Capitulo 23

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Cuando me desperté, sorprendentemente ya eran las dos de la tarde. Suspiré pesada al sentir un brazo por encima de mi cintura, negándome la posibilidad de movimiento, y al notar una tranquila y coordinada respiración en mi nuca, comprendí que solo se trataba de una pequeña siesta mañanera junto a Lando.

Me di la vuelta, quedando frente a frente. Tenía un gesto serio arrugando su ceño, y parecía estar apretando la mandíbula con fuerza. Incluso ejercía con su mano en mi espalda apretándome contra él.

Tomé su cara entre mis manos, antes de tomarme el tiempo necesario para admirar con detalle cada uno de sus rasgos. No me podía explicar la clase de dolor que había tenido que sufrir para dormirse cada día enfadado, soñando con a saber qué, y haciendo que su corazón no fuese capaz de sentir el amor que todas las personas merecíamos sentir.

Su familia le había hecho tanto daño, que le tomo asco al amor, pero yo estaba dispuesta a hacerle ver que podía encontrar luz en él, y ser mucho más feliz, a pesar de los riesgos que conllevaría en el futuro. Tenía que ser precavida con lo que yo también sentía, porque no quería salir mal parada si esto no salía bien.

Cuando pasé un dedo por sus labios, él gruñó un poco abriendo los ojos, pero al verme, relajó su gesto moviendo su pulgar en mi cintura.

-¿Qué haces? -Preguntó bajito.

Antes de responder, pegué mis labios a los suyos moviéndolos lentamente. Él respondió unos segundos después, rozando nuestras lenguas sin prisa, solo disfrutando del contacto entre ellas.

-Relájate. -Le pedí, enredando los dedos en su pelo.- Estabas alterado durmiendo, y quiero que estés bien. No tenes de qué preocuparte. ¿Qué te parece si preparamos el almuerzo juntos?.

-No tengo ni idea de cocinar. -Sonrió perezoso.- Solo sé hacer pasta.

-Entonces debo enseñarte a hacer algo.

Así fue cómo nos levantamos, y fuimos a la cocina. Cocinamos algo simple, una tortilla de papas, en la que él cooperó dándome conversación, y haciendo una ensalada de tomate. Después, comimos viendo Los Simpson.

-¿Si? -Preguntó atendiendo su teléfono, que recién había sonado.- Hoy no puedo. Tengo que hacer cosas en casa. -Suspiró.- Venga Max, te veo en un rato. -Colgó.

No le dije nada, porque siguió comiendo. Para cuando terminé, llevé mi plato a la pileta, donde procedí a lavarlo. Lando no tardó unos minutos en llevar el resto de las cosas, antes de volver al salón. Poco después, fui con él y me senté a su lado. Estaba embobado en su teléfono.

-Escucha... -En cuanto abrí la boca, me echó un vistazo antes de sentarse bien, y mirarme con un gesto neutro. Llevé la mano a su cuello acariciando una pequeña rojez.- No pasa nada porque no me ayudes a practicar, pero te pido que ni vuelvas con dos chupones más al regresar.

Él abrió los ojos con sorpresa, y colocó sus dedos encima de los míos, tocándose el mismo lugar.

Sabía de sobra que aquella marca era de hace tiempo, probablemente de la cica rubia con la que lo encontré el día que me fui con George de vacaciones, o otra con la que estaría unos días después, porque se notaba que no era reciente. Esta mañana también noté alguno en su abdomen al observarlo cuando nos despertamos, pero no le di importancia.

-Deberías darme un voto de confianza, ¿No? -Hizo una mueca, para apartar mi mano.

-Debería, pero no es fácil. -Desvié la mirada.

Cuando pensaba que se me pondría a gritar, se puso de cuclillas delante mío en el sofá, y atrapó mis manos para entrelazarlas con las suyas.

-Mira Lando, sé que no estamos en nada, pero no sería agradable verte con más marcas.

-Te equivocas, estamos en algo. -Besó mi palma.- A no quiero hacerte daño, y por eso, debo respetarte. -Sonrió, y se elevó para inclinarse hacia mí, y hacer que nos acostáramos sobre el sofá.- ¿Me dejas sacártela?

