Capítulo 28

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Carla

Ander trabajaba en sus cambios de humor, pero eso no significaba que los tuviera completamente a raya, no era un santo ni tampoco el Dalai Lama, era un chico normal con altos y bajos, pero aquí, se sentía seguro, porque las personas que trabajaban en la residencia estaban más que capacitadas para manejar toda su mierda, si no era mamá, Ander no respondía y eso me preocupó en el momento en que ella murió, sus momentos de ira y depresión se volvieron más profundos, mi trabajo de medio tiempo en la cafetería no era suficiente, además mi padre empezó a beber cada vez más y la plata de su jubilación iba para la compañía productora de whisky.

Pero la paz del recinto había sido vulnerada por Samuel García y su escena de macho alfa dominante, eso había descolocado a Ander y a todos los que se encontraban ahí, los trabajadores lo habían seguido intentando detenerlo, de seguro había hecho un desastre adentro, me era tan difícil entenderlo, en un momento era dulce, en otro demandante, al siguiente segundo estaba caliente y luego montaba una escena de celos, me tenía mareada y con los pensamientos alborotados, no digamos mi corazón que parecía colapsar cada vez que lo tenía cerca.

"¿Quién mierda es este?" había preguntado segundos antes de que Ander lo noqueara, no estaba segura de cómo había sucedido, Ander estaba conversando tranquilamente conmigo, incluso había creído que no se percataba del bullicio del rededor, lo atribuía a los posibles medicamentos, pero él estaba aún más atento que yo, fue todo tan rápido y a la vez tan lento, Ander se levantó despacio y estiró su puño que impactó justo en el rostro de Samuel, cayó de inmediato, como un costal de patatas, nadie dijo nada, ni siquiera Ander que volvió a sentarse como si nada hubiese sucedido. La única que reaccionó, evidentemente, fui yo.

"¡Joder Ander!" dije mientras me dirigía al suelo para auxiliar a un Samuel completamente desvanecido, su nariz sangraba, al parecer mi hermano se la había roto, Ander permaneció inmutable, sin prestar atención a mi reclamo y mucho menos al hombre en el suelo, "Marcelo, André, ayúdenme a levantarlo" ordenó Andrea que también había seguido toda la escena, los dos hombres se acercaron y lo levantaron llevándolo adentro, "¿lo conoces?" preguntó y en ese momento quise negarlo como San Pedro, pero se veía tan indefenso y vulnerable.

Sus ojos estaban cerrados y sus largas pestañas rozaban sus mejillas sonrosadas, había una pequeña capa de sudor que hacía que su piel brillara, sus pies estaban descalzos y la sudadera que traía puesta, que parecía ser un par de tallas menos, estaba abierta y manchada con algunas gotas de sangre, también había sangre en su pecho desnudo, el líquido rojo seguía saliendo a borbotones de su nariz, "sí... es mi..." me detuve en seco, ¿qué era Samuel?, no podía decir que mi jefe, me había despedido, tampoco éramos amigos, mucho menos algo más.

Andrea sonrió de forma comprensiva y ordenó al par de enfermeros que lo llevaran a una habitación, la chica nueva de recepción también pareció compadecerse de mi rostro compungido y se ofreció para acompañar a Ander, quien ordenaba de nuevo las fichas de dominó, mientras yo seguía al hombre dueño de mi desbalance emocional, agradecí con un asentimiento de cabeza y una pequeña sonrisa y luego caminé tratando de ignorar todas las miradas que me seguían con cada paso que daba.

La hemorragia se había detenido, Andrea se había encargado de limpiarlo y curar el corte que el puñetazo de mi hermano había causado en su nariz, dijo que esperara que era cuestión de minutos para que reaccionara, al parecer todo estaba bien, de seguro se despertaría con dolor y confundido, pero no había nada serio, agradecía por eso, lo menos que quería o que necesitaba era que Ander tuviese problemas por esto, aunque la verdad es que la culpa era toda del hermoso idiota al que contemplaba sentada en una silla.

Lo seguí observando con intensidad, quería tratar de entender lo que sucedía en su mente, su sueño era diferente a las veces que habíamos dormido juntos, esta vez se veía inquieto, lo atribuía al golpe que le habían propinado, pocos segundos después de soltar un quejido, despertó desorientado, su respiración empezó a acelerarse y se sentó de golpe en la cama, parecía estar a la defensiva, tal vez lo último que recordaba era a los enfermeros perseguirlo.

Dama de compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora