40. Un poco idiotas

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Brooke Grey

Las pisadas de mis zapatos hacen eco por el pasillo del estadio de hockey.

Ya empezaba a sentir el frío de la pista de hielo y oía de lejos los golpes del disco contra las paredes de la pista. Pero a penas había ruido, no se oían voces ni movimiento.

Al llegar a la pista le veo.

Chad Roberts sobre el hielo, lanzando el disco una y otra vez contra la portería. Estaba concentrado y solo. Seguía sin poder leer su mente pero me podía imaginar lo que estaba pensando.

— ¡Chad!— llamo su atención sintiéndome algo culpable de interrumpir su práctica.

Él se gira a mirarme sorprendido, sin esperar que yo estuviera aquí.

— ¿Si?— dice alto para que lo escuche creando eco en el gran estadio.

— Te traigo las flores de tus admiradoras secretas— digo extendiendo el ramo de rosas de san Valentín que le habían enviado anónimamente a Chad.

Él vuelve a lanzar otro disco que entra a la perfección en la portería. Se notaba que estaba demasiado concentrado en sus pensamientos.

— Déjalas en el banquillo— dice sin prestarme más atención.

Yo hago lo que él me dice y vuelvo a escuchar como él sigue lanzando discos.

La había cagado. Había intentado conquistarle de nuevo pero no lo había conseguido. Él estaba harto de mí y con razón.

Una parte de mí quiere quedarse allí, observarle como una adolescente hormonal enamorada pero otra parte de mí me pide que me vaya, que él me pidió espacio y yo debía dárselo.

La segunda me parece la más sensata así que a esa es a la que le hago caso.

Vuelvo en dirección a la salida pero su voz me frena.

—¿Te han gustado las flores?

Cuando me giro él está apoyado en la puerta que separa la pista de hielo con el banquillo, con su mirada fija en mí.

— ¿Las...¿Las flores?— pregunto titubeante.

Él eleva una ceja hacia mí de forma burlona.

— Sí Brooke, las flores ¿O es que alguien más te ha llenado la taquilla de flores y yo no lo sabía?

— No sabía que habías sido tú.

— ¿Esperabas flores de alguien más? —Pregunta con sarcasmo y yo me quedo sin palabras.

— No...— murmuro. No era capaz de concentrarme en la conversación, no mientras sus ojos estuviesen tan pendientes de mis movimientos — Sólo las tuyas.

Él no me contestó pero me regaló una sonrisa divertida, aún burlándose de mí y yo lo entendía, estaba haciendo el ridículo, atropellándome con mis palabras, jugando con mis manos, tímida.

Quería salir de allí cuanto antes.

— No quiero interrumpirte más— digo señalando a la pista de hielo donde él estaba practicando antes.

Él ignoró mi intento de huida.

— ¿Sabes patinar?

(...)

No sé hasta qué punto esto era una buena idea. Los nervios me había jugado una mala pasada.

Caminando como un pingüino entro en la pista de hielo insegura de qué estaba haciendo. De por qué estaba haciendo esto.

Variante A [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora