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Mia

Salí de casa con lo puesto. La lluvia comenzó a caer.

Son sólo un par de gotas, da igual.

Corrí lo más rápido que pude, pero la lluvia se intensificó. Las gotas caían sobre mi piel como agujas y cuanto más rápido avanzaba más inestable me sentía sobre el camino.

Un paso en falso me hizo precipitarme al suelo. El agua siguió cayendo sobre mí. Mi ropa se había salpicado y ensuciado debido a la caída. Ahora estaba aún más empapada que antes.

Intenté levantarme pero una de mis rodillas falló. Un dolor punzante casi me hace caer de nuevo.

¡Mierda, mierda! Duele, joder...

Intenté levantarme de nuevo y haciendo un gran esfuerzo fui capaz de levantarme de nuevo. Mi cuerpo pesaba, quizás fuera por toda el agua que la ropa había absorbido.

¿Quién me manda a venir sin paraguas?

Reuní todas mis fuerzas y corrí hasta llegar a casa de Ethan. La rodilla me dificultó el trayecto pero di todo lo que pude de mí misma.

Las mejillas me ardían. Lo vi, ahí plantado. Apenas podía ver nada bajo la manta blanquecina que había generado aquella lluvia torrencial. Pero por desgracia, a él sí lo pude ver. Bajo el tejado de su casa y sin nada que cubriera su abdomen.

Mierda. Está bueno.

Caminé con las piernas temblorosas y la cojera hasta la entrada.

Ethan se quedó boquiabierto.

—¿Mía? ¿Qué te ha pasado?

Me miró de arriba a abajo. Mi ropa estaba empapada en su totalidad, de la rodilla goteaba algo de sangre y me ardía la cara.

—Larga historia. Yo...

—Tu rodilla. Hay que curarla.

—Estoy bien, Ethan.

—No, Mía. No estás bien. A este paso vas a morir de hipotermia. Ven.

No. No podía.

Sentía el cuerpo en llamas.

¿Cómo puede estar tan tranquilo y yo tan agitada con solo verlo?

Ethan parecía sacado de una revista. El pelo alborotado pero con un aire sensual, sus ojos marrones y felinos como los de Diana y el tono tostado de su piel. Y mejor que no se hablara de su cuerpo. Siempre bromeaba con el hecho de que Ethan solo quería aparentar pero era más bien al contrario. En mi opinión, él no presumía todo lo que debía de su físico. Porque nadie que hubiese visto antes tenía ese cuerpo esculpido. Su abdomen marcado, sus brazos que al moverse marcaban sus músculos y aquellos hombros anchos y perfectos.

Mierda, no lo soporto más. Me arden partes del cuerpo que no sabía ni que existían.

Ethan leyó mis pensamientos porque sonrió con un aire perverso.

—Sanders, si vas a devorarme que no sea con la mirada. Eso es solo divertido para ti.

—¿Y-Yo? ¿Mirarte a ti? Qué más quisieras...

Me ha pillado pero bien, eh.

—Mirarme no es precisamente en lo que pienso que quiero que me hagas.

¡Idiota!

—¡Ethan!

—Bromeo. O tal vez no. ¿Quién sabe?

Dirigí mis ojos hacia otro punto, molesta. Y de repente, un escalofrío me recorrió la espalda y un estornudo repentino me advirtió de que seguía estando empapada.

Fuera de juego, capitán (Capitanes #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora