Trece

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El despacho del asesor que les habían recomendado era espacioso, muy iluminado e intimidante desde como lo veía Natasha. Era un lugar elegante, muy sobrio y había una tensión en el ambiente; producto de la mirada del tipo que los evaluaba, conocido como Phil Andersen. 

La primera prueba consistía en pasar por el psicólogo; él debía de asegurar que se encontraban en condiciones estables de acuerdo a su comportamiento antes de derivar el caso y asegurarse de que la visitadora social cumpliese la otra parte antes de ir a un registro. Tal vez el proceso fuese aún más difícil si no fuera a convertirse en la esposa de un militar; pero seguía siendo rusa y eso no inspiraba confianza a las fuerzas Estado Unidenses. 

Su perfil psicológico, antecedentes, y cualquier otra información que fuese de utilidad no eran un problema. Natasha podía manejarlo sin nervios debido al tiempo que llevaba viviendo en la ciudad; pero entonces dijo: 

—Ingresó al país de manera ilegal. 

—Era una niña entonces, llegué a Estados unidos hace casi veinte años porque las condiciones eran precarias y para nada favorables; mi madre murió al momento del parto y mi padre hace unos días. Tengo veintitrés años, es casi toda una vida viviendo aquí. 

—¿Y no pensó en solicitar la nacionalidad?

El señor Andersen sabía a consciencia que ella estaba nerviosa, lo suponía por su tono de voz, el sudor frío que perlaba su frente y la manera en como apretaba la mano del soldado a su lado. El capitán Rogers se mantenía sereno y para nada perturbable en comparación, ofrecía una sonrisa pasiva y, en sus años de profesión, había visto todo tipo de fraudes como para reconocer la falsedad del asunto. Sin embargo, ellos no parecían una de esas parejas; la mujer se limitaba a contestar con sinceridad a pesar del pánico que se reflejaba en su semblante y con respecto al hombre...No dejaba lugar a dudas de que no fue algo precipitado. 

Estaba en un dilema, si fueran otras circunstancias la habría deportado, ¿Por qué elegir casarse justo en ese momento?, ¿En la cúspide del problema?

Su trabajo lo obligaba a ser recto y pensar con la cabeza fría, denotaba profesionalismo y experiencia a través de sus sabios ojos castaños y esas líneas de expresión en la frente producto de la presión de su labor. 

Natasha se relamió los labios una vez más y tomó aire, dándose el suficiente valor para proseguir.

—Mi condición no me permitía tramitar la documentación; mi trabajo no era fijo, mi padre cayó enfermo hace muchos años y tuve que buscar algunos empleos para poder costear las medicinas. Actualmente trabajo en un bar como personal de limpieza y entretenimiento de vez en cuando. 

—¿Qué tipo de entretenimiento?

—Soy cantante. Interpreto algunos temas los fines de semana. No es mucho, pero intento tomar todos los turnos posibles. 

—¿Cuándo se conocieron?— preguntó mientras apuntaba en su libreta con agilidad. 

—Mi madre vivía en un barrio de Brooklyn, nada como hoy en día. Los tiempos eran malos y yo tenía al rededor de diez años. El padre de mi prometida era muy cercano a mi madre y a mi, nos ayudó cuando más lo necesitamos, tiempo después me enlisté en el ejército; pero Natasha y yo siempre hemos mantenido contacto. Siempre hemos sido inseparables— contestó Steve con toda la confianza; entrelazando sus dedos y dejando una caricia sutil sobre estos—. Tiene lógica, ¿No lo cree? Toda una vida juntos no suena nada mal. Quiero que esté a mi lado siempre— Natasha se estremeció al notar su mirada intensa traspasándola por un momento prolongado; él parecía el tipo enamorado común y corriente, el que ves en la calle regalando flores, quien te cubre de la lluvia y te hace bailar, el que te dice cosas lindas al oído. Pero apara ella era solo Steve; Steve su amigo...Al menos eso era algo concreto en su mente y parecía difícil de distorsionar. No sabía con exactitud que podría pensar, entró en su papel de una forma muy realista—. Que mi futura esposa acceda a los beneficios que me corresponden es lo justo. La nacionalidad, sobre todo. Ella debe de quedarse. Somos una pareja estable. 

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