Capítulo 3

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Terry

Había dejado a la pequeña Lys en la guardería Pasitos de bebé, y se había olvidado del asunto. No fue hasta que, cerca de las ocho le marcaron para que pasara a recogerla, ya que pronto cerrarían. Casi pregunta: ¿de qué hablan?, luego recordó que había dejado a la bebé con ellos.

Se despidió de Rosalía, no sin antes recordarle que terminara con los archivos pendientes.

Después de pasar a recogerla, les preguntó a las institutrices encargadas de la guardería si tenían recomendaciones para una niñera que pudiera cuidar de la pequeña, ya que él siempre estaba ocupado y no conocía mucho de bebés.

Le dieron miradas reprobatorias, que luego camuflaron con sonrisas compasivas, al explicarles que él se hacía cargo de la bebé. Lo que no les dijo, fue que se la habían dejado apenas una noche antes y que aún desconocía a la madre. Ellas le prometieron que le avisarían si sabían de alguien disponible.

—Por cierto, deberías comprar el asiento de coche para andarla cargando —mencionó Dalila, una mujer castaña, quien llevaba varios años de su vida dedicados al cuidado de infantes. 

Terry le sonrío, prometiendo que lo haría pronto.

Ellas también le dijeron que la pequeña Lys era un angelito, que se había sacado la lotería con una nena tan tranquila. No podía regresar a la oficina. Así que se fue directo al departamento.

***

«Angelito. Sí, claro, cómo no».

Estaba estresado, la cabeza le palpitaba. Estos últimos días había conseguido escasas horas de sueño, pues la niña solía despertar en la madrugada y no paraba de llorar en un largo rato. Las primeras veces, intentó calmarla paseándola de un lado a otro de la habitación, no obstante, las blancas paredes sin decoraciones ofrecían nula distracción. Por ahora estaba empezando a acostumbrarse, así que continuó su andar, susurrándole dulces palabras que pudieran calmarla. 

Al parecer el asunto del asesino no era lo único que le quitaba el sueño.

En el transcurso del día había examinado las cintas de seguridad que tenían disponibles, pero en ellas no encontró nada. Literal, parte de ellas había sido borrada. Y la que parecía que tenía el ángulo correcto, no servía.

No podía tener mejor suerte.

Los testigos eran el dueño de la panadería, y un borracho que regresaba a su casa, quien juraba que solo se había detenido un momento para orinar al lado del contenedor de basura. Al ver a la mujer, soltó tremendo grito, que casi se orina en los pantalones por la impresión. El dueño de la panadería lo escuchó y acudió al lugar para pedirle que dejara de gritar porque espantaba a sus clientes.

La sorpresa que se llevó el panadero al descubrir el porqué de los gritos del borracho. Marcó al 911 de inmediato, y ahí es cuando llegó la policía, no sin antes haber obtenido su cuota de mirones, atraídos por los gritos. Según Francisco, el panadero, le estaban impidiendo hacer su trabajo de manera normal. Que no tenía la culpa de haberla encontrado y se había negado en primera instancia a hacer su declaración.

—Discúlpeme, pero tengo un negocio que atender. No puedo ir a decirles lo que ya les dije y perder horas que bien podría usar haciendo otras labores —dijo Francisco, harto de la situación.

—Lo entiendo, sin embargo, debe venir con nosotros y firmar su declaración para ayudarnos con esta investigación, de lo contrario, vendrá con nosotros por obstrucción de la ley y como presunto sospechoso de homicidio —le informó Terry sin inmutarse.  

Muerte a cada pasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora