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Carter

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Carter.

Nunca he sabido cuál es el problema de ese tío que dijo a Houston que tenían un problema, pero puedo asegurar que no era ni la mitad de grande que el mío.

Me he quedado dormido. No sé cuándo, no sé cómo, pero sospecho que lo que estoy usando de almohada es el hombro de Aiden. Por supuesto, el hecho de que sea él quien ha elegido esta película debería aliviarme ligeramente, porque eso significa que es su culpa. Le advertí de que no suelo conectar con las películas francesas y hoy no ha sido una excepción.

Tampoco es problema de la película. Por lo poco que he podido ver —que han sido las secuencias iniciales y los rótulos de «basado en una novela»—, el argumento prometía: en los años ochenta, un adolescente español vive un verano en París porque le han ofrecido trabajo como redactor en un periódico y comienza a enamorarse del hijo del editor.

Apenas había captado los primeros tintes homoeróticos de la película cuando me entró sueño. El problema es que no sé qué debería hacer ahora. Mientras espero a que se me ocurra algo, estoy fingiendo que sigo dormido cuando, en realidad, lo que necesito es esfumarme.

Lo peor es que jamás cierro los ojos al ver una película. He escogido el peor día para probar cosas nuevas. Sé lo fácil que es pasar de un pestañeo a una siesta, así que, cuando no consigo que lo que estoy viendo me entretenga, prefiero apagar el dispositivo en cuestión. Estoy tan amodorrado que no recuerdo por qué no lo he hecho hoy. ¿Es porque Aiden sí la estaba disfrutando y no quería arruinarle la diversión? ¿O acaso me he quedado dormido inconscientemente?

Sea como sea, me he metido en un buen lío.

Me temo que hay pocas salidas de esta situación. Si hago un esfuerzo, quizá logre convencerle de que me ha descendido el nivel de azúcar hasta provocarme un desmayo, pero veo difícil que cuele. Es una de esas situaciones en las que lo mejor es admitir el incidente vergonzoso y desear que un misil se desvíe y acabe impactando en tu edificio.

Me gustaría ver cómo de avanzada va la película, aunque para eso tengo que abrir los ojos y es demasiado arriesgado. De momento, me quedo con la cabeza apoyada en lo que definitivamente parece la camiseta de Aiden. Puedo percibir el calor de su cuerpo a través de la tela, y su cuello huele a él. Es un olor particular y atractivo, y estos días —por mucho que me cueste admitirlo— me encuentro poniéndome de mejor humor al llegar a la habitación y sentir su presencia.

Mi última pregunta antes de abrir los ojos es «¿por qué el universo me odia tantísimo?». Nunca me he sentido especialmente conectado a ninguna religión, pero, si resulta que hay alguien a cargo de supervisar nuestra existencia, debe de estar enganchado al reality show que es mi vida.

Decido ir poco a poco. Entorno los ojos, lo justo para que Aiden no capte ningún movimiento en mi rostro, pero de una forma que me permita tantear el terreno. Tengo un primer plano de su mandíbula, dada mi posición, y veo sus ojos fijos en el ordenador. En la pantalla hay dos personajes jóvenes —los protagonistas, probablemente— paseando por las avenidas de París. Se ve que él sí está disfrutando la película indie homoerótica. Tendré que ponerme al día luego.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora