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Las cajas de zapatos vacías y polvorientas, apiladas en montones más anchos y altos que su cuerpo delgado, se tambalearon cuando apoyó la espalda contra ellas acercando al pecho las rodillas huesudas.
Respira. Tú solo respira. Respira.
Encajada al fondo del sórdido armario, se mordió el labio inferior sin atreverse a hacer ningún ruido. Mientras se concentraba en introducir en sus pulmones cada polvorienta aspiración de aire, notó que se le llenaban los ojos de lágrimas.
Ay, Dios, qué error había cometido, y la señorita Harang tenía razón. Era una niña mala.
Había intentado coger el tarro de las galletas sucio y manchado, el que tenía forma de oso de peluche, el que escondía aquellas galletas que sabían tan raras. Se suponía que no podía coger galletas ni ninguna otra comida por su cuenta, pero tenía tanta hambre que le dolía la tripa y la señorita Harang volvía a estar enferma y dormitaba en el sofá. No había volcado a propósito el cenicero de la encimera rompiéndolo en trocitos. Algunos tenían una forma parecida a la de los carámbanos que colgaban del tejado en invierno. Otros eran pequeños como astillas.
Lo único que quería era una galleta.
Sus hombros delicados se sacudieron al oír el ruido de la pared al resquebrajarse al otro lado del armario. Se mordió el labio con más fuerza. Un sabor metálico inundó su boca. Al día siguiente habría en el yeso un agujero del tamaño de la manaza del señor Shin, y la señorita Harang lloraría y volvería a ponerse enferma.
El suave chirrido de la puerta del armario retumbó en sus oídos como un trueno.
Ay, no, no, no...
Allí no tenía que encontrarla. Aquel era su refugio cada vez que el señor Shin se enfadaba o cuando...
Se puso tensa y abrió los ojos como platos cuando un cuerpo más ancho y alto que el suyo se deslizó dentro del armario y se arrodilló delante de ella. A oscuras no pudo distinguir sus rasgos, pero supo instintivamente -lo notó en la tripa y en el pecho- quién era.
-Lo siento -susurró.
-Ya lo sé. -Una mano se posó en su hombro. Su peso la reconfortó. Él era la única persona que no le importaba que la tocara-. Necesito que te quedes aquí, ¿de acuerdo?
La señorita Harang le había dicho una vez que él era solo seis meses mayor que ella, pero siempre le parecía mucho más grande y mayor porque a sus ojos ocupaba el mundo entero.
Asintió con la cabeza.
-No salgas -dijo él, y le puso en las manos la muñeca pelirroja que se le había caído en la cocina cuando rompió el cenicero y corrió a esconderse en el armario.
Estaba tan asustada que había dejado a Terciopelo donde había caído, y estaba muy angustiada porque la muñeca se la había regalado él hacía muchos, muchos meses. Ignoraba de dónde la había sacado pero un día había aparecido con ella, y ahora era suya y solo suya.
-Tú quédate aquí pase lo que pase.
Apretando con fuerza a la muñeca entre las rodillas y el pecho, asintió de nuevo.
Él cambió de postura, tensándose al oír un grito furioso que hizo temblar las paredes a su alrededor. Al oír su nombre gritado con tanta furia, ella sintió que un agua gélida le corría por la espalda.
Un leve gemido escapó de sus labios.
-Solo quería una galleta -musitó.
-No pasa nada. ¿Recuerdas? Te prometí que te protegería siempre. Tú no hagas ruido. -Le apretó el hombro-. Quédate quieta y cuando yo...cuando vuelva, te leeré un poco, ¿de acuerdo? Te contaré el cuento de ese conejo tan bobo.
No pudo hacer otra cosa que asentir de nuevo, porque a veces no se había quedado quieta y callada y jamás olvidaría las consecuencias. Pero si se quedaba quieta, sabía lo que pasaría. Él no podría leerle esa noche. Y al día siguiente faltaría al colegio y no estaría bien aunque él dijera lo contrario.
Se quedó quieto un momento. Luego salió del armario. La puerta del dormitorio se cerró con un ruido sordo y ella levantó la muñeca y la apretó contra su cara llorosa. Un botón del pecho de Terciopelo se le clavó en la mejilla.
No hagas ruido.
El señor Shin empezó a gritar.
No hagas ruido.
Sonaron pasos en el pasillo.
No hagas ruido.
Se oyó un golpe parecido a una bofetada. Algo cayó al suelo. La señorita Harang debía de sentirse mejor porque de pronto se puso a gritar. En el armario, sin embargo, el único sonido que importaba eran aquellos golpes, repetidos una y otra vez. Abrió la boca y gritó en silencio, con la cara pegada a la muñeca.
No hagas ruido.
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Dear Silence ▹ jjk
FanfictionUna historia sobre la amistad, el amor y encontrar tu propia voz. Ella aprendió que el silencio era su mejor arma. Él juró que siempre la protegería. Un relato luminoso sobre una joven valiente que lucha por expresar su verdad desde un refugio de si...