Lando.
Diciembre.
Gruñón. Eso me repetían todos los mecánicos y pilotos. Me había ganado el apodo, y lo llevaba teniendo durante los últimos meses, aunque por lo menos, me había hecho llevarme bien con ellos. A la fuerza, pero me llevaba bien. Por lo menos me mantenían la cabeza ocupada.
Llegué a Londres por la noche. Era 24, mañana seria navidad, y necesitaba volver a mis raíces. Desde que lo había dejado con Anna, me fijaba más en mi entorno. Me di cuenta de todos los familiares de los pilotos que iban a verlos correr en cada carrera, y del cariño que recibían por su parte. Incluso ayer, en la cena del equipo, en la que se podía llevar un acompañante, sentí ese vacío de no tener a nadie que te haga más llevaderos los malos días.
Durante estos meses claro que había intentado llenar el vacío que sentía en el pecho. Lo había intentado con decenas de mujeres, con las que ni si quiera llegué a besarme porque ellas no eran Anna. Ellas no eran la jodida metomentodo de Anna.
Ayer la llamé. Me llevaba fijando todo el rato en lo bien que parecían llevarse todas las chicas de mis compañeros, y de repente, me la imaginé allí vestida con sexi y formal vestido blanco que hubiésemos comprado esa tarde en el centro de Mónaco. Hasta me hubiese colado en el probador para provocarla, y reírme por su vergüenza a que nos echasen por hacer algo en público. Por ese pensamiento, decidí escaparme de la cena. Salí a la calle y marqué su número, pero me ponía que ese numero ya no estaba disponible. En efecto, había cambiado su contacto y ya no tenía forma de decirle ni una palabra. Hasta se había borrado las redes sociales.
No quería que contactase con ella, y lo veía normal. El día que la dejé, y la eché de mi casa, cuando llegó Callum, estuve jodidisimo. Ni si quiera probé un bocado del rico pollo que había dejado preparado Anna en el horno, y me dediqué a mirar las fotos del hijo de Flo mientras mi excompañero parecía querer comérselo entero. Por la noche le di vueltas a la cabeza. Se me cruzó el cable, y le dije cosas que si hubiese estado en mis cabales, no le hubiese dicho nunca. Estaba muy dolido, enojado y tenía una impotencia enorme, y por eso fui a atacarla donde más le doliera. Era verdad que desapareció el amor en mi cuando me fui del restaurant, pero el dolor que sentí después fue mucho peor. Después de lo que le había hecho, yo tampoco me volvería a hablar.
Volviendo a hoy, en el aeropuerto, pedí un taxi que me llevase a la zona universitaria. Ella vivía por ahí, y pensaba llegar como hacen en las películas de los sábados por la tarde en navidad. Solo que igual, pero sin flores, ni nieve en las calles.
No pude evitar estar nervioso. Si la volvía a ver, no sabia si le gritaría por impulso, o me tiraría a sus pies. Lo que sentía por ella era mucho más fuerte de lo que yo pensaba.
Al llegar a su calle, pagué el taxi, y me bajé con mi mochila. Llamé al timbre impaciente. Pero nadie abría. ¿Tan jóvenes eran Madison y León. que no pasaban ni la noche buena solos en casa? ¿Y Anna, donde estaba? ¿Por qué nadie me abrió?
El mundo se me cayó encima cuando al alejarme de la puerta, y al caminar por la calle, vi las luces de la cafetería encendidas. Quizás el primo de León me podía dar un café para pasar un rato, antes de irme a casa para pasar la noche e intentar suerte de nuevo con Anna por la mañana.
Me asomé, viendo que la puerta estaba cerrada. Entre las luces de navidad que adornaban el lugar, vi como Erick, vestido de traje, salía de la cocina con un par de platos en uno de sus brazos, y en la otra mano, una botella de vino tinto. Lo seguí con la mirada, y vi que se dirigía a una mesa, en el centro de la cafetería. Allí, estaba sentada mi Anna, con un vestido formal rojo oscuro, con un escote pronunciado que caía de los tirantes. Me fijé en que ahí tenía un tatuaje que antes no tenía, en el valle de su pecho. Era una especie de flor de loto, minimalista y elegante. ¿Su piel habría cambiado tanto como para ya no conocérmela? Además, llevaba el pelo recogido en un moño desordenado en lo alto de la cabeza, con sus típicos mechones revoltosos.
¿Qué hacía ahí? Fue lo primero que me pregunté. La vi reírse cuando se sentó a su derecha, y eso fue una de las cosas que más me dolió. Estaban pasando la nochebuena juntos. ¿Estarán juntos?
Lo que se me pasó por la cabeza, fue entrar, y pedir una explicación. Incluso coloqué mi mano en el picaporte dispuesto a abrir, pero cuando vi como Anna agarraba una servilleta, y se lo pasaba al otro por la mejilla, comprendí que no tenía derecho a intervenir. Si ella ahora era feliz, yo no era nadie para impedirlo.
Solo pude hacer una cosa aquella noche. Me senté en un banco, con la mochila sobre mis piernas. La abrí sin ánimos, revolviendo toda la ropa, hasta que di con el sobre que estaba buscando. Le di la vuelta, viendo la dirección de mi hermana. No sabía si seguía viviendo en el mismo lugar, pero dando por echo que tenía un niño pequeño, dudaba que se hubiese mudado.
Me lo pensé un par de veces antes de tomar la decisión. Quería hacer las cosas bien de nuevo, aunque nada sería lo mismo sin Anna, y por eso volví a buscar otro taxi que me llevase a la dirección. Allí llamé a la puerta, y esperé a que me abrieran. Las luces de abajo estaban encendidas, y se escuchaban voces alegres, cosa que me dio un poco de inquietud.
Cuando la puerta se abrió, una joven media rubia con rizos, también conocía como mi hermana gemela, apareció con un niño entre sus brazos. Ese niño era Lando Jr sin duda alguna.
Me quedé sorprendido al verla. Estaba más hermosa que nunca, y sobre todo, más madura. Incluso al recorrerla, me fijé en su abdomen, que estaba un poco abultada. ¿Estaba de nuevo embarazada?
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Bajo la piel // Lando Norris
Romance"Y así te empecé a querer, como quien no quiere aprender a querer y termina queriendo sin querer."