Carter.
Me han timado. Y odio que me timen.
El hombre al otro lado de la mampara de plexiglás de la secretaría me está mirando con tal entusiasmo que parece que he prendido fuego a su casa. Con su familia dentro.
—¿Por qué no leéis los contratos antes de firmarlos?
—Perdone usted, pero sí me leí el contrato —protesto. ¿Por qué todo el mundo parece determinado a tocarme los cojones hoy? No lo entiendo—. Y varias veces.
El señor pone cara de pocos amigos.
—¿Ah sí? —Su tono de voz es insoportablemente burlón. Cada vez tengo más ganas de pegarle un puñetazo—. Pues haz el favor de repasar la segunda página, porque en ningún momento pone que sea una habitación individual.
—Eso es exactamente lo que dice —discuto. Incluso me he puesto las gafas para asegurarme.
—Pone que, debido a las pocas personas que solicitan un cuarto en nuestras residencias durante los meses del verano, puede que no te encuentren compañero. Y que no habría ningún precio extra por estar solo en una doble.
Esto tiene que ser una broma. Recuerdo cómo la señora que me atendió me dijo expresamente que, en todos los años que llevaba el edificio abierto al público, nunca había habido suficientes personas para llenar las habitaciones dobles. La próxima vez tendré que obligarle a firmar un contrato.
—No me puedo creer que se quede tanta gente este mes. —Estoy a punto de amenazarle y decirle que, como encuentre una sola habitación en el pasillo con un hueco libre, vendré personalmente a apuñalarle por haberme mentido—. Por el precio que he pagado podría irme a un hotel.
—Pues haberte ido a un hotel —replica el hombre.
—Ya, es que me vendieron que era una habitación individual —repito, irritado—. Si me lo llegan a decir...
Hay un tipo de empleado de la universidad que me pone de muy mala leche, y un ejemplo perfecto es el que tengo delante. Tiene impresa en el rostro esa expresión que dice «tú di lo que quieras, que puedo pasarme todo el día discutiendo porque no tengo nada mejor que hacer».
—Mira que sólo tenías que leer el contrato.
Empiezo a impacientarme.
—Lo hice. —Estamos dando vueltas en círculos.
—Sí, eso has dicho. Pues hay que mejorar la comprensión lectora. Más no te puedo decir.
Estoy a puntito de decirle dónde se puede meter la compresión lectora —concretamente, en un lugar un poco por debajo de la espalda—, pero va a ser inútil. Incluso yo comprendo que lo que está firmado es inamovible, y no pienso darle a este señor el placer de entretener su infeliz existencia.
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Off-shore | ©
RomanceCarter Davis sólo tiene una cosa en mente: aprovechar las vacaciones de verano para olvidar a su ex. Ha alquilado una habitación individual en la residencia de la Universidad de San Diego y planea pasar las próximas semanas surfeando y llorando hast...