarde en un parque, tomando su malteada; admiraban el cielo azul, reían al contarse una que otra vivencia graciosa o vergonzosa.

Con charlas simples se conocen cada vez un poco más, eso era agradable para ambos.

–La primera vez que te vi, la impresión que tuve fue que tras esa delicadeza que proyectas se ocultaba un hipócrita– comento aun mirando las nubes que se movían cada vez más rápido.

Sintió un leve golpe en el brazo, sin evitarlo soltó una risilla.

–Tarado– le dijo Jaemin fingiendo estar ofendido.

El viento gélido ahuyentaba a las nubes blancas para dar paso a las nubes grises y negras, una tormenta se acercaba.

–Bueno la mía no fue mejor, creí que eras un patán.

Jeno no tuvo tiempo de refutar a ese comentario, las pequeñas gotas de lluvia comenzaban a caer, si no se daban prisa terminarían empapados.

Corrieron por varias calles, esperando que la lluvia les diera la oportunidad de llegar a casa.

Al doblar una de las esquinas Jaemin piso mal, torciéndose el tobillo y cayendo. Se raspo la mano con la cual evitó caer completamente al asfalto.

–¡Jaemin!– Jeno volvió sobre sus pasos a toda prisa –¿Puedes levantarte?– pregunto preocupado el pelinegro

Intentó hacerlo, le dolió demasiado, antes de dejarse caer por no poder soportar, Jeno lo tomó en brazos, solo tres cuadras más y estarían en su casa.

La lluvia tuvo compasión de ellos, llegaron casi secos.

El pelinegro le explicó a su madre que fue lo que pasó, la mujer le ofreció a Jaemin quedarse en casa hasta el día siguiente.

Le apenó demasiado, al final aceptó; llamó a su madre para pedir permiso y decirle porque terminó en una casa ajena.


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