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Carter

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Carter.

Kelsi sólo necesita dos días para demostrar que puede apañárselas sin mí. Es como si siempre fuera unos pasos por delante; cada vez que se me ocurre una idea para salvar la clínica, me encuentro con que ella ya la ha tenido antes.

Para colmo, se ha comprado una aplicación en el ordenador que le permite ordenar sus notas. Ahora, frente a la pantalla de su portátil, lo único que alcanzo a ver es un complejo despliegue de números indescifrables, texto minúsculo y logotipos que asumo que pertenecerán a las otras clínicas.

—Necesito un resumen de cómo funciona esto —pido.

—Perdón —se disculpa—. Me compré la versión premium sin darme cuenta y he acabado aprovechando todas las funciones. Pero tranquilo, es más sencillo de lo que parece.

—Sí, para un ingeniero de la NASA.

—Que no, en serio, mira. —Me guía por la pantalla con el dedo índice—. Aquí a la izquierda tengo los datos de contacto de los dueños que pueden estar interesados. Debajo he creado una tabla con el nombre de sus clínicas, la fecha en la que cerraron, el área de la ciudad en el que trabajaban y artículos de periódicos locales en caso de que hicieran alguno.

Estoy impresionado.

—¿Se puede saber cuándo has hecho todo esto?

—Por las noches me desvelo. Intento ser productiva.

—Guau. Vale. Continúa.

Kelsi asiente.

—Aquí a la derecha hay un mapa de San Diego. Si te fijas, las chinchetas virtuales tienen distintos colores porque están asociadas a los nombres de antes. Quiero tener listo un arsenal de argumentos para cuando hable con ellos. Necesito que vean por qué es una buena idea aliarse con nosotros.

—A mí ya me has convencido sólo con esto.

—Ya, pero a quien tengo que convencer es a ellos. A nosotros puede parecernos un plan sin fisuras, pero quienes deben poner la pasta son ellos. —Me señala la última sección del mapa mental—. He investigado a fondo cómo pasó lo de Florida para ver las similitudes y las diferencias.

—Ya escuchaste a Mia. Una parte muy importante de su éxito se debió a la página web que tenían y a que se curraron las redes sociales. ¿Le has dado una vuelta a eso?

—Sí, y eso es lo que más me preocupa. Tengo que conseguir que entiendan que, si las grandes empresas están triunfando, es porque la gente conoce su nombre. ¿Te metes en Instagram? Hay un anuncio. ¿Enciendes la radio? Tienes su publicidad entre canciones. ¿Sales a la calle? Hay un cartel que te indica qué salida tomar para llegar a la clínica.

—Pero eso está claro —digo—. No creo que pongan problemas. Después de todo, estamos en el siglo veintiuno.

—Sí, pero esta gente es mayor, Carter. Busqué los nombres de sus clínicas y más de la mitad ni siquiera tenían una página web. Es como si su método de negocio se hubiese basado exclusivamente en la publicidad de boca en boca. Y no puede ser. No puedes esperar a que llegue gente con un animal herido porque haya encontrado el local por casualidad.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora