Aiden.
Es curioso cómo funcionan los déjà vu. Despertarme en una posición idéntica a la de ayer —con mis brazos envolviendo a Carter desde detrás— provoca que mi cerebro trace la conexión y diga «esto ya ha pasado antes».
Sólo que no es así.
No es así porque, después de mi confesión de anoche en el restaurante, ya me he quedado más tranquilo, sin esa presión que estuve sintiendo durante todo el día.
Aunque no conseguí decir gran cosa —en parte para no espantarle con melodramas, en parte porque nunca he sido un experto en dar salida a mis sentimientos—, nuestras miradas se encargaron de decir lo que faltaba. Pude ver en los ojos de Carter que estábamos en la misma posición y, al brindar, es como si hubiésemos hecho un pacto: queda terminantemente prohibido estar tristes hasta que nos marchemos.
Pienso honrar ese pacto.
—He tenido el sueño más raro del mundo —balbuceo en cuanto percibo sus primeros movimientos—. He soñado que me despertaba en una cama con un chico guapísimo.
—¿Era rubio? —pregunta Carter estirándose un poco.
—No, era moreno. Y odiaba el surf.
Encaja su codo entre mis costillas con una fuerza sorprendente para alguien que se acaba de despertar.
—Uy, perdón, ha sido un espasmo involuntario.
—Pues estoy detrás de ti —advierto—. Cuidado no vaya a tener yo un espasmo involuntario y sales volando fuera de la cama. Casi mejor nos quedamos quietecitos, ¿no?
—Es la última vez que te invito a mi cama.
—Pero si estamos en la mía.
Sube unos centímetros la cabeza, como si semejante afirmación fuera imposible de creer, hasta que escudriña la habitación, comprueba que en efecto estamos tumbados en mi colchón y se deja caer otra vez sobre la almohada.
—Conociéndote, seguro que me has llevado en volandas hasta la tuya para dejarme mal —dice.
—Sí, no tengo otra cosa mejor que hacer —digo entre risas—. Oye, ¿supiste algo de Kelsi al final?
—Nada. Sólo un mensaje de «todo bien», que es exactamente lo que mandan los asesinos desde el teléfono de la víctima cuando están terminando de limpiar la escena del crimen en el polígono industrial.
—¡Carter! —exclamo, dándole un golpe en el lateral de la cabeza para reprenderle—. No digas esas cosas de tu amiga. Nunca sabes cuándo va a funcionar la ley de la atracción.
—¿Qué pasa? No puedes negarme que suena sospechoso.
—Claro, porque es mucho más lógico pensar que Kelsi esté ahora mismo en veinte trozos que plantearse que pudo llegar cansada a casa y prefería contártelo hoy.
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Off-shore | ©
RomanceCarter Davis sólo tiene una cosa en mente: aprovechar las vacaciones de verano para olvidar a su ex. Ha alquilado una habitación individual en la residencia de la Universidad de San Diego y planea pasar las próximas semanas surfeando y llorando hast...