Carter.
Oceanside es el paraíso de los principiantes del surf y las familias estadounidenses: cielos despejados, filas infinitas de palmeras, restaurantes con logotipos ilustrados, el muelle de madera más grande de la costa occidental...
Me basta con mirar desde la avenida paralela a la playa para ver que está saturada de gente: parece un mar interminable de toallas a excepción de cuatro puestos de socorristas. Casi puedo escuchar a Aiden resoplar de alivio porque se camuflará entre los demás. Creo que le he aterrorizado.
Podría haberle llevado a Trestles con los profesionales, pero todo el mundo le habría visto hacer el ridículo. Aunque me emociona la idea de verle luchar contra su tabla, quiero ser el único privilegiado en contemplar el espectáculo.
Quizá sea por su aspecto físico —ahora que Mia no me oye— o porque haya descubierto hace poco que me cae bien, pero es tan irritantemente perfecto que me sale de manera natural buscarle un fallo. Una hora valorando sus caídas al montar las olas puede ser una buena forma de comenzar.
—Has aparcado regular —me dice Aiden.
Justo en mi inseguridad como conductor.
—¿Quieres probar a ver si lo haces tú mejor?
—Dame las llaves, si quieres. Así te enseño que las rayas blancas no están de adorno. Creo que estás pisando tres de ellas con el coche y ni siquiera sabía que eso era posible.
—Ja. Buen intento —contesto—. El día que te deje acercarte a menos de un metro del volante será el que definitivamente me tengan que internar en un psiquiátrico.
—Oh, venga ya. Tampoco es que tengas nada que perder. Esta camioneta está en la recta final de su vida.
Le fulmino con la mirada.
—Aiden. Escúchame bien. ¿Sabes lo que hago con los que se meten con mi precioso bebé Ford? —Clavo mis ojos en los suyos y, con total seriedad, digo—: Los atropello sin piedad.
—Retorcido. E ilegal. A partes iguales.
—Y muy merecido.
—¿Sabes qué? Retiro lo dicho. Aparcas fenomenal.
—Así me gusta. Fingiré que lo de antes ha sido un lapsus.
En realidad, soy consciente de que no soy el mejor aparcando el coche. Hace dos años, el examinador tuvo que hacer la vista gorda cuando me saqué el carné de conducir porque no era capaz de encajar el Kia de mi madre en un maldito hueco de nuestra calle. Al final, opté por dejarlo en doble fila y poner ojos de animal indefenso para que me aprobara.
Pasé la prueba. No pienso revivir esa pesadilla. Además, al menos yo no he estampado ningún coche contra un árbol de mi jardín, por lo que Aiden no tiene ningún derecho a meterse con mis métodos de aparcamiento.
ESTÁS LEYENDO
Off-shore | ©
RomanceCarter Davis sólo tiene una cosa en mente: aprovechar las vacaciones de verano para olvidar a su ex. Ha alquilado una habitación individual en la residencia de la Universidad de San Diego y planea pasar las próximas semanas surfeando y llorando hast...