Veinticuatro

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El corazón es un órgano poderoso; por ello, también, es el más frágil de todos. Howard supo que debía cuidar el de Wanda cuando dejó de latir el del señor Maximoff, sin embargo, olvidó ocuparse del suyo...La preocupación era algo que lo consumía lentamente y le era difícil distinguir si el dolor se debía a eso, o simplemente, que este estaba terminando por romperse.

No se había movido del Bar en lo que quedaba de la tarde, se suponía que ella había ido a desayunar con el sargento Barnes; mismo que no era de su entera confianza, aunque lo había estudiado bien y sabía que tampoco era un mal tipo, cosa que hacía a su estómago revolverse... Tan solo tenía la atención de Wanda. La pequeña Wanda. No había un día en el que no se sintiera como una aburrida constante en su vida. Ella quería ser libre, había nacido para extender sus alas y volar lejos del nido; era una romántica de convicciones fuertes. Ella solo estaba esperando a alguien que la amara y lo trágico, para él, parecía ser que lo había encontrado. No importaba cuánto tiempo lo conociera y cuánto llevaba ella conociendo a Barnes, sus ojos brillaban de un modo especial. Y entonces, si iba lejos, ¿Él dónde quedaba?

Wanda no había vuelto y Howard estaba al borde de la histeria.

—¿Gusta un té, señor? Ya ha pasado un tiempo y lleva todo el rato sin comer algo...Al menos para calmar los nervios.

—No gracias, Sherry.— declinó la oferta con un gesto de su mano. Algo muy vago, denotando que no tenía ningún interés en llevarse algo a la boca. Ni siquiera agua. No tenía cabeza para ello.

—La señorita Maximoff volverá, no tiene de qué preocuparse.

—Confío en ella, confío en que volverá. Es solo que es inevitable no estar al pendiente y la calle es peligrosa. Más cuando empieza a oscurecer.

—Ya es una mujer adulta, señor Howard.

—Solo la cuido. Desde que su padre se fue, ha tratado de hacer tantas cosas a la vez sin medir el riesgo.

—Es usted aún muy joven asumiendo una gran responsabilidad, y ella no necesita otro padre; necesita un confidente.

Era posible que un lado más soberbio hubiese aflorado antes y le hubiera dicho a Sherry que gracias, pero que no era necesario el consejo. Ahí, por entonces, no le quedaba más que asentir y aceptar que era por completo válido lo que decía.

—Lamento la tardanza— Wanda entró con un ramo de flores en la mano del cual ninguna de las dos personas perdió detalle—. He cenado ya, no se preocupen por mí.

Sonrió y pasó de largo, hasta que la voz severa de Howard la detuvo en el primer escalón. El rostro de Wanda se fue deformando en una expresión consternada.

—Se supone que solo irías a desayunar. Estuviste desaparecida durante horas, Wanda.

—Howard, no voy a discutir esto contigo. ¿Ahora piensas controlar cada segundo de mi vida?

—No...—exhaló despacio, buscando su mirada y encontrándola sin el brillo con el que llegó—. Solo estaba preocupado. No había modo de saber dónde estabas.

—¿Era eso lo que te preocupaba? ¿O el hecho de que haya sido que saliera con el sargento Barnes?— rió sin poder creerlo al ver cómo Howard desviaba la mirada—. No lo puedo creer. Nunca confías en mis elecciones. Pues para que lo sepas, es un caballero, amable y muy dedicado a su familia. Incluso tuvo el detalle de comprarme flores...Se sintió bien, por una vez, que alguien se interesara en mí y me regalara flores porque le agrado.

Wanda dio media vuelta y subió las escaleras sin más, dejándolo sin argumentos para rebatirla. ¿Tan menospreciada se sentía por él? Howard se preguntó qué era lo que no había hecho por ella.

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