Capitulo 43

310 17 2
                                    

A la mañana siguiente, lo desperté temprano. Quería darme un baño y poder cambiarme la ropa para ir a verla. Para mi sorpresa, el enano se despertó con energía, saltando en la cama. Estaba muy emocionado por sus regalos de navidad, por lo que lo agarre en brazos, y salimos al pasillo. La imagen me pareció tan divertida que me reí de las ganas de Junior. Puede ser que me hiciese falta la inocencia de un niño. Sabía que había tenido suerte con él. Si Flo no le hubiese hablado de mí, probablemente no me querría ni un poquito.

Lo más raro de todo, fue ver a Cisca de nuevo, mi madre. En cuanto la reconocí, dejé en el suelo a Lando y me quedé inmóvil. Este no tardó en correr hacia ella y saludar a su querida abuela, que se vio sorprendida cuando vio como me señalaba y le decía que yo había vuelto.

-Cariño, vete a buscar a mamá para que abramos los regalos. ¿Sí? -Le dijo sonriente.

Como buen obediente, le hizo caso y corrió hacia la cocina. A continuación, se levantó del sofá y dio un paso hacia mí. Puede ver el evidente cambio que había tenido. Ahora tenía una sonrisa, el pelo tenido de rubio ceniza y apenas tenía arrugas, solo unas cuantas marcas de expresión en los ojos. Las mismas que las mías.

Tenía mejor aspecto, sí, pero esa mujer tuvo la culpa de hacerme creer que el amor no existía, y también tenía culpa de que hubiese sido tan inseguro con Anna. Así fue como lo que tenía dentro lo mandó todo a la mierda.

-Has crecido, Lando. -Comenzó a hablar, emocionada.- Estás hecho todo un hombre, mírate. Estás hermoso.

Ahora intentaba arreglarlo.

-Feliz navidad, Cisca.

Y después de eso, llegaron mi cuñado, junto a mi hermana, mi ahijado y mis otros hermanos. No pude evitar sentirme raro e incomodo.

-Feliz navidad. -Dije apenas mirándolos, estaban muy cambiados. Ni los reconocía. Tenia una sensación de tristeza por el reencuentro y que sigan mirándome con los mismos ojos de odio de cuando me aleje de ellos, al ponerse del lado de mamá y papá.

Pero no esas sensaciones se esfumaron cuando vi a Lando Jr. impaciente por abrir los regalos. Les gustaron tanto que seguro que jugaría con ellos durante todo el año. Aunque me pareció que en este árbol debía de haber muchos regalos más. Junior se los merecía.

El próximo año tendría todo el salón lleno de regalos que yo mismo le compraría.

Para cuando fuimos a salir, me vestí con algo informal. Un jeans con una remara lisa, y un abrigo encima, sería suficientes para pasar la mañana por ahí con Lando. No me podía creer lo que estaba haciendo. Si me hubiesen dicho hace una semana que iba a estar haciendo esto, no me lo hubiese creído. Esto era culpa de Anna, que me seguía arreglando aunque no estuviera presente, porque yo jamás hubiese venido hasta aquí si no hubiese estado tan jodido.

-Ponte un gorro, y lleva guantes. Los días están fríos en Londres. -Dijo Flo, entrando de repente en la habitación con Lando Jr.

-¿Desde cuando te has convertido en una persona tan mandona? -Dije.

-Desde que nació este. -Rió.- Pero va enserio, hace mucho frío.

Por una vez, le hice caso. Me puse el gorro, y metí unos guantes de cuero en el bolsillo de mi abrigo.

-¿A qué hora debo traerlo para que Edwards no se inquiete? -Pregunté en broma.

-Vengan a comer. Con que lleguen a comer, nos basta.

Me senté en la cama viendo como lo vestía. Por un momento me recordó a cuando mi madre me vestí a mí para ir a ver las luces de navidad, y pasábamos una noche increíble en familia, aunque mi padre casi no podía ni caminar de tantas copas que llevaba encima. Flo tenía tres, y yo cinco. Parece mentira que ya hubiese pasado casi dieciocho años.

Para cuando terminó, me dio los pequeños guantes para que se los pusiera yo, cosa que tras cinco minutos, conseguí hacer. No me quería imaginar como sería cambiar un pañal.

-Mira. -Llamó mi atención.- Junior siempre lleva a todos lados esta mochila. -Abrió el cierre, dejando a la vista un montón de aparatuchos.- Desde que era muy pequeño tiene asma, y tiene que llevar siempre el ventolin. Él mismo sabe como usarlo. -Me contó.- Esto es un nebulizador por si la cosa se pone más seria. Solo tenes que darle a este botón, y colocarle la mascarilla en la cara tapándole la nariz y la boca. ¿Entendido?

Asentí, poco convencido. Decidí que sería mejor que llevase yo la mochila, para que él no se preocupara de nada. Era tan pequeño, que me costaba creer que le pudiese pasar algo así.

Pedí un taxi. Este nos llevó a mi casa, donde entramos mientras el enano no dejaba de hacerme todo tipo de preguntas, que a mí no me costaba responder, hasta que un olor inundó mis fosas nasales trasladándome unos meses atrás. ¿Cómo podía seguir oliendo todo a vainilla? Sabía que ella era la última persona que había estado acá, porque yo no había vuelto desde entonces, pero no me esperaba que siguiese oliendo a ella.

-Junior, quédate acá. -Le pedí, sentándolo en el sofá.-Voy a buscar una sillita para que puedas subirte en mi auto.

Y esa fue la hora en la que volví a entrar en la habitación donde guardaba todas las cosas que le compré antes de que naciera. No me entretuve mucho, porque quería llegar cuanto antes a la cafetería y ver a Anna. Por eso agarré la silla, volví a cerrar y fui al salón, donde lo llamé para irnos. En mi auto, tras trastear unos minutos, conseguí colocar la silla. Después, agarré a Lando y lo senté. Este se quejó un poco, se removió, y fue cuando me di cuenta que era demasiado grande para aquella silla. Claro, lo que tenía yo era para niños de un año. ¿Cómo iba a entrar?

-¿Tienes problemas? -Escuché detrás mío. Rápidamente me encontré con un hombre, treintañero, con una niña de unos seis años abrazada a su pierna, medio escondiéndose de mí. Pude ver que estaba roja como un tomate, y es que a esa niña, yo ya la había visto salir de su casa para ir al colegio cuando era más pequeña, y yo salía de casa para entrenar. Su madre un día me dijo que le parecía lindo, y que por eso se avergonzaba. Yo, como buen chico, le decía algo todas las mañanas que la veía al subirme al coche.

-La silla, que es muy chica. -Me quejé, bajando a Lando de nuevo. El muy pícaro, al ver a la niña, sonrió.

-Puedo dejarte la del año pasado de mi hija. ¿Cuántos años tiene este hombrecito? -Preguntó descolocándole el gorro.

-Cuatro. -Dije de inmediato.- Me salvarías la vida.

El chico rió, y fue hacia su coche. La niña morena, con flequillo y mejillas sonrojadas se quedó con Junior. Mi sobrino le tiró del pelo, a pesar de que ella le sacaba unos centímetros, y esta se quejó. Me resultó divertido observar las técnicas que los niños usan para coquetear aún siendo solo unos niños.

Bajo la piel // Lando NorrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora