Diecinueve

438 69 27
                                        

Wanda no había terminado de visitar las tiendas de perfumería y mucho menos las boutiques cuando su reloj ya casi marcaba las seis, sabía que era muy probable el hecho de que Howard se hubiese vuelto histérico, casi juraba que podía oírlo soltar una perorata sobre los peligros de salir sola; pero es que estaba tan cansada del control, las restricciones, la preocupación absurda y desmedida. Estaba exhausta de ser tratada como la niña que no era. No necesitaba un guarda espaldas, necesitaba un amigo. Había llegado a Nueva York para poder respirar algo de aire fresco...si eso se podía decir del aire de la gran ciudad, aunque más allá de ello, no quería seguir aislada del mundo; encerrada en una jaula como solía reiterarle a su padre. Él mismo le había sugerido alguna vez lograr ver el mundo con los ojos de un artista, y es que Wanda tenía un alma colorida; capaz de hacer vibrar cualquier espacio gris que conociese, otorgándole un distintivo único y convirtiéndolo en algo armónico como los pintores a sus cuadros más famosos. Era una completa lástima que su padre se hubiese cerrado luego de la muerte de su madre. Era aún más triste para Wanda saber que nunca podría decirle a alguno de ellos que había logrado dar al menos un mordisco a esa gran manzana con la que tanto había soñado desde que él le hablaba de sus viajes cuando niña.

Sin embargo, el padre de Wanda; más que hablarle de la realidad vivida en carne propia, solo le había contado de la parte linda. Omitió todo lo demás referente a la gente y su crueldad natural, sobre todo lo que podría repercutir en una joven como ella. Simplemente restringiendo sus salidas a menos que fuera acompañada de Howard de un momento a otro, si era muy urgente. Pero Wanda no era de las mujeres que se quedaban de brazos cruzados. Era como su madre. Era una soñadora. Quería disfrutar de sus veintes, lucir un bonito vestido, quería bailar, reír, conocer personas, enamorarse...Y eso tal vez era algo que ya no veía tan lejano. Nada más debía fijarse en Natasha. Podría asegurar a ojos cerrados que no existía hombre en la tierra que la adorase más que su prometido. A lo mejor alguien encontraba a alguien que la mirase con la misma devoción algún día.

Siguió su caminata hasta estar frente a un escaparate. El maniquí estaba elegantemente posicionado para lucir el conjunto y los accesorios violetas que llamaron su atención. Entrecerró los ojos a consciencia, analizando si sería prudente gastar en tan despampanantes piezas una cantidad considerable de dinero; bajo el rango permitido, por supuesto. Tampoco era una derrochadora, aunque de vez en cuando se daba ciertos gustos. Y ese, sin duda, había sido algo que tenía tantos pro como contras. Su consciencia no la dejaría en paz si no se lo llevaba, y por otro lado, no era seguro que lo usara con frecuencia.

La venció el magnífico blazer a cuadros que hacía juego con las tonalidades de los zapatos; decidida a comprar, casi cruza la puerta si no fuera porque alguien tiró de ella con fuerza hacia atrás, cubriendo su boca con una mano áspera y tirando de su ante brazo con la otra; dirigiéndola hacia un callejón cercano.

En ese instante, Wanda pensó lo peor y su orgullo se había hecho añicos de solo pensar en lo que le podría suceder si en su cabeza no ideaba un plan de escape rápido. Su respiración era acelerada y no hallaba manera de calmarse, en primer lugar. Lo cual, era evidente, le imposibilitaba meditar sus opciones que ya eran limitadas. ¿Y si venía armado?

La respuesta a su pregunta llegó sola cuando sintió el filo de la hoja de una cuchilla contra el costado izquierdo de su cintura. Gimió de terror y cerró los ojos con fuerza, tanta como con la que sostenía su pequeño bolso. El problema era su cuerpo menudo y maleable, no podía zafarse del agarre de acero. Ni siquiera podía verle el rostro al degenerado.

—Shh. Tranquila, no te haré daño, preciosa...Si cooperas— su voz era áspera y nada gentil, hizo que Wanda se estremeciera de pies a cabeza y aún más cuando destapó con cuidado su boca para así poder hurgar en su bolso. Ella no sabía si gritar para pedir ayuda o permanecer en silencio, porque en cualquiera de los dos modos, él podría terminar por hacerle daño—. Veamos que tienes aquí. ¡Ah! Interesante; tarjeta de identificación, llaves...Aquí está. Es demasiado para unas manos tan pequeñas. Pero yo lo cuidaré muy bien. Y puedo hacer lo mismo contigo.

AMERICAN DREAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora