Aiden.
Una voz femenina anuncia por megafonía la puerta de embarque de un vuelo. Carter me apoya una mano en el hombro para confirmarme que no es el que estamos esperando. Está bien; puede que no sea el nuestro, pero eso no hace que deje de estar acojonado ni mucho menos.
Y yo que creía que ya daba suficiente miedo dar vueltas a mis sentimientos por Carter... resulta que cualquier temor mengua al compararlo con estar aquí, en la descomunal sala de espera del aeropuerto a punto de viajar a su estado natal. Quizá debería haber dicho que no; dudo mucho que llegue vivo a no ser que calme estos nervios a flor de piel.
—Hagamos un repaso de quién es quién —pido.
En realidad, nos hemos pasado el trayecto hasta la terminal inventando reglas mnemotécnicas para que logre aprenderme los miembros más importantes de su familia. Hay muchos invitados. No confío demasiado en mi memoria a corto plazo, pero cualquier distracción es bienvenida.
—Veamos, para empezar está mi madre.
—Creo que nos podemos saltar a tu madre, Carter.
—Bueno, por si acaso. La reconocerás fácilmente porque llevará un vestido de novia y... —se da cuenta de que, si seré capaz de asociar un nombre a una cara, será el de ella— vale, mensaje recibido, pasamos a los demás. Está mi tía Lola...
Consigo distraerme un poco más de media hora trazando en mi mente un árbol genealógico —ligeramente irregular y seguramente erróneo— de la familia de Carter. Adoro que sea él quien me lo describa, porque adorna cada nombre con anécdotas. Algunos entran dentro de los límites de lo esperable —al fin y al cabo, en todas las casas se cuecen habas—, pero empiezo a plantearme dónde me estoy metiendo al oír algo relacionado con una tía satánica. Prefiero no preguntar.
—Genial —digo en cuanto termina—. Prepárate para tener que susurrar en mi oído cada vez que alguien camine en mi dirección. Como mucho, habré pillado tres nombres.
—Ya son más de los que me sé yo —bromea. Mira la pantalla que tenemos delante—. Corre, acaban de añadir nuestra puerta de embarque, tenemos que irnos.
Nada más subirnos al avión, el capitán del vuelo informa por los altavoces que todavía tardaremos veinte minutos en despegar porque las maletas aún no han llegado a la bodega. Miro a las personas que hay junto a mí y me doy cuenta de que no están hablando entre ellas, por lo que todo apunta a que no se conocen. Así, reúno la valentía para mirar al hombre que ojea una revista deportiva y preguntar:
—Disculpe, ¿le importaría cambiarse el asiento con mi acompañante? No hemos conseguido sentarnos juntos.
Levanta la mirada del artículo.
—Claro, ¿dónde está?
Le miro agradecido. Nos levantamos y le guío hasta Carter para que puedan hacer el intercambio. Me ofrezco a llevar el equipaje de mano del hombre hasta su nuevo asiento y, al sentarse, vuelvo a darle las gracias antes de irme con Carter.
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Off-shore | ©
RomanceCarter Davis sólo tiene una cosa en mente: aprovechar las vacaciones de verano para olvidar a su ex. Ha alquilado una habitación individual en la residencia de la Universidad de San Diego y planea pasar las próximas semanas surfeando y llorando hast...