Veintitrés

466 65 30
                                    

En la vida de James, decenas de mujeres lo habían hecho detenerse a mitad del camino; más no lo habían hecho perder el objetivo. Su mente siempre fue práctica y él era un conquistador; siempre fueron más cumplidos que promesas al aire, nunca tuvo problemas para seducirlas con una sonrisa o una frase que endulzara sus oídos. Pero como todo patrón en la vida de un hombre, este también acabó por romperse, o al menos así lo creyó cuando encontró los ojos de Wanda Maximoff. Lo había hecho perder el aliento y no era eso lo extraño, sino que ya le había sucedido más de una sola vez.

Verla de nuevo en la entrada del restaurante, simplemente, lo dejó pasmado. No porque Wanda fuese una mujer inalcanzable, era más el hecho de que a esa mujer inalcanzable también parecía gustarle él. En otras circunstancias diría que tenía la situación entre sus manos y no se atrevería a mover un solo dedo más si ya tenía a la chica, la cosa era que quería seguir haciéndolo. Conquistarla cada día si eso lo hacía merecedor de la mínima muestra de afecto por su parte.

Vestía un par de pantalones caqui de hace dos navidades— casi nuevos por el poco uso y con suerte las polillas no lo habían agujerado—, una camisa blanca, su corbata preferida y correas del mismo marrón oscuro de sus zapatos, cabello engominado y una sonrisa amistosa.

Bucky casi había olvidado como sonreír y el regresar a casa le había devuelto parte de esa felicidad que no pensó que podría recuperar. Compró claveles; para su madre, Rebecca y para Wanda. Solo los de ella eran color rojo, resaltaban con el bonito conjunto blanco que vestía. Temía que no aceptara aquellas flores sencillas y, por otro lado, temía que ella estuviese harta de las rosas.

Era cierto, lo estaba, fue lo primero que Wanda pensó al olfatear las flores; cautivada. Procuró vestir sus mejores galas aún si solo fuera a desayunar a un restaurante que le quedaba a unas pocas cuadras; decidió que quería pasear bajo el sol, oportunidad perfecta para vestir una falda corta, zapatos bajos y un sombrero de ala grande que cubriera sus rizos castaños que llegaban a la altura de sus hombros.

—Para ti—ofreció James—, sé que no es la gran cosa; pero creí que sería un lindo detalle que...

—Nunca nadie antes me había regalado claveles.

—¿No te gustan?—preguntó alarmado—. Si es así, yo puedo cambiarlas. Dime cuáles son tus flores favoritas. Las compraré ahora mismo. Dame ese ramo ridículo, lo desapareceré.

—James, calma—rió por lo bajo, encantada con su insistencia—. Son preciosos. Me fascinan.

—¿En serio?—parpadeó atónito y al mínimo segundo se recompuso, volviéndole a sonreír y ofreciendo su brazo para que ella lo tomara—. Entonces, sería tan amable de hacerme el honor...

—Sargento, es usted un hombre muy galante, se toma todo tipo de atenciones. ¿Así es como atrae a sus conquistas?

—¿Qué? No, no, no. Para nada—se detuvo y la miró a los ojos con pánico—. Créame, madame...es usted la primera.

—Solo estoy bromeando—ella volvió a reír a costa de sus nervios—. Es que, en realidad, ningún hombre antes se ha comportado así conmigo.

—Eso es imposible—susurró, sorprendido. Wanda no le dio una sola señal de que estuviera bromeando—. Entonces todos los hombres con los que se ha topado antes deben estar ciegos.

—Bueno, a excepción de Howard, pero él es como un hermano mayor. Ya sabes...sobreprotector.—suspiró aún incómoda con la discusión matutina que tuvieron en las escaleras.

—Entendería por qué. Espero estar a la altura.

—Eso depende, ¿Me llevará a desayunar a algún lugar muy exclusivo?

AMERICAN DREAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora