Parte 5: Nightcrawler en el orfanato

432 46 1
                                    


El Ave Negra descendió sobre la azotea del edificio que se ubicaba frente al orfanato de Santa Marta. El hogar para menores tenía un tejado puntiagudo que no permitía aterrizar sobre él. Por fortuna el edificio de la otra acera ofrecía una terraza amplia y plana, ideal para bajar en ella.

Kurt Wagner abandonó el moderno avión y apareció en la azotea con un sonoro chasquido (¡BAMF!). Su aparición produjo una espesa nube de humo negro, cargada de olor a azufre. Siendo un mutante teleportador, Nightcrawler no necesitaba esperar a que la nave aterrizara. Sólo se teleportó hasta la azotea y dejó que el Ave Negra se alejara hacia el cielo de color tinta, lleno de estrellas.

Llevaba puesto su uniforme de los X-men, más un abrigo, sombrero y zapatos para ocultarse. Faltaban veinte minutos para las 11, así que Kurt sólo perdió un momento buscando un lugar despejado y oscuro donde aparecer. Parado al borde de la azotea, miró la fachada del orfanato y el estrecho callejón que corría al lado derecho del edificio cúbico. Con otro súbito chasquido, se teleportó hasta la entrada del callejón y comenzó a caminar por el costado del edificio.

Aunque la pared del orfanato estaba llena de ventanas con barrotes de hierro, todas estaban oscuras y cerradas a esa hora de la noche. Una sola luz salía de la única ventana abierta a la altura del segundo piso y de esa ventana también salía una estridente voz femenina:

—¡Estuviste robando azúcar otra vez, Jim! ¡Chiquillo desobediente! ¡Te advertí lo que pasaría si volvía a pescarte en la despensa!

Y luego, Kurt escuchó el sonido de un duro golpe, propinado con una vara y seguido por un apagado quejido de dolor.

Kurt se detuvo en seco y miró a la ventana abierta. El sonido de un segundo golpe lo hizo decidirse y procedió a quitarse el sombrero, el abrigo y los zapatos.

Sin nada que lo camuflara, Nightcrawler trepó por el muro de ladrillo, llegó hasta la ventana y miró a su interior.

Pudo ver una despensa llena de repisas, donde una monja alta y flaca, con cara de bruja, estaba parada frente a un muchachito gordo y rubio, de unos diez años de edad. La monja era la hermana Christina y estaba golpeando la mano abierta del niño con una vara de madera. Nightcrawler no pudo resistir la tentación de intervenir.

Se teleportó al interior de la bodega y apareció frente a la monja con su chasquido de siempre (¡BAMF¡), envuelto en una espesa nube de vapores negros que despedían olor a azufre.

Saludó con una malévola sonrisa, que le permitió mostrar los filosos colmillos, y preguntó con tono burlón:

—Dígame, hermana: ¿Si debemos dejar que los niños vayan con Jesús, con quién deben ir los adultos que maltratan a los niños?

Nightcrawler sabía que la gente solía confundirlo con un demonio por su apariencia tan singular y por su cola. La gente se espantaba al ver que tenía cola y en ese momento volvió a pasar. La hermana Christina soltó la vara de madera dando un grito de terror y salió corriendo como una loca. De verdad creyó que el mismo diablo había venido a buscarla para llevársela al infierno.

Nightcrawler rio complacido y sólo entonces se dio cuenta de que el niño gordo y rubio seguía estando en la despensa. Kurt adoptó una actitud menos amedrentadora y preguntó amablemente:

—Tú eres Jim, ¿verdad?

—Sí, soy Jim. ¿Viniste a llevarme al infierno?

—No creo que sea necesario. Tú ya tuviste suficiente castigo por lo que hiciste.

El niño miró la vara tirada en el suelo y la pateó con profundo desprecio.

—No me lastimó —dijo levantando la barbilla en un gesto desafiante—. La hermana Christina no me asusta con sus castigos... ¡Y tampoco me asustas tú!

—Eres muy valiente —aceptó Nightcrawler—, pero tu castigo no está en la vara, sino en tu propio cuerpo. ¡Mírate! Te estás poniendo gordo como un elefante. Si sigues robando azúcar te vas a quedar atorado en la puerta.

—¡No soy tan feo como tú!

—Oh —se rio Nightcrawler perversamente—, es que yo he hecho cosas mucho más malas que robar azúcar.

Y en ese momento los interrumpió la voz regañona de la madre Encarnación, que se paró en la puerta de la despensa y desde ahí dijo:

—Su apariencia no tiene nada que ver con sus travesuras, señor Wagner, o sería usted bastante más feo. —Apuntó a Nightcrawler con su bastón y siguió regañándolo—: ¿No le da vergüenza asustar así a una pobre monja desprevenida? La hermana Christina está en la enfermería con un ataque de histeria.

—Lo siento mucho —se disculpó Kurt—. No pretendía causar problemas.

Jim los miraba pasmado, creyendo que la madre Encarnación tenía el valor de venir a regañar al mismo diablo. Pero, lo que era más increíble todavía, al parecer el diablo acababa de disculparse frente a ella.

Viendo la confusión del niño, la religiosa entró en la despensa y explicó:

—El señor Wagner es un mutante, Jim. Su cuerpo es así por la voluntad de Dios. En cambio tú... tú no puedes decir lo mismo. ¿Cómo esperas seguir tu dieta reductora si sigues comiendo tanta azúcar?

—Ya estoy cansado de comer zanahorias —se quejó el chiquillo.

—¿Prefieres seguir siendo el niño más gordo de la escuela? ¿Quieres ser el que llega último en todas las competencias?

—No, madre.

—Entonces regresa a tu habitación. Y que no vuelva a encontrarte en la despensa.

Jim salió corriendo de la despensa y Nightcrawler quedó solo con la anciana religiosa, que lo miró como si fuera un niño demasiado travieso.

En ese momento el mutante azul comprendió que se había metido en un buen lio. Él era un invitado que debía comportarse bien para ganarse la cooperación de la madre superiora. Pero en lugar de tocar a la puerta con educación, había entrado por la ventana, como un bandido, y había asustado a dos personas. Ahora no sabía cómo disculparse frente a la madre Encarnación. 

Los ojos de Nightcrawler.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora