41

22 2 0
                                    

Maya

Un par de días de reflexión y un tiempo conmigo misma bastaron para que entendiera lo que debía hacer.

Debo dejar a mis demonios ir y afrontar algunas cosas, como por ejemplo, que por más que me duela quizás Dylan y yo no estamos hechos para estar juntos. Pero primero debo aclarar todo con Mia. Dejarle claro que es libre de ser feliz con Ethan.

—Mia, necesito hablar contigo. Siéntate aquí conmigo por favor—pedí con un tono bastante serio.

Palmeé entonces el lugar junto a mí en el sofá y vi cómo mi hija se tensaba debido a la seriedad de mi voz.

—¿Ha pasado algo?—preguntó temerosa.

Negué con la cabeza.

—Quería hablar contigo acerca de lo que pasó el otro día, nada más.

—¿Te refieres a lo qué pasó en la pista de voley...?

—Sí, quiero que hablemos sobre eso.

—Entiendo. ¿Y exactamente de qué... quieres hablar?

—Te mereces unas disculpas por mi parte.

—Mamá... No te preocupes. Sé que tuviste tus motivos y no quiero meterme en tu vida.

—Los tuve pero eso no justifica que me haya pasado años mintiéndote. Debí haber pensado en cómo te sentirías.

—No te preocupes, no puedes contármelo todo. Exploté por todo lo que me estaba pasando y me dejé llevar por mis sentimientos. Odie que me mintierais y la cantidad de castigos que me pusiste.

—Por eso he querido disculparme. Me pasé e intenté excusarme en que lo hacía por ti cuando en realidad seguía mis deseos egoístas. Y todo porque Ethan es el hijo de Dylan y no quería que cayeras en lo mismo que yo. Lo peor es que no puedo negar que... todavía siento cosas por él.

—Si realmente amas a Dylan creo que lo mejor será que yo... lo respete.

—No seas tonta, Mia. Ya he tomado mi decisión. Es tu momento y tú no debes pagar por mis malas decisiones.

—Pero...

—Pero nada. Ya estoy harta de tratarte como si fueras una niña. Si ese chico te gusta ve a por él. Como si quieres ir ahora vaya.

Miré a través de la ventana y visualicé unas nubes de color plomizo. Suspiró entonces y hablé:

—Va a empezar a llover así que te recomiendo que te decidas pronto si quieres hacerlo o no. Pero jamás me antepongas a ti. Porque tu felicidad, al menos para mí, siempre equivaldrá a la mía. No quiero pararte, no quiero impedirte que hagas eso que tanto deseas.

—Mamá yo...

No pude evitar ponerme un tanto melancólica.

—Mia, eres el mejor regalo que el mundo podría haberme dado. Me has hecho muy feliz, en serio. Así que por favor, déjame que esta vez sea yo quien te da una alegría. A veces parezco un tanto cruel pero no es mi intención.

—Mamá.

—¿Si?

—Tú nunca eres cruel. Deja de decir mentiras. No lo eres, ni lo has sido nunca. Quien diga que lo eres no te conoce. Y después de lo que has dicho... —Mía sonrió con los ojos llorosos.

No pude evitar reír.

—¿D-De qué te ríes?

—Nada, nada. Es solo que... jamás pensé que dirías algo tan bonito de mí. He escuchado lo que le dices de mí a tus amigas. ¿Doy miedo?

Fuera de juego, capitán (Capitanes #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora