Aiden.
Las palabras de Josh llevan resonando en mi cabeza las últimas horas. Aunque lo dijera de broma, sí es mi gurú gay... o algo así. Después de todo, es el único referente que tengo.
Si quiero besar a Carter en algún momento del mes, tendré que ser armarme de valor y salir de mi zona de confort. Adentrarme en lo desconocido. Por eso, me he marchado de la universidad y he pasado un buen rato andando sin rumbo.
Cuando vuelvo al campus, ya de noche, siento que nada puede pararme. Excepto quizá una cosa: la misma que encuentro parada frente a la puerta principal, con la mirada nerviosa y una sonrisa poco convincente.
Kim Anderson.
Lo que me faltaba.
—Escúchame, Aiden, por favor —se apresura a decir con voz temblorosa. Camina dando grandes zancadas en mi dirección, como si me viese a punto de largarme lo más rápido posible. Veo que las pilla al vuelo, porque es justo lo que iba a hacer—. Necesito hablar contigo.
—Vete a casa, Kim. Te dije que no quería volver a verte.
Debería haber averiguado que no iba a rendirse. Hace un pequeño esprint hasta adelantarme y se para delante de mí.
—Cinco minutos, sólo cinco. Tres, si lo prefieres.
—No.
—Después desapareceré para siempre.
—Puedes desaparecer ahora. Así nos ahorramos tiempo.
—Por favor. Tres minutos y no volverás a verme.
Por su forma de decirlo, la creo. Si soy sincero, por muy tentadora que sea la idea de dejarla a veintidós grados bajo un sol ardiente, probablemente me sienta culpable si no dejo que se explique. Y sentirme culpable por Kim sería el colmo.
Tiene algunas zonas de la camiseta empapadas de sudor. No descarto la posibilidad de que lleve más de una hora esperando a que yo apareciera, así que mi rostro se relaja ligeramente. No lo suficiente para que piense que la he perdonado, pero sí para que sienta que no está en un interrogatorio de la CIA. De todas maneras, ya me dio las respuestas que necesitaba la última vez que hablamos.
—Habla —digo, como si le estuviera concediendo un último deseo. A lo mejor me estoy pasando de dramático pero, pensándolo bien, me he ganado el derecho a serlo.
Mira a su alrededor.
—¿Podemos... buscar un sitio un poco más apartado?
Resoplo. Me dan ganas de decir que apenas hay cinco personas en la plaza y ninguna de ellas parece particularmente interesada en lo que me va a contar, pero cuantas menos cosas discuta, menos saliva desperdicio.
—Sí, vámonos.
Nos desplazamos a la calle contigua y me siento en uno de los bancos a la sombra. Espero a que ella hable; se me hace raro estar con Kim así, tan apático. Más, cuando hace nada era quien más feliz me hacía en la vida. He pasado de ver sus fotos todas las noches a no querer mirarla a la cara.
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Off-shore | ©
RomanceCarter Davis sólo tiene una cosa en mente: aprovechar las vacaciones de verano para olvidar a su ex. Ha alquilado una habitación individual en la residencia de la Universidad de San Diego y planea pasar las próximas semanas surfeando y llorando hast...