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Carter

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Carter.

Ni a propósito podría haberme salido tan bien la jugada. De hecho, todavía no comprendo del todo cómo he pasado de marcharme de la habitación casi llorando de rabia a tener la boca de Aiden haciendo presión contra la mía.

Pero ha ocurrido: le estoy besando. En estos momentos, todo lo demás ha dejado de importar. La incertidumbre de estos días en cuanto a nuestra dinámica, las dudas sobre qué buscaba Aiden, el temor a hacer algo que no quisiera... nada de eso ha pasado por mi cabeza desde que me ha pedido que le besara. Sólo hay una cosa en mi mente: él.

—No estás borracho, ¿verdad? —le pregunto al interrumpir un instante el beso. Él protesta, tratando de callarme con su boca, pero necesito asegurarme de esto antes de seguir—. No quiero que mañana te arrepientas.

Una sonrisa se dibuja en su rostro.

—Si llevase ebrio desde la primera vez que pensé en besarte, sería la borrachera más larga de la historia.

No hay palabras para describir lo bien que se siente escuchar esa frase. Una parte de mí todavía temía que Aiden no estuviera cien por cien seguro de quererlo.

—Suficiente confirmación —digo.

Mis manos se vuelven a perder en el interior de su pelo y centro toda mi atención en la presión de su boca al juntar de nuevo nuestros labios. Sé que hay una regla no escrita que prohíbe mirar a alguien mientras le estás besando, pero me permito el lujo de romperla durante cinco segundos. Aiden también lo hace: sus ojos me escudriñan, codiciosos y desafiantes, mientras sus labios se aferran a los míos.

Aguanto la respiración para ignorar la sensación de vértigo. Todas las fantasías mentales de la última semana en las que le besaba no se acercan lo más mínimo a la realidad. La imaginación tiene sus límites, y nunca podría haber recreado la combinación del tacto con el cuerpo de Aiden, su olor adictivo y los jadeos débiles que suelta al besarme.

Este es uno de esos instantes que quieres que duren para siempre. Hace una noche increíble y caldeada, somos las únicas personas en toda la calle, y parece que el viento ha dejado de soplar sólo para no interferir en nuestro beso. La lengua de Aiden se abre paso por mi labio inferior y, cuando por fin se adentra en mi boca, dejo que arrastre cualquier ápice de vacilación que me quedara en la punta de la lengua antes de besarle. Noto sus manos desplazándose por mi espalda, ascendiendo hasta las puntas de mi pelo, y me pregunto si sabrá dónde están cada una de mis terminaciones nerviosas o si simplemente está acertando con cada movimiento.

Al cabo de un minuto, un ruido nos interrumpe.

—¿Hay alguna razón por la que hayáis decidido daros el lote delante de mi cocina? —pregunta una mujer mayor con las manos en jarras. No parece contenta—. Estoy tratando de preparar una lubina al horno y es difícil concentrarse con este showporno al otro lado de las ventanas.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora