Parte 2: Un día especial en la mansión X

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Al día siguiente, desde muy temprano, había una gran agitación en la Escuela de Talentos del profesor Xavier. Los muchachos irían de excursión a las montañas y estaban felices. Eso era motivo de celebración porque estarían lejos de las miradas de las personas curiosas. Allí, en medio de la naturaleza, podrían practicar sus poderes sin freno y jugar todo lo que quisieran. Al menos ese era el plan.

La Escuela de Talentos del profesor Xavier era una simple pantalla. En realidad se trataba de un asilo para mutantes, donde los niños y jóvenes eran preparados para controlar sus poderes y obtener su máximo rendimiento. Allí había de todo: mutantes metamorfos, voladores, magnéticos, invisibles o pirokinéticos. Todos ellos debían mantenerse ocultos a la vista del público, porque los mutantes eran temidos y perseguidos.

Pero no sólo los jóvenes eran admitidos en las instalaciones de la mansión X. También había muchos adultos nómades que habían encontrado un lugar en ese pequeño mundo. Wolverine había llegado pretendiendo estar de paso, pero ya llevaba tres años allí y no parecía dispuesto a marcharse. El año pasado, además, había llegado Kurt Wagner, el mutante azul, a quien le habían dado el nombre clave de Nightcrawler.

Xavier le había pedido a Kurt que formara parte del equipo de profesores que acompañarían a los muchachos en su viaje a las montañas. Nightcrawler había aceptado de muy buena gana, porque rara vez podía abandonar la mansión durante las horas del día. Kurt era un caso triste: su mutación era tan grave que deformaba todo su cuerpo. Fuera de tener la piel azul, Wagner tenía manos de tres dedos, colmillos filosos y orejas puntiagudas. Y lo peor de todo era la cola larga y delgada que le daba la apariencia de un demonio. Con una figura como esa, Wagner no podía salir a la calle. De inmediato lo identificaban como mutante, o peor, creían que era el mismo diablo.

La excursión a las montañas sería el momento ideal para que él también pudiera disfrutar de un día al aire libre.

Por la mañana llegaron cinco autobuses y los choferes se retiraron dejando las llaves. Cada uno de los miembros del equipo tomó la dirección de un vehículo y partieron rumbo al alejado valle que iban a visitar. Tormenta guiaba el primer autobús, Jean Green el segundo, Wolverine el tercero, Coloso el cuarto y Cíclope el quinto. Kurt Wagner no podía conducir: su cara azul no debía verse a través del parabrisas. Nightcrawler simplemente abordó el quinto autobús y se sentