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Aiden

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Aiden.

—¿Te vienes a la playa?

Tardo unos segundos en comprender que la voz de Carter proviene de fuera de mi sueño. Cuando abro los ojos, lo primero que veo es la débil luz roja del sol naciente asomándose por la ventana. Acaba de amanecer.

—Eres peor que la alarma del iPhone —gruño.

—Oye, fuiste tú quien me dijo anoche «Qué bien que mañana sea lunes y tengas horario de tarde, casi entro en depresión por tu ausencia este fin de semana. Tengo los lagrimales irritados de tanto utilizarlos. Me he convertido en una uva pasa. Avísame al despertarte y nos vamos juntos a la playa».

—Creo que esas no fueron exactamente mis palabras.

Pero podrían haberlas sido. No sé qué me ocurre —sobre todo después del fiasco de la última vez—, pero llevo un par de días con unas ganas increíbles de ir a surfear.

O de pasar un rato con Carter.

Quizá un poco de ambas.

Me he pasado el sábado y el domingo con Josh. Me lo encontré en el gimnasio por la mañana y acabamos hablando durante horas, igual que hicimos el viernes. Sobra decir que fue divertido; de lo contrario, no habríamos repetido el plan al día siguiente.

Sin embargo, tenía ganas de salir de la zona de la universidad. Y me apetecía ir a la playa con Carter.

Claro, que no pienso decírselo. Si en algún momento esas palabras salieran por mi boca, no cabe duda de que Carter me lo recordaría durante el resto de mi vida. O, teniendo en cuenta el inevitable fin del alquiler de nuestra habitación, durante el resto de junio. No voy a darle ese placer.

La respuesta de Carter llega en forma de un bañador volando hasta mi cara. Menos mal que es mío.

—¿Vamos a estar debatiendo lo que dijiste antes de dormir o vamos a ir a la playa? Ya sabes que, cuanto más tarde vayamos, más espectadores tendrás viendo tus... piruetas.

Eso es un golpe bajo (y sigo dormido), así que contesto:

—Eso es un golpe bajo.

—En el surf nunca se ha jugado limpio —dice Carter.

—Hombre, uno pensaría que, para ser un deporte que se juega sobre el agua, qué menos que jugar limpio.

«Oh, no». He caído en la tentación de hacer chistes malos antes de las diez de la mañana. Me prometí a mí mismo que no volvería a hacerlo por la simple razón de que, a esta hora, mi cerebro no está operativo. Luego la gente cree erróneamente que lo que suelto es representativo de mi humor.

Por suerte, Carter ignora mi terrible juego de palabras y se limita a mirarme con desdén para que me apresure.

Media hora más tarde, estamos llegando a la playa. Podría acostumbrarme a estos trayectos en su camioneta. Independientemente de lo que dijera el otro día, vamos en silencio, con la música en bajo, contemplando los primeros momentos con luz del día. Es lo bueno de estar con Carter, que los silencios no se hacen incómodos. Quizá sea porque fuera de su coche no nos callamos ni un segundo.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora