Cuatro

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Steve anotaba mentalmente todas las refacciones que le hacían falta al apartamento; sabía que Natasha nunca permitiría que le pagase otro lugar en condiciones más óptimas donde vivir. Y, aunque el lugar se estuviera cayendo a pedazos, nunca se arrepentía de volver. Ella se encargaba de que cada cosa estuviera en su lugar; clavar las tablas en el piso si estas se movían, pulir hasta el mínimo rincón para que este brillara, remendar todo lo que estuviera roto y llenar los espacios vacíos con  flores.

Definitivamente le hacían falta un par de capas de pintura, nuevas alfombras y también sofás. Mientras meditaba en ello sus ojos se desviaron hacia su figura esbelta; admitiría para sí mismo que le preocupaba. ¿Habría estado comiendo bien? ¿Por qué lucía más pálida? ¿Se habría estado desvelando?

Steve la siguió por el estrecho pasillo que llevaba a la habitación principal tenuemente iluminada por una vela, el ceño de ella se frunció con preocupación cuando tocó dos veces la puerta; asumía que quizá se estaba sintiendo algo culpable por despertar al hombre que parecía dormitar. Cuando este se removió sobre la cama, tanto él como Natasha sonrieron ampliamente.

—Hola papá—le susurró ella con voz dulcificada—, lamento haber llegado tarde, tuve que cubrir parte del turno de Sharon esta vez.

—Descuida, cariño. He tenido una larga siesta. ¿Cómo te ha ido?

—Más que bien. — le aseguró y giró su rostro para buscar a su amigo que se escondía tras el muro.

—¿En verdad?

—Sí, sí... Nada de qué preocuparse. Solo que... Te tengo una pequeña sorpresa. — le hizo una seña al soldado para que se aproximara, y él; tímido, avanzó hasta que su figura alta y fornida se iluminó parcialmente entre las sombras de la habitación.

Iván entrecerró los ojos para apreciarlo mejor e intentó reincorporarse fallando en el intento; desplomándose otra vez de golpe sobre la cama. Steve al ver que su esfuerzo le había costado más de lo que pensó, se acercó con rapidez hasta él para ayudarlo.

Natasha se llevó una mano al pecho en tanto se recuperaba de la impresión y volvió a observar a su padre con preocupación mientras su amigo procuraba atenderlo.

—Steven Grant Rogers. No pensé volver a verte. Mira cómo te has puesto de apuesto; al igual que yo cuando tenía tu edad— susurró apenas, intentando bromear y haciéndolo reír. Steve había llevado tanto tiempo desaparecido que tener la dicha de saber que estaba de vuelta era algo que dejaba a su inquieto corazón en paz—. ¿Acaso es que te has olvidado de nosotros?

—Eso jamás—prometió—. Lamento haber tardado tanto.

—¡Oh, muchacho! No importa cuánto, lo bueno es que estás aquí ahora— le dio un apretón, con tanta fuerza como le era posible transmitir, en el hombro; demostrándole que estaba feliz de verlo—. Natasha estaba muy preocupada por ti. Creyó por un momento que tú podrías...

—Jamás me iría sin decir adiós. — su mirada la buscó y la halló de pie junto a la puerta; casi tímida.

—Iré a la cocina, los dejaré charlar un rato. — dijo ella, antes de desaparecer con una sensación de nervios. Para Natasha no había cosa que le alegrara más que el que Steve hubiese vuelto; pero eso significaba que tendría que darle muchas explicaciones y no estaba lista para esa plática.

Cuando no hubo más rastro de la rubia, Steve se sentó junto a la cama de Iván y tomó su mano. Esta estaba fría y temblorosa. Sus ojos oscuros se alzaron hacia él como si estuviera viendo su rostro una última vez.

—Han sido tiempos duros. Natasha... ella ha estado trabajando mucho; turnos dobles, horas extra. Se esfuerza demasiado, pero sabes que nunca se le puede decir nada que la haga desistir cuando algo se le mete a la cabeza. A veces me gustaría no darle más preocupaciones de las que ya tiene.

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