Parte 19: Un micrófono en la mansión X

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Los dedos de Wolverine se cerraron sobre el brazo de Kurt, tratando de empujarlo hacia la puerta. Pero Nightcrawler se soltó con un fuerte tirón y se separó de Logan solamente un segundo, apenas un breve instante. Y eso fue todo lo que necesitó para hacerse humo... ¡Bamf!

Antes de que Wolverine pudiera reaccionar, Nightcrawler ya estaba en la otra esquina de la habitación. Y al segundo siguiente había vuelto a desaparecer, para reaparecer colgado del techo. Desde allí saltó sobre Wolverine y lo derribó con la fuerza de su peso. Logan cayó al suelo con el burlón mutante azul sobre su pecho y ni siquiera tuvo tiempo de sacar las garras. Kurt volvió a desaparecer, dejando a Logan tirado en el suelo, y apareció otra vez cerca de Anne Mary.

—¿Ya lo ves? —preguntó muy ufano—. Te dije que podía teleportarme a cualquier lugar. —Tomó el brazo de la muchacha y ofreció lleno de entusiasmo—: Ven conmigo. Te va a encantar conocer nuestro avión.

—No creo que él nos deje —contestó Anne Mary asustada, viendo que Wolverine se ponía de pie con un salto ágil y corría hacia ellos enfurecido.

—¿Quién? ¿Logan? —preguntó Kurt, mostrando los filosos dientes de su boca en una sonrisa burlona—. No te preocupes... es un gatito.

Y desapareció llevándose a Anne Mary, justo en el momento en que las manos de Wolverine iban a alcanzarlo. Wolverine se volvió hacia atrás y vio que sus compañeros lo estaban mirando pasmados, en un silencio lleno de reproches. Tormenta cruzó los brazos y se burló diciendo:

—¿Tratabas de atrapar un teleportador con las manos vacías, Logan? ¿Olvidaste tu cerebro en tu habitación?

—Andando, gatito —se burló Cíclope—. Kurt ya está a bordo del Ave Negra como querías.

—¡No me llames gatito! —gruñó Wolverine, rojo de rabia, y salió de la habitación rumbo a la puerta del departamento.

—¿Será buena idea llevar a Anne Mary a la mansión X? —preguntó Jean preocupada.

—Más que buena —opinó Tormenta—. Así sabremos que estará segura mientras Xavier decide qué hacer.

Cuando estaban a punto de salir, Kitty se detuvo y dijo:

—Un momento. Olvidé traer el abrigo de Kurt.

—El abrigo está sobre la cama —dijo Jean—. Yo lo vi, pero ya no sirve. Está roto.

—Eso es porque una parte de la tela quedó dentro de la pared —explicó Kitty—. El profesor Xavier quiere ver el efecto de la fusión de los átomos o algo así. Me lo dijo por telepatía y me pidió que no olvidara llevar el abrigo.

La chiquilla de largo cabello negro regresó al dormitorio, tomó el abrigo y metió la mano en la pared, buscando hasta que encontró el pedazo de tela que faltaba. Lo que Kitty no sabía era que el micrófono de Magneto continuaba pegado a ese pedazo de tela.

El aparato había estado inactivo durante todo el tiempo que Kurt estuvo en el departamento de Anne Mary, pero en el momento en que salió fuera del cemento, el micrófono volvió a funcionar. De esa manera, los terroristas escucharon todo lo que dijeron los X-men en los próximos días.

Por desgracia, Xavier dejó el problema de estudiar la tela del abrigo para más tarde. Primero se encargó de hablar seriamente con Nightcrawler y Anne Mary, explicando todo lo que habían averiguado sobre Melissa y Boa. Mientras hablaba, el pedazo de tela que contenía el micrófono estaba sobre su escritorio y transmitía sus palabras hacia Magneto. El líder terrorista se enteró de la existencia de este mutante del tiempo con poderes increíbles y de inmediato comenzó a hacer planes para atraparlo. Supo, además, que Melissa no tenía poderes, pero el viejo boa cuidaba de ella y haría cualquier cosa por protegerla, lo que abría una posibilidad de chantajear a Boa.

Después de explicarles la difícil situación en la que se encontraban, Charles habló con Nightcrawler y Anne Mary acerca de su relación. Les comunicó su temor de que Anne Mary fuera molestada por los fanáticos antimutantes o por los terroristas de Magneto. Finalmente, hizo que Kurt comprendiera cómo había puesto en peligro su sistema de seguridad y les advirtió que, a partir de ese momento, la mente de Anne Mary debía ser vigilada constantemente.

—¿Estarán leyendo mis pensamientos todo el tiempo? —preguntó ella, desconsolada.

—No todos —la tranquilizó el profesor Xavier—. Sólo aquellos que tengan relación con algún mutante. Por desgracia, mi computadora no puede detectar a los terroristas de Magneto y debemos vigilarte directamente, sin ayudas electrónicas. Cuando veas algún mutante, tus pensamientos advertirán a la persona que te vigila. Jean y yo nos turnaremos para tener una parte de nuestra mente concentrada en ti. Y, por supuesto, cuando Kurt te acompañe dejaremos de preocuparnos.

Anne Mary no quedó nada contenta con la situación, pero la aceptó sabiendo que al menos así podría seguir viendo a Kurt.

Durante los próximos dos meses, el mutante azul fue el hombre más feliz del mundo. Parecía tener un optimismo casi suicida, pero comprensible: estaba enamorado. Iba tan seguido al departamento de Anne Mary que terminó por trazar una ruta de teleportación desde la cocina de la mansión X hasta la casa de su novia. Conocía cada punto seguro donde podía aparecer tres kilómetros más allá y luego otros tres kilómetros más allá, hasta llegar a su destino.

Anne Mary siempre lo recibía encantada y echaba de menos a su novio cuando él no estaba allí. Les gustaba ir al parque tomados de la mano. Se sentaban a la sombra de un árbol, hablaban y se besaban, pero nunca iban más allá. Anne Mary era muy tímida y religiosa, y respetaba los mandamientos de su fe. Su religión, lo mismo que la de Kurt, prohibía las relaciones prematrimoniales.

Eso los llevó a hablar de matrimonio y de inmediato estuvieron de acuerdo en casarse cuanto antes. Sin embargo, se encontraron con un obstáculo inesperado: el cura de la parroquia más cercana les explicó que no podía casarlos mientras Anne Mary fuera metodista. Y el pastor metodista dijo que no podía casarlos mientras Kurt fuera católico.

Cuando estuvieron de vuelta en el departamento, Anne Mary dijo:

—No quiero que renuncies a tu fe. Amo todo lo que eres y no quiero que lo cambies por obligación. Prefiero cambiar yo.

—Yo tampoco quiero que cambies —respondió Kurt—. Buscaremos una solución. No te preocupes.

Y así pasaban los días como novios castos, pero la tensión iba creciendo entre ellos y resultaba obvio que pronto se dejarían llevar por lo que estaban sintiendo, sin importarles lo que dijeran sus respectivas religiones.

Los ojos de Nightcrawler.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora