Aiden.
Siento mariposas en el estómago. Hace mucho tiempo de la última vez que estuve así de nervioso. Llevo un ramo de flores en una mano y el móvil en la otra, de forma que pueda seguir las indicaciones del GPS para llegar a su campus.
Al contrario de lo que pueda parecer a primera vista, la UCSD (la Universidad de California en San Diego) no está en el centro de la ciudad como la USD, sino en La Jolla. Por ese motivo, he tenido que hacerme un trayecto en tren de más de media hora bajo este sol abrasador.
Temía que las rosas no resistieran al viaje, pero por suerte compruebo que están intactas. Se han formado gotitas en el envoltorio de plástico por el ambiente caldeado del interior, y estoy mirando las flores con las palabras «por favor, resistid un ratito más, que ya queda menos» impresas en la cara.
Justo cuando veo que, según el mapa, estamos llegando al área de la universidad, una voz anuncia por megafonía:
—Próxima parada, estación UCSD Central Campus.
El tren se detiene y las puertas se abren, dejándome en medio de la nada. Mi misión ahora es averiguar por dónde narices se iba a la residencia de Kim. Habré venido tres veces antes aquí, pero nunca logro acordarme.
Al final, acabo recurriendo a Google Maps, siempre confiable. Introduzco el destino y echo a andar en dirección al edificio donde se aloja. Estoy seguro de que Kim estará en la residencia, porque le pregunté si podíamos hacer una videollamada a las siete —exactamente dentro de una hora— y me dijo que no tenía pensado salir en toda la tarde.
Atravieso las facultades de ingeniería informática, dos bibliotecas y un aparcamiento para los alumnos de doctorado. Y, finalmente, ahí está: la calle donde están las casas de estudiantes en una fila casi interminable. Entre ellas, la de Kim.
Tomo una respiración profunda y, aprovechando que no hay nadie cerca de mí, miro mi reflejo en uno de los espejos convexos para coches de la avenida. Paso los dedos por mi pelo, moldeándolo. Necesito estar presentable.
Me encantan las tardes de verano, siempre han sido mi momento favorito del año desde pequeño. Hay algo mágico en ver cómo se estiran las últimas horas del día y que, aun así, no se haga de noche. En ese aire fresco y paralizado que cuelga a tu alrededor. En salir y que haga la temperatura perfecta para llevar una camiseta de manga corta.
Lo único que puede mejorar una tarde de verano es pasarla con Kim, y eso es exactamente lo que voy a hacer durante el próximo mes. Quiero que vayamos a los acantilados a ver una panorámica del Pacífico. A cenar en los restaurantes modernos del distrito de negocios. A los chiringuitos de las playas que ponen salsa a todo volumen.
Este verano va a ser el mejor de mi vida.
Las rosas prácticamente flotan en mi mano, como si fuesen la llave que desbloquea cada uno de los planes en los que llevo pensando los últimos meses. Ha sido una mierda contemplar a mis amigos de la universidad felices con sus parejas y que yo tuviese que terminar los exámenes antes de poder coger un avión hasta California para estar igual.
Pero ya estoy aquí. Y eso es lo importante.
Se acabaron las llamadas de FaceTime que conseguíamos cuadrar al quinto intento, los mensajes a deshoras y el sentimiento violento de que la distancia te está arrebatando a una de las personas más importantes de tu vida.
Con el número de la casa de Kim en el bloc de notas, termino de bajar la calle y me dejo llevar por ese cosquilleo que trae consigo la anticipación. Desde la calle puedo ver la cocina a través del cristal, y recuerdo que la última vez que vine cocinamos un pad thai en esa misma encimera.
Subo los escalones pensando en los labios de Kim. Bueno, en realidad, llevo pensando en ellos todo el trayecto. Ahora, no obstante, los noto más cerca que nunca. Y no me deshago de esa imagen mental mientras rodeo el edificio por el caminito lateral. Toda la casa está bañada en la luz de la tarde, y las grandes cristaleras dejan cada sala a la vista: el salón, la terraza del comedor, uno de los dormitorios...
Un movimiento en la habitación hace que me detenga en seco. Hay un estor translúcido colocado frente a la ventana, pero aun así puedo ver unas sombras balanceándose dentro del dormitorio. Mis mejillas se encienden al ver que es Cora, y que no está sola encima de la cama. Se está acostando con alguien. Y con bastante energía, debo decir.
Tengo que irme antes de que me descubra o, de lo contrario, terminará de odiarme durante el resto de mi vida.
Sin embargo, algo me impide apartar la mirada inmediatamente. Me quedo unos segundos mirando los movimientos lentos y acompasados hasta que descubro la razón por la que estoy anclado espiando a Cora.
Kim está montada encima de ella.
¡Hola a todos! ¿Qué tal el capítulo?
Tengo dos comentarios al respecto:
1) Sois malísimas personas, espero que lo sepáis. Veníais deseando en los comentarios que algo malo pasara entre Aiden y Kim (me pregunto por qué, ¿tenéis un candidato mejor o qué pasa?) 😏
2) Algunos habéis acertado con vuestras teorías. Ahora sólo queda ver cómo se recompone Aiden de este golpe de realidad. ¿Alguna teoría sobre qué va a pasar?
¡Nos vemos muy pronto!
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Off-shore | ©
RomanceCarter Davis sólo tiene una cosa en mente: aprovechar las vacaciones de verano para olvidar a su ex. Ha alquilado una habitación individual en la residencia de la Universidad de San Diego y planea pasar las próximas semanas surfeando y llorando hast...