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Carter

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Carter.

No necesito abrir los ojos para saber que hoy hemos dormido muchas horas más que de costumbre. Es una sensación que ya no recordaba; después de pasar el mes madrugando para trabajar o ir a la playa, me cuesta concebir que no tenga ningún sitio adonde ir. No hay una sola razón que me obligue a apartarme de los brazos relajados de Aiden.

Excepto quizá ir al baño.

Intento aguantar el máximo posible, pero anoche me bebí un litro de agua antes de acostarme y mi cerebro me está suplicando que salga de la cama cuanto antes. Deshago con cuidado el abrazo y dejo a Aiden dormido sobre las sábanas revueltas. No se despierta, pero su subconsciente le hace estirar el brazo unos centímetros, como en busca de mi cuerpo.

Es el último día. Para hacer las maletas, estar con Aiden y aclarar el lío que tengo en la cabeza.

Sé que en algún momento él y yo tendremos que mantener la conversación que se quedó pendiente anoche. Es cierto que no fue la idea más brillante sacar el tema segundos antes de que la cantante se subiera al escenario, pero luego al regresar ninguno volvió a mencionar nada. Hoy ya no hay escapatoria posible. No podemos huir para siempre.

Cuando vuelvo a la cama, Aiden está despierto. Y mirándome con expresión malhumorada.

—Ven aquí ahora mismo —ordena.

Me quedo quieto sólo por molestar.

—Quizá lo haga cuando me digas qué pasa.

—¿Cómo que qué pasa? —Su tono me hace sentir tonto, porque lo dice como si la respuesta fuera lo más evidente del mundo—. Pues que me he despertado, preparado para darte un abrazo, y lo que han encontrado mis brazos ha sido aire.

—¿Ese es mi crimen gravísimo?

—¿Te parece poco?

—Ay, bueno, perdón por tener que ir al baño.

Señala el hueco vacío de la cama.

—Te perdono, pero que no vuelva a ocurrir.

—¿Vas a atarme a la cama por si acaso?

—Cómo se nota que cada vez hay más confianza. No dejan de salir fetiches, te los tenías calladitos.

Arrastro los pies hasta la cama y me tumbo a su lado. Aiden deja escapar un sonido de insatisfacción y me coloca de costado para que recuperemos la posición en la que hemos dormido toda la noche. Normalmente, me molestaría que me abracen cuando hace un calor considerable en nuestra habitación, pero por algún motivo no me importa que él lo haga.

—¿Es este nuestro plan para el último día? —pregunto al cabo de unos minutos, más por curiosidad que como queja.

No obstante, no contesta. Giro ligeramente el cuello y veo que se ha quedado totalmente dormido; a pesar de ello, sigue apretándome con fuerza contra su pecho, tanto que puedo percibir el ritmo lento y constante con el que bombea sangre su corazón. El mío va mucho más rápido que el suyo, al menos al principio. Todo cambia cuando cierro los ojos, me centro en cómo retumban mis latidos, y me duermo yo también.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora