Capítulo 26

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Samuel

Ella no me había detenido, eso quería decir que, ¿podía seguir?, ella quería hacerlo conmigo sin un contrato de por medio y esa revelación me excito y me la puso dura como acero, estaba excitado y estaba feliz, hace tiempo que no estaba feliz, pero el saber que ella me había escogido a mí por encima de mi dinero era algo que me llenaba, seguí presionando mi polla contra su entrada, poco a poco se humedecía y me permitía entrar, la piel de sus pechos era suave, hundí mi rostro entre ellos y los besé con devoción.

En un arranque de excitación desenfrenada mordí uno de sus pezones, "¡ah!", un pequeño grito se escapó de su boquita de muñeca y en lugar de preocuparme si la había lastimado, me había calentado más, sentía que las bolas me iban a estallar, esperaba que no la hubiera lastimado, era lo que menos quería, quería hacerla disfrutar, con mis codos me sujeté para no dejarle todo mi peso encima, pero estaba volviéndome loco, debía enterrarme en ella ya.

"¡Joder!" maldijo mi hermosa muñeca rubia cuando la penetré, su interior era cálido, húmedo y apretado, empecé a embestirla con más fuerza y a proferir maldiciones mientras escuchaba sus excitantes gemidos, su voz siempre me pareció sensual, pero ahora me parecía sublime, escuchar sus sonidos de satisfacción mientras la hacía mía me tenía volando la cabeza, ella me tomó del rostro y enterró sus uñas entre los mechones mojados de mi cabello, su mirada verde era fuego y se fundía en la mía.

"Eres mía Carla... siempre serás mía" dije posesivamente, era una declaración, ella sería mía, jamás la alejaría de mí, la necesitaba, era mi salvavidas, era lo único que me hacía sonreír, lo único que valía la pena en mi solitaria vida, no podía seguir conteniéndome más, seguí haciéndole el amor, seguí impactando mi cuerpo contra el de ella con ímpetu, de todas la formas posibles, el chasquido de nuestros cuerpos al golpear uno con otro hacía eco en la habitación, era un sonido lascivo y sucio que me parecía como el canto de ángeles, de seguro me estaba ganando el infierno, pero no me importaba si Carla era mi tortura.

El final de nuestro encuentro sexual llegó a su fin con un fuerte orgasmo que me hizo vaciarme en ella, su cuerpo tembló debajo del mío, caí por completo sobre ella, mi cabeza descansaba sobre su pecho agitado, el sudor hacía que nuestros cuerpos se sintieran pegajosos y la sensación de calidez me invadió, sus manos de nuevo se enredaron en mi cabello y sus uñas se deslizaron suavemente haciéndome perder la conciencia y hundirme en un profundo sueño en donde solo el sonido de su corazón y su respiración era lo único que podía percibir, aparte del olor a sexo que invadía nuestra habitación.

Carla

El sexo había sido alucinante, tenía mucho tiempo sin disfrutar de una buena sesión, los últimos encuentros habían sido con idiotas que habían pagado por mis servicios y que me habían utilizado solamente para satisfacer sus más bajos instintos, era asqueroso y siempre buscaba distraer mi mente para no sentir, era como un maniquí ausente, incluso en alguna oportunidad había hecho la lista del mercado en mi mente para no ser consciente de mi realidad.

Pero esta vez, Samuel tenía toda mi atención, tenía mi mente, mi cuerpo y para mi conflicto, también tenía mi corazón, ese que ahora había logrado regresar a sus latidos normales luego de explotar en un orgasmo abrasador, Samuel me había hecho cenizas, su piel caliente y sudada se pegaba a la mía, su cabeza estaba recostada sobre mi pecho y un suave ronquido salía de su hinchada boca, estaba completamente dormido, y en lugar de fastidiarme el hecho de que se quedara dormido después de haberme cogido como lo había hecho, me parecía de lo más sensato, era un momento tan pacífico y no se necesitó mucho para que yo también cayera rendida, mis ojos se cerraron y un sueño tranquilo me envolvió.

Pero todo lo que sube, debe bajar, Samuel era como una montaña rusa y la vuelta había acabado, él me había despedido y debía alejarme, todavía no sabía cómo le explicaría a Sandra lo sucedido, tampoco quería enfrentar la despedida, no podía decirle adiós a Samuel viéndolo a los ojos, esos ojos que me habían consumido un par de horas atrás, cuando desperté su cuerpo laxo estaba sobre el colchón junto a mí, nos habíamos movido y ahora él estaba boca abajo, podía ver los surcos rojizos que mis uñas habían dejado sobre su espalda, podía ver su cuerpo tonificado y su hermoso culo apuntando al techo.

Dama de compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora