Dos semanas más tarde, los X-men habían preparado un plan para reunir a Anne Mary y Kurt sin sacarla a ella de México. Esperaron hasta la fecha en que se volvía a celebrar el Día de Difuntos en la ciudad de Guadalajara, donde vivía Anne Mary. Necesitaban de un día de mucha agitación en las calles, con mucha gente yendo y viniendo enfiestada o ebria. Sólo así podrían separar a la muchacha rubia de su estricta tía, la señora Julia, que la acompañaba día y noche y nunca la dejaba sola porque la creía enferma.
Esa noche, como cada vez que había una fiesta popular, la señora Julia y sus cuatro hijas llevaron a Anne Mary a recorrer las calles, para distraerla un poco y para que disfrutara de la fiesta. Las seis mujeres salieron disfrazadas de ángeles, con grandes alas de papel y túnicas blancas cubriendo sus cuerpos. Anne Mary caminaba entre sus parientas como si no entendiera lo que pasaba a su alrededor. Desde que se había separado de Kurt se mostraba distraída y ajena a todo. La señora Julia estaba temiendo que ya nunca más recuperaría el sentido común y la trataba como a una enferma incurable, dándole mucho amor y protegiéndola todo lo que podía.
Por esa razón la bondadosa mujer se llenó de angustia cuando en medio de la multitud se toparon con un grupo de turistas locos. Los dirigia una mujer pelirroja y un hombre alto, que llevaba lentes oscuros aunque era de noche. Junto a ellos caminaban cuatro adolescentes que se interpusieron entre Anne Mary y las otras cinco mujeres vestidas de ángeles. Los desconocidos empujaron en direcciones opuestas, alejando a la joven rubia de sus parientas y haciéndola desaparecer entre la multitud.
La señora Julia trató de correr tras Anne Mary y los adolescentes gringos le cerraron el paso, mientras el hombre con gafas y la mujer pelirroja guiaban a la joven rubia lejos de allí. Anne Mary quedó impactada, mirando atónita al hombre de las gafas, y pidió:
—Déjame ver tus ojos.
—No, no —respondió Scott Summers caminando a toda prisa para poner más distancia entre ellos y la señora Julia—. No soy el que buscas, pero te llevaremos con él.
Entraron en una taberna sucia y oscura. Allí no había nadie más que un borracho dormido sobre una silla y apoyado con medio cuerpo sobre la mesa del fondo del local. Previamente habían elegido y preparado ese lugar para que Kurt se apareciera y se presentara. Jean le pidió a Anne Mary que se sentara y la joven rubia eligió la mesa más cercana.
Scott sacó el comunicador y le informó a Kurt Wagner que ya estaban listos. Al momento el mutante azul apareció junto a la mesa con un sonoro chasquido «¡BAMF¡». El sonido de la aparición hizo que el borracho despertara y mirara con ojos vidriosos lo que estaba pasando.
Anne Mary miró a Kurt a los ojos. No le importó su color azul, ni sus orejas puntiagudas, ni sus colmillos filosos. Solamente se fijó en que aquel hombre que acababa de conocer tenía ojos amarillos, ojos como los que ella buscaba hace tanto tiempo. Se puso de pie de un salto y se lanzó a abrazar a Kurt.
El mutante azul la recibió sorprendido y al abrazarla tuvo que tener cuidado de no arrugar sus alas de papel.
—¿Me recuerdas? —preguntó confuso.
—No sé quién eres —contestó Anne Mary—, pero sé que te amo. Lo siento en mi corazón: te amo.
—Será mejor que vayan a hablar donde nadie los vea —sugirió Jean Green—. Esta taberna es un desastre y nadie viene, pero de todas formas podría entrar alguien que los vea.
—Ya hay alguien que los ve —advirtió Scott Summers indicando al borracho que miraba espantado al mutante azul.
—Está ebrio —dijo Jean—. Nadie le va a creer lo que diga. Pero por las dudas es mejor que se vayan.
Kurt abrazó tiernamente a Anne Mary y desapareció junto con ella, dejando en su lugar una nube de humo negro que olía fuertemente a azufre. Jean y Scott abandonaron el local sin decir nada más y el borracho se quedó mirando con la boca abierta.
El amanecer del siguiente día iluminó las casas del pueblito de Santa Cruz a orillas del río Sereno, al sur de México. Allá se habían refugiado Kurt Wagner y Anne Mary Jones. Encontraron un cuarto desocupado en el campanario de una vieja iglesia que ya no tenía campanas y que quedaba a orillas del perezoso río. Solamente las palomas subían hasta allí. Sin embargo, la pareja encontró una cama hecha de paja, con mantas y sábanas dejadas en el lugar por el sacristán, que a veces dormía en ese espacio. También se veía una repisa con algunos objetos personales: una botella de tequila, una navaja de afeitar y una radio reloj. Por desgracia la radio se puso a sonar a las cinco de la mañana, despertando a los dos enamorados que dormían en la cama.
Una canción de Luis Miguel se escuchó en todo el cuartucho, desgranando sobre la pareja dormida las palabras de un bolero:
Si nos dejan
Nos vamos a querer toda la vida
Si nos dejan
Nos vamos a vivir a un mundo nuevo
Yo creo que podemos ver
El nuevo amanecer
De un nuevo día
Yo pienso que tú y yo
Podemos ser felices todavía.
Las mantas cubrían completamente a los dos amantes, de modo que si alguien subía hasta allá no habría podido asustarse con el aspecto de Kurt. Sin embargo la cola de Kurt se dejó ver saliendo por la orilla de la sábana. Se levantó hasta la radio reloj, envolvió al aparato sujetándolo firmemente... y lo arrojó por la ventana. La radio, todavía encendida —ya que funcionaba con pilas— cayó directo hacia las aguas del río. Sólo se libró de hundirse porque aterrizó sobre una barcaza que transportaba arena y ripio hacia un puesto de venta de áridos. Sobre la cumbre del montón de arena quedó la radio sonando así:
Si nos dejan
Buscamos un rincón cerca del cielo
Si nos dejan
Haremos con las nubes terciopelo
En ese mismo momento, en la ciudad de Guadalajara, la señora Julia buscaba desesperadamente a Anne Mary. Y en la sucia taberna donde los dos enamorados se habían reunido, el borracho había encontrado a alguien más que quería oír su historia. Durante toda la noche habían sido muchos los que le pedían que contara lo que había visto, y algunos le invitaban buenos tragos para estimular su lengua. La luz del día lo encontró entreteniendo a las gentes con su relato.
—Tan cierto como que estoy aquí sentado —dijo saboreando el tequila que le habían dado—. Una mujer disfrazada de ángel entró a la taberna con dos amigos gringos y en ese momento apareció el mismo diablo y se la llevó. Así: zaz... apareció envuelto en una nube de azufre, todo pintado de azul, con una cola larga y las patas torcidas. Abrazó a la mujer ángel y la raptó ¡Delante de mis propios ojos!
Mientras tanto la radio reloj se alejaba del campanario, cantando:
Y ahí, juntitos los dos,
Cerquita de Dios
Será lo que soñamos.
Si nos dejan
Te llevo de la mano corazón
Y ahí nos vamos.
Si nos dejan
De todo lo demás nos olvidamos.
Si nos dejan
Si nos dejan.
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Los ojos de Nightcrawler.
FanfictionNightcrawler se ve obligado a enfrentarse con Magneto y está a punto de perder la vida, pero inesperadamente encuentra una amiga que lo ayuda y que no le teme, es más, lo considera hermoso a pesar de su piel azul y de todas sus mutaciones. En menos...