Carla
El viaje de vuelta a su apartamento fue silencioso, a pesar de que le había dicho sinceramente que perdonaba su indiscreción, Samuel seguía incómodo, tenía esos ojos de cachorro culpable de nuevo, en verdad no me había molestado para nada la conversación que había sostenido con Guzmán, sabía perfectamente lo que era, era una prostituta y trabajaba para una agencia, así que no me importó darle el número de Sandra y recomendarle a Lucrecia, de seguro mi amiga disfrutaría de las atenciones del rubio, era un millonario descarado y ella era perfecta para él.
"¿Estás enfadado?" pregunté, tal vez le había molestado mi interacción con su amigo, Samuel era un hombre extremadamente territorial, era algo que había descubierto en éstos últimos días, me miró con el ceño fruncido, estábamos en un silencio incómodo en el elevador, faltaban muy pocos pisos para llegar hasta el penthouse, "eres tú quien debería estar enfadada" dijo agachando la mirada, era extraño verlo así, por lo general, Samuel era imponente y seguro.
"No tengo por qué estarlo, sé perfectamente lo que soy Samuel" dije con obviedad, eso pareció perturbarlo aún más, el sonido de la campana del elevador nos hizo desviar la mirada, las puertas se abrieron indicándonos que habíamos llegado, Samuel me cedió el lugar para que saliera primero, así que eso hice, cuando ingresamos coloqué la bolsa con todos los suvenires que habíamos comprado del Atletic y me dispuse a tomar una ducha.
Samuel permaneció todo el tiempo en silencio, solamente me seguía con la mirada, estaba un poco nerviosa, no iba a negarlo, pero también estaba tranquila, no había hecho ni dicho nada malo, solamente la verdad, por muy incómoda que esta fuera, era algo a lo que debíamos acostumbrarnos, era algo que al final de todo esto separaría nuestros caminos, un millonario con una prostituta solo era posible en las películas.
El cuarto de baño prácticamente era mío, Samuel solía usar el de visitas para darme el tiempo que necesitara, así que encendí la llave y llené la bañera, me quité la ropa e ingresé en el agua caliente y espumosa, estaba sudada y un poco cansada de tanto gritar, pero la verdad me había divertido en el estadio, la compañía de Omar también había sido agradable, la pantalla de mi móvil se encendió y el nombre de Lu apareció, así es que me dispuse a contestar su llamada, sequé mi mano con una toalla y deslicé el botón verde.
"Te amo, te amo, te amo, te amo" dijo de forma efusiva, sonreí de inmediato, tenía la leve idea de que el rubio ya la había reservado, pero me hice la desentendida, "no serás la única con un millonario" dijo luego de informarme que efectivamente Guzmán había llamado a la agencia y la había solicitado a ella explícitamente, para Lu el ser prostituta parecía ser más sencillo, no parecía tener un conflicto como algunas veces yo solía tenerlos, tal vez por llevar mucho tiempo en esto ya estaba resuelta y no le daba más vueltas.
Conversamos por bastante tiempo, no habíamos podido hacerlo por la interminable agenda que Samuel y yo debíamos cumplir, pero había querido hacerlo desde el momento en que había salido de la agencia cuatro días atrás, le hablé sobre su nuevo empleador, ella chillaba de emoción, Guzmán era atractivo, divertido y confiable, en verdad no me había molestado para nada cuando me pidió que le recomendara a alguien, se escuchaba sincero cuando se había disculpado y había dicho que no buscaba ofenderme.
Luego de que mis dedos se pusieran como pasas, decidí que lo mejor era salir del baño, abrí la ducha para eliminar toda la espuma de mi cuerpo y me enredé en una toalla, salí hacia la habitación y me coloqué de nuevo la sudadera de Samuel, aún faltaban algunas horas para la cena, así es que no me preocupé por nada más, además Cayetana y Patrick habían enviado ya sus instrucciones, todo estaba listo, solo debía aguardar por que llegara la hora de partir.
Samuel
"Sé perfectamente lo que soy Samuel" sus palabras no dejaban de rondar mi cabeza, su voz había sido resuelta y segura, no había un ápice de duda y eso me había revuelto el estómago, como dije antes, no juzgaría a Carla por su oficio, no era un hipócrita, lo que me perturbaba era el hecho de que ella tal vez ni siquiera había llegado a pensar que tal vez podía optar por algo mejor, era inteligente, joven, bonita, podía ser más que solo una prostituta.
Mis pensamientos eran como una pintura de Albert Oehlen, llena de trazos desordenados y agresivos, yo mismo estaba perpetuando su oficio al pagar por sus servicios, todos éramos unos malditos hipócritas, la sociedad, mi familia, yo. Además, con qué moral le había reclamado a Guzmán su indiscreción, yo no había sido distinto, le había prometido a Carla jamás volver a herirla y había sido lo primero que había hecho, odiaba incumplir mis promesas, me hacía pensar que no era diferente a mis padres.
Ingresé a la habitación para tomar el traje que utilizaría para la cena de hoy, la ducha la tomaría como siempre en la habitación de al lado, la risa de Carla se podía escuchar desde afuera, al parecer sostenía una conversación con alguien, ya suficiente la había cagado así que no me inmiscuiría en su llamada, aunque la curiosidad por saber quién era la persona que la hacía reír de ese modo me estaba comiendo por dentro.
Por un momento quise pegar mi oreja a la puerta, incluso tomé la perilla de la puerta en mis manos, quería entrar y volver a disculparme, quería entrar y saber con quién hablaba, estaba avergonzado, celoso, enfadado, todo al mismo tiempo, enfadado conmigo, enfadado con la persona misteriosa al otro lado del teléfono, enfadado con mis padres y enfadado con nuestra realidad, esa que me decía que un millonario y una prostituta jamás podrían ser.
Tomé todo con rabia en mis manos y caminé hacia la otra habitación, encendí la llave de la ducha graduándola en lo más caliente posible, mis hombros estaban tensos, todos mis músculos estaban tensos así es que había elegido agua caliente, tal vez eso ayudaría a relajarme un poco, el agua en mi rostro pronto me supo salada, estaba llorando, hacía mucho tiempo que no lloraba, pero todo esto me superaba, la recordaba a ella y mi incapacidad de protegerla, al igual que con Carla había sido un cobarde.
Respiré profundo y traté de recomponer mi desastre, debía alejar todos los pensamientos pasados y el dolor que me causaban, debía cumplir con mi palabra, ser el padrino de bodas de Nano y dejar de herir a Carla, sequé mi cuerpo con una toalla y me coloqué el albornoz, me senté a la orilla de la cama y cogí mi teléfono, busqué su número y marqué, sabía que no iba a contestar, nunca lo hacía, pero hablar con ella me hacía sentir mejor, así es que hice lo que siempre hacía, dejé un mensaje de voz y terminé la llamada, faltaban unas horas para que Carla y yo asistiéramos a la cena, así es que solo me recosté, cerré los ojos y esperé a que el tiempo pasara.
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Dama de compañía
Hayran KurguSamuel: Un solitario millonario Carla: Una dama de compañía Una boda y muchos secretos