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Aiden

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Aiden.

La adrenalina de correr a la habitación me impide pensar con la claridad que me gustaría, pero una vocecita en mi interior me está recordando algo importante: quizá vaya a acostarme con un tío por primera vez en mi vida. Y, por mucho que me atraiga Carter, no deja de ser ligeramente aterrador.

Me pregunto si él estará pensando en lo mismo. Va unos metros por delante, atajando por los jardines de la universidad para llegar antes a nuestro edificio; como siempre, se ha tomado mi desafío como si su vida dependiese de ello y apenas se ha detenido durante la carrera para verificar que siguiera detrás de él. Puede que sea porque he hecho lo posible por seguirle el ritmo y no quedarme atrás.

Quería tenerle en mi campo de visión: es muy atractivo verle haciendo deporte, con el aliento cada vez más irregular y la concentración patente en su rostro. La camiseta se le ha pegado a la espalda por el sudor, y puedo ver su nuca húmeda y reluciente bajo la luz de las farolas. Varios mechones de pelo se han agolpado en su frente al esprintar.

—¿Tienes llaves? —me pregunta, ralentizando la velocidad. Palpa en sus bolsillos y dice—: Creo que me las he dejado en la mesilla de noche al marcharme antes.

—No —miento—. Yo tampoco he caído al salir. Vamos a tener que ir a secretaría a pedir una copia extra.

Carter hace una mueca de pánico.

—No me digas eso.

—Lo siento.

—Joder... van a tardar siglos en darnos una llave nueva. Encima, en el contrato de alquiler ponía que había que pagar un pastizal cada vez que tuviese que venir alguien de fuera a abrir la puerta de la habitación, es de noche y...

Agito el llavero en su cara, divertido.

—Te ahogas en un vaso de agua —me burlo.

—Me caes fatal.

—¿Ah, sí? —pregunto mientras doy dos vueltas a la llave en la cerradura. La puerta se abre con un clic—. Repítemelo.

—Me caes fatal —dice con más convencimiento.

Ambos sonreímos.

—Me parece que no va a durar mucho eso.

Agarro a Carter de la parte baja de la camiseta y le arrastro al interior del dormitorio. Él se deja llevar, dócil. Con un movimiento ágil, pego una patada a la puerta para que se cierre y le acorralo contra una de las esquinas del cuarto.

—Buena patada. ¿Taekwondo? —pregunta.

—No, ganas de intimidad —replico—. No me gusta hacer este tipo de cosas en público.

—¿Y de qué cosas estás hablando?

Me pego unos centímetros más a su cuerpo y le muerdo el labio. Carter suelta el aire que estaba conteniendo.

Off-shore | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora