Capitulo 32

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Lando

Esa noche la pasamos en un hotel. Todavía no tenía las llaves del departamento, por lo que al llegar tan tarde a la ciudad, tuve que hacer una reserva.

En el avión me había quedado dormido la gran parte del trayecto, pero me desperté 15 minutos antes. Lo suficiente a tiempo, para darme cuenta de que los nervios momentáneos habías remitido después de que una cabellera ondulada cayese sobre mi hombro, y que la morena a la que pertenecía estuviese acostada con la cabeza sobre mí, con la palma de su mano extendida bajo mi remera.

Me permití apartarle el flequillo hacia atrás de la oreja, y acariciando su mejilla con mi pulgar, la admiré con detalle. Respiraba tranquila, y sus largas y oscuras pestañas descansaban sobre sus pómulos. En sus labios se podía ver una ligera sonrisa, que me hizo sonreír a mí también. Me estaba acostumbrando a ella, y llevaba haciéndolo ya durante un mes, que había pasado muy rápido.

No sabía si eso era bueno, o si era malo, pero solo quería disfrutar del momento.

Al llegar, la desperté con cuidado. Hice círculos en su mejilla, haciendo un poco de presión, hasta que abrió los ojos. El jadeo que soltó despacio me revolucionó el estómago. Me estaba acostumbrando a esa sensación.

-Buonanotte amore mio. -Susurré, con amabilidad.

Una risa ligera y ronca por el sueño salió de sus labios. Con una mano se frotó un ojo. No llevaba ni una gota de maquillaje, por lo que sus pecas se veían a la perfección.

-¿Ahora hablas en Italiano, Lando? -Cuestionó, divertida.

Rodé los ojos, apretujándola contra mi pecho.

-Sé un poco. -Expliqué.- Te sorprenderías, de echo.

-¿Ah, si? -Alzó una ceja.- Sorpréndeme

-Ti amo amore mio. -Solté sin pensarlo.

Anna abrió los ojos como platos, por unos segundos. Su gesto enseguida se relajó, se mordió el labio inferior y sacó la mano de debajo de mi remera para colocarla sobre la mía en mi abdomen, a la vista de ambos. Nuestros dedos estaban entrelazados, como si estuviesen hechos para permanecer juntos siempre.

Las palabras que acababa de decir se las había escuchado decir mil veces a mis padres. Ambos se lo repetían con frecuencia, uno al otro, y también, a mis hermanos y a mí antes de irnos a dormir. Nunca había sabido lo que significaban, hasta que un día dejaron de oírse en casa. Recuerdo que yo tenía dieciséis años cuando eso pasó. De repente mis padres se separaron, y automáticamente mi mene se cerró al amor. Llegué a la conclusión de que eso, que tanto me repetía, era verdad. El amor no existía, y pensé que mis padres tampoco me querían a mí, por eso comencé a verme con chicas para pasar el rato y olvidarme del panorama que tenia en casa.

Un año después, mi padre anunció que se casaba con otra mujer. Ese día me pareció un ser tan hipócrita, que me reí sin creerme lo que acaba de decir. Me reí en su cara, sin aceptar lo que acaba de oír. ¿Cómo mierda había dejado de "querer"  tan rápido a mi madre, y estaba lo suficientemente "enamorado" para casarse con otra tan solo trece meses después? No me cabía en la cabeza. Volviendo al tema, a él no le gustó ni un pelo mi actitud, y me plantó cara. Recibí una buena cachetada, que hizo dar un salto a mi madre y a mis hermanos, quienes estaban presentes también. Oli vino enseguida hacia mí, tacando mi mejilla, pero mi madre agachó la cabeza en vez de defenderme.

Fue en ese momento en el que dejé de creer en lo que es el cariño. Solo tenía a mis hermanas. Me fui de ese salón cargado de tensión, y fui a casa de una de mis compañeras de clase que sabía aliviarme a la perfección.

Bajo la piel // Lando NorrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora