Aiden.
No me sorprendería que sea un estornudo lo que me saca de mi sueño si no fuera porque, por primera vez desde que llegué aquí, no estoy solo al despertarme.
—Salud —digo. O intento decir. No domino del todo el arte de murmurar cosas cuando sigo medio dormido. A saber qué habrá salido en realidad por mi boca.
Oigo que Carter se suena la nariz con un pañuelo.
—Gracias. Creo que cogí frío anoche.
—A lo mejor tiene algo que ver con que te echaras el equivalente a una catarata del Niágara por encima de la cabeza.
—Perdón, mamá —se burla—. No lo volveré a hacer.
Me estiro, sonriente, y abro los ojos de una vez por todas. Con un éxito moderado, debo decir. Tengo los párpados pegados como si llevaran pegamento industrial, y eso que por la ventana entra luz suficiente para cegar a cualquiera.
Carter tiene la cabeza metida en una de las baldas del armario. Se ha puesto un polo blanco que deslumbra y un bañador rosa fosforito, lo cual me hace dudar de si tendrá alguna prenda que no sea tan increíblemente brillante.
—No esperaba que siguieras aquí —digo, bostezando.
—Pues ya ves. Me has jodido el horario de sueño.
—Perdona, fiera. —No me explico su manía de levantarse con el sol—. Y yo pensando que estábamos de vacaciones.
—Cada uno con su estilo de vida —se defiende—. Para mí, no hay verano sin madrugar. Que tú hayas venido a San Diego con el único propósito de dormir no es mi culpa.
Cuando dice eso, me acuerdo de nuestra conversación de ayer, y de cómo esquivé como pude el tema de Kim. Es natural que quisiera saber por qué no estoy en Colorado, pero, siendo sincero, es lo último de lo que quería hablar.
No es que no confíe en Carter. Más bien —y jamás pensé que diría esto— todo lo contrario: anoche, cuando salimos de madrugada, me sentí más cómodo de lo que había estado con alguien en mucho tiempo. Había una complicidad extrañamente satisfactoria, y no quería arruinarla hablando de cómo me han estado poniendo los cuernos.
—Los expertos dicen que hay que descansar —apunto.
—Sí, descansar, no hibernar. Es la diferencia entre dormir siete horas y tus diecisiete habituales.
—Bah, un número arriba, un número abajo. ¿Qué hora es, de todas formas? Siento que no he dormido nada.
—Las nueve y media.
Y lo dice como si fuera la hora de comer.
—Demasiado pronto para mí.
—Pues nada, vuélvete a dormir. Yo ya he desayunado.
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Off-shore | ©
RomanceCarter Davis sólo tiene una cosa en mente: aprovechar las vacaciones de verano para olvidar a su ex. Ha alquilado una habitación individual en la residencia de la Universidad de San Diego y planea pasar las próximas semanas surfeando y llorando hast...