Capítulo 13 |Editado|

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La mañana era fría al igual que todas de por acá, la escarcha cubría el pasto de mi jardín el cual en verano era de un intenso color verde, mis ventanas estaban empañadas por la diferencia de temperaturas entre adentro y afuera, me levanté costosamente de mi cama separándome del calor que esta me ofrecía quedando indefensa en este enorme frío, una gran punzada recorrió mi cuerpo de pies a cabeza al incorporarme todo me dolía por lo sucedido ayer, era demasiado para mí. Ayer habíamos quedado con Caden que nos reuniríamos hoy para empezar a aprender a controlar mi poder. Ya eran las 9 a.m y aún él no llegaba, empecé a creer en que no se presentaría y que tendríamos que postergar esta reunión.

Aburrida de esperar bajé hacia la cocina en busca de comida tan solo con un chaleco rosa palo ceñida a mi cuerpo con unas calzas largas negras, mi cuerpo se estremeció al sentir el piso frío de las escaleras bajo mis pies. Al llegar a la planta de abajo encontré en mi living a mi madre con una amigas más o menos de su edad hablando de cosas comunes como si seguía trabajando, como estaba ella y yo, como avanzaba las cosas, entre otras. Mi madre, Christina, era un poco más alta que yo, tenía el pelo cafe bastante oscuro, podría decir que era casi negro, sus ojos era de un intenso color verde azulado al igual que los míos solo que mis ojos eran un tanto más verde, mi pelo, antes rubio, era a causa de mi padre. Además de el hecho de ser inteligente, amorosa y alegre, no se le podía pedir más a esta mujer.

- Hija, -dijo mi mamá al ver que ya llevaba bastante tiempo mirándolas-.Estas son Amelia -dijo mientras señalaba a una mujer ya bastante adulta de pelo castaño ondulado hasta los hombros y de ojos color avellana-, y Marina -a ella ya la había visto cuando era más pequeña, ahora tenía el pelo rubio y unos grandes y hermosos ojos café claro, todas ellas eran compañeras de trabajo de mi madre. Saludé a cada una y anuncié que solo estaba abajo por un poco de leche.

En la cocina saqué un vaso y me serví leche para luego llevármela a mi pieza, de vuelta a las escaleras ninguna de ella se percató de mí presencia, el pomo de mi puerta estaba demasiado helado lo que hizo que lo girara dificultosamente. Al entrar vi como alguien estaba sobre mi cama.

- Llegas tarde -dijo incorporándose de a poco.

- Eso es mentira, él que llega tarde eres tú -protesté mientras tomaba un poco de mi vaso.

Caden lucía cansado sobre mi cama, traía su pelo grisáceo revuelto lo que significaba, luego de un análisis, que no se encontraba bien, estaba usando una polera negra con unos jeans a juego, ya no tenía los rasguños que se le habían formado ayer, a lo mejor era un cualidad de los deshabitados sanar tan rápido. Ya totalmente de pie, se acercó a mí, pasó un brazo a mi lado y cerró la puerta de mi habitación, tomó una de mis manos y me llevó hasta el centro del cuarto donde me indicó que nos sentáramos en el suelo, bajé dificultosamente hasta sentarme con la piernas cruzadas al igual que él.

- Dame las manos -dijo ofreciendo sus palmas extendidas hacia el cielo.

Las tomé con delicadeza entrelazando mis dedos con los de él, sus manos era heladas a comparación de la mías que estaban tibias, debido a que él era un muerto y ya no necesitaba calor en su cuerpo. Pequeñas corrientes eléctricas corrieron desde la punta de mis dedos hasta mis muñecas, no era doloroso, si no que era cómodo, no agradable pero era tolerable.

- Cierra los ojos -susurró Caden frente a mí.

Obedientemente cerré los ojos con suavidad pudiendo ver como Caden los mantenía abierto viéndome fijamente.

- Ahora dime algo -sin abrir los ojos le dije Caden-. Así no, si no que mentalmente.

- ¿Qué? -abrí los ojos provocando que me mareara-. ¿Cómo?

DeshabitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora