XXVI

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Childe se había esperado de todo detrás de esas puertas, una silla de ejecución, una guillotina, tal vez a Pierro sosteniendo un hacha, listo para cortar su cabeza en cuanto pusiera un pie dentro. Pero fue mucho peor.

Pulcinella era quien lo esperaba. No parece tan malo, pero para Childe lo es. Hubiera preferido mil veces que fuera Pierro, el número uno de los once, por él no guardaba ningún respeto especial y cualquier cosa que él le dijera podía fácilmente darle igual.

En cambio, Pulcinella le había tendido la mano cuando su padre lo entregó a los fatui para que recibiera entrenamiento militar y, según sus palabras, se arreglara.

Los fatui eran muy estrictos en esa rama, llegando a dejar menos comida a propósito para que el más débil se quedara sin alimentos, de hecho, Childe se había quedado sin comer más de una vez.

Recuerda perfectamente su último combate en la arena. Ese día su padre había sido llamado a mirar el combate desde las gradas, así que quiso sorprenderlo, pensando que así volvería a casa con él. Para sorpresa de sus superiores y los soldados armados que lo enfrentaban, Childe los derribó con mucha facilidad.

Recuerda haberse girado para mirar hacia las gradas y sonreírle a su papá, pero él ya lo estaba mirando con horror y decepción, otra vez.

En contraparte de su padre, Pulcinella, que también había estado observando, estaba boquiabierto. Según le habían dicho, el último reclutado —Childe— llevaba al menos tres días sin alcanzar a comer, es más, Pulcinella estaba listo para intervenir en caso de que los soldados fatui empujaran al pobre niño al borde de la muerte.

Pero había quedado claro que ese niño no era débil bajo ningún concepto, ¿por qué tipo de cosas había pasado ese chico como para vencer a soldados armados estando él con las manos desnudas y el estómago vacío?

A partir de ese momento Pulcinella prácticamente se encargó de cuidarlo, dándole todas las comidas y asegurándose de que cumpliera con sus horarios de sueño. Childe siempre supo que Pulcinella solo lo estaba ayudando porque sabía que tarde o temprano podrían usarlo a su favor, pero aún así no pudo evitar verlo con respeto y admiración.

En cuanto Pulcinella consideró que Childe había adquirido hábitos saludables en su vida diaria se encargó de meterlo en los fatui, donde pronto ascendió a heraldo cuando la propia Tsaritsa lo reconoció como alguien "talentoso".

Pero ahora Childe estaba frente a Pulcinella sin saber qué hacer, porque estaba seguro de que bajo su máscara tenía una mirada decepcionada, seguramente idéntica a la que su padre había puesto ocho años atrás.

—Antes de que vayas con la Tsaritsa, habla conmigo. —Pulcinella hizo una pausa, esperando alguna respuesta de Childe. —No es una opción, te lo estoy ordenando.

Scaramouche le dio dos palmadas en el hombro a Childe y simplemente caminó hasta desaparecer en los pasillos. Al pelirrojo no le quedaba más que rezar "por favor, que alguien me pellizque". Y antes de que sus inútiles plegarias llegaran a ser oídas por algún dios, ya se encontraba siendo escoltado directo a una sala de interrogación.

—¿Por qué? —Pulcinella cuestionó en cuanto Childe se sentó del otro lado de la mesa.

—¿Por qué? —Childe repitió. —¿Por qué son ustedes los de las preguntas? Yo tengo muchas preguntas, ¿por qué les molesta tanto que tenga novio?

—¿Qué? —Pulcinella, incrédulo, se quitó la máscara y la dejó sobre la mesa. —Te estás confundiendo, a nadie le molesta que tengas novio, te aseguro que a la Tsaritsa no le interesa lo que hagas con tu intimidad. Lo que le molesta es lo que no hiciste y lo que eres capaz de hacer.

Cristalizado [Zhongchi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora