Las personas no tenían más de que hablar a excepción del glorioso triunfo de sus soldados en batalla y su intrépido intento de rescate durante los últimos diez meses. Al menos no habían dicho de quien se trataba, lo mínimo que pedía era discreción. Todo el bar se llenaba de murmullos entremezclados y risas; algunas más estruendosas que otras, de fondo se oían las copas chocar y el piano que servía de entretenimiento. La mirada azul solo barría la estancia con indiferencia como si no hubiese algo que lo motivara a estar allí. Había sido un viaje largo y cansado desde el campamento hasta el centro de Nueva York y lo único que anhelaba era descansar. Pudo haberlo hecho; pero estaba ansioso. Sus manos no paraban de temblar desde que supo que regresaría a casa y sus ojos, una vez que llegó y notó los edificios, buscaron en las calles abarrotadas el trayecto hasta ese lugar intentando hallarla sin resultado. Quiso correr y tocar la puerta del apartamento de su vieja amiga, quedarse y platicar hasta que el sueño lo venciera y lamentablemente había sido arrastrado con el resto de sus compañeros; Bucky se había vuelto insistente y devolverle la normalidad a su vida era algo que no podría negarle, por otro lado, Peggy no soltaba el agarre en su brazo porque nadie había dejado de felicitarlo. ¿Por qué? Se preguntó. Eso no quitaba la sangre de sus manos, no haría que cesaran sus pesadillas, la calidez del toque de otra persona no era nada comparado con sus manos frías aún si las apretaban con fuerza.
Ahora, rodeado de gente que hablaba sin cesar, solo quería salir corriendo. Podía ver a todos beber y divertirse, incluso bailar; pero no le apetecía, quería huir y volver a su lugar seguro. Era un suplicio, estaba tan ausente que ni siquiera sintió cuando su novia lo llamó, tan desentendido que apenas quiso tocar una hoja del periódico esa mañana, tan lejos de sentir más que repulsión por sí mismo.
—Steve. — lo llamó suavemente una vez más, haciéndolo espabilar finalmente.
—Lo lamento, estaba distraído. ¿Sucede algo?
Ella le sonrió, aparentemente comprensiva, dulce y con mirada culposa. Margaret no era una mujer que se paseara por lugares públicos de ese calibre, sin embargo sus ganas de estar con el capitán Rogers la habían hecho cuestionarse miles de cosas, entre esas tantas estaba acompañarlo a cualquier sitio que se le propusiera. Claro que esa vez no había sido Steve quien planteó la idea; más bien fue su equipo, lo cual no lo hizo negarse. A todo ello debía de agregar que los habían visto en público no el tiempo suficiente y que a pesar de ser su pareja por un buen tiempo, no estaba convenciendo a nadie al no tener un anillo en su dedo; cosa que la desanimaba. El último año habían peleado más de la cuenta y ahora que estaban bien aprovecharía esa oportunidad. Nunca la había dejado, después de todo. Nunca había corrido tan lejos.
—Solo quería saber si te apetecía bailar un poco... ¿o tal vez beber algo? No has dicho nada en casi todo el rato.
— Claro, te traeré algo de beber, si te parece.— ofreció distraído.
—No te molestes, yo ya— lo vio levantarse sin inmutarse ante esa pequeña corrección, como si quisiera escapar lejos de ella—... tengo una. — murmuró y siguió con la mirada la dirección hacia donde iba. La barra, por supuesto. Al menos tenía la buena intención de llevarle algo, y justo ahí vio a su prima. Sharon le sonreía amablemente, ella no se había molestado en ir a saludar porque bien sabido tenía que no era de su agrado y buscar problemas no era lo suyo. No era propio de una dama. Así que se mantuvo quieta. Le daba igual de todos modos.
Steve se acercó a la joven con una expresión amistosa, no se sentía extraño; Sharon Carter era amiga de Natasha y había coincidido un par de veces con ellos. Fue ahí cuando un deseo incesante por saber cómo se encontraba lo recorrió y decidió mostrarse un poco más abierto al momento de dialogar de lo que había sido en todo el día, tan solo por saber lo más mínimo sobre ella hasta que pudiera ir a verla a la mañana siguiente.
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AMERICAN DREAM
Fiksi PenggemarCuando la ley migratoria toma por sorpresa a Natasha Romanoff, todo lo que puede hacer es contar las horas antes abandonar su minúsculo apartamento, el cual ocupa con su padre enfermo. Pero antes de partir debe despedirse de la única persona que la...