Nueve

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Las sombras creadas a contraluz apenas bordeaban su perfil, Steve; erguido en todo su porte, daba alusión a una figura imponente y Natasha retrocedió un par de pasos cuando lo dejó ingresar. Él cerró la puerta tras de sí, contemplando todo en absoluto silencio. Caminó sin preguntarle hasta el lugar en donde estaban las velas. Estaba nervioso, estaba asustado y estaba rogando no tener que precipitarse para impedir que se fuera. Ella era su amiga, la persona a la que conocía desde que era una niña; pero en ese momento era capaz de alejar todo pensamiento que lo atara a un pasado como el que vivieron lo cuál era doloroso porque significaba crear nuevos recuerdos sin basarse en algo tan puro como lo que tenían. 

La rubia se colocó de espaldas y de pie junto al sofá, aguardando a que encendiera una de las velas que estaban en el aparador y oyendo un reclamo aún inexistente dentro de su cabeza. Lo anticipaba.

—Sé lo que vas a decir.

—No, no lo sabes.

—No es un buen momento, Steve, todavía estoy intentando asimilarlo todo—su voz se quebró un poco, haciéndola sonar fina y aguda. Cerró los ojos y llevó una mano a su pecho para detener un posible llanto—. Hoy llegó la nueva dueña del bar y ni siquiera sé cómo decirle que debo renunciar, me dio un par de días para que me recupere; pero...dudo poder hacerlo.

—Natasha, por favor—se acercó y la tomó de las manos; ejerciendo leve presión con los pulgares sobre su pulso—, no hagas esto. No quieres. ¿Por qué te empeñas en resignarte? No es una causa perdida.

—Lo es para mí—negó, sus ojos comenzaron escocer y se soltó de su agarre—. Tienes que entenderme. Lo lamento, yo no sé cómo llegamos a este punto y de verdad te juro que habría querido pasar más tiempo contigo, pero significaría hacer más dura la despedida y no soy buena con ellas. No quiero despedirme de ti. No así. 

—Entonces no lo hagas.

—Para.

—No. Tienes historia aquí. Tenemos—intentó explicar, sin saber siquiera como empezar o que decir con exactitud. Las palabras solo brotaban con la esperanza de que dieran resultado—. No puedes huir de los problemas y fingir que todo estará bien aun si eso puede causar más daño del que te imaginas.

Al oír la desesperación en su voz y en sus gestos, ella misma entró en pánico. No iba a caer en eso, no podía cortar esa línea, no podía arreglar lo que ya estaba roto y lo sentía, pero darle el gusto de quedarse era imposible.

—Steve, no me entiendes—por primera vez decirlo sonaba tan real. Siempre había solido refugiarse en él, hasta entonces—. No hay salida.

—¿Qué hay de Sharon?, ¿Eh?, ¿Qué hay de Buck? Natasha, ¿Qué hay de mí?—sus ojos enrojecidos denotaban lo destrozado que estaba y aun así parecía más fuerte al querer luchar una batalla que no era la suya—. Tú me importas, si te vas estoy perdido... Y si no logro convencerte de que te quedes, entonces iré contigo.

—No puedes hacer eso, tú tienes un futuro. No vas a echarlo a perder. Comprende—le pidió al borde del llanto, acercándose de nuevo hasta donde su amigo estaba—, en un tiempo no me necesitarás, no me vas a recordar. Vas a llegar lejos, muy lejos—lo tomó del rostro húmedo. No sabía que él ya estaba llorando para entonces—, y no me vas a necesitar para eso.

—Siempre te necesito.

Y allí ella cayó en cuenta de que en realidad siempre habían sido tan solo dos. Natasha y Steve, Steve y Natasha. Los demás siempre tenían un lugar al cuál volver, pero ellos no, solo se tenían el uno al otro. Pues entonces ya era tiempo de que aprendiera a abrirse paso él solo.

—No eres un niño.

—Pero me siento como uno. Natasha no te vayas. Te suplico que no lo hagas, si tú quieres me pongo de rodillas en este momento.

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