Solté un suspiro nervioso, que le hizo reír ligeramente. Empezaba a creer que le encantaba ponerme los pelos de punta.

No le respondí, porque lo empujé hacia un lado, quedando yo sobre él, y hundiendo mis labios en su cuello sintiendo sus pulgares acariciar la piel donde estaba mi tatuaje de la medusa, justo bajo mi axila, y al lado de mi pecho. Al oír su jadeo, me separé viendo su nueva mancha ennegrecida, y sonreí satisfecha. Realmente acababa de marcar mi territorio como un perro sobre su piel.

-Hoy deberías ponerte algo que deje tu cuello a la vista. -Le aconsejé, volviendo a sus labios.- ¿Qué suelen decir tus compañeros cuando tienes chupones?

-No suelo dejar que las chicas me lo hagan, por lo que no me los ven. -Dijo simple.- Y tampoco les importa. No tienen porqué opinar de lo que hago y de lo que dejo de hacer.

-Ya veo. -Me levanté, quedando sentada sobre él.- Eres frío con todo el mundo...

Mis manos se posaron en su pecho, mientras que las suyas salieron de mi remera.

-Yo diría que ahora estoy calentito. -Vaciló.

-¡Lando! -Lo pellizqué.- Tenes que socializar un poco más con tus compañeros. Al fin y al cabo son los que te acompañan en cada carrera.

-¿Para qué? En el equipo, me llevo con tres personas. Es suficiente. Luego te vas, y nadie te echa de menos.

Reí.- Pero bueno, vos no te vas. Invita un día a comer a todos tus compañeros a casa, y pásatelo bien.

Rodó los ojos guardando silencio, antes de empujarme para que me levantara. Vaya, tampoco era social.

Mientras se duchaba, fui a la cocina a sacar los ingredientes para hacer un tiramisú de chocolate, crema y café, que prepararía mañana en la prueba. Los postres no se me daban bien, y si conseguía dominar la técnica del uso del chocolate en postres, podía ganar puntos para el puesto.

-Mierda. -Farfullé viendo que me faltaba una cosa.

La despensa estaba en el pasillo, justo al lado de la cocina, por lo que fui a ver. Allí. encontré lo que buscaba, por lo que salí, y cerré. En este pasillo no estaba casi nunca, porque no me había hecho falta. Solo venía a por comida, y nunca me fijaba en que había más puertas que no había abierto. Sabía que al fondo, había un aseo pequeño, y que en la puerta de la derecha, la que estaba al lado de la despensa, estaba la habitación de servicio, pero no sabía que había en el espacio que había enfrente.

Sin poder evitarlo, llevé mi mano a la manija, y la intenté abrir pero tenía el cerrojo puesto, por eso, dejé lo que había agarrado de la despensa en la cocina de nuevo, y fui a la entrada al cuenco de las lleves. Las de Lando estaban ahí, por lo que no dudé en agarrarlas e ir de nuevo al pequeño pasillo. Me sentía como un agente en secreto.

Probé varias llaves, pero ninguna era la correspondiente. Me fastidió que la última que introduje, fuese la acertada. Tenía curiosidad por ver que había ahí, y por saber por que estaba cerrada, por lo que cuando giré la lleve oyendo el sonido del cerrojo abrirse, di un saltito de emoción. De nuevo, llevé la mano a la manija, y volví a presionarla, abriendo la puerta.

Me vi sorprendida cuando vi una cuna de madera, aparentemente nueva, y un montón de cosas de bebé colgadas en la pared. Había mantas, peluches, y juguetes, a montones, que me hicieron sentir mi piel de gallina.

-Anna. -Sentí su voz detrás de mí, dura y más sería de lo normal. Tragué saliva sabiendo que no debí entrar.

-¿Qué es todo esto? -Susurré.

Lo oí acercarse a mí, por lo que me di la vuelta quedando enfrente suya. Estaba tenso de nuevo.

-Vamos a ver. -Gruñó.- ¿Te crees que tienes derecho a reclamarme que es todo esto, cuando acabas de violar mi privacidad?.

-Di un paso hacia atrás, confusa.

-Quiero que te vayas de mi puta casa.

-No me pienso ir, Lando. -Dije, haciendo que se parara en seco, camino hacia la puerta.

Bajo la piel // Lando NorrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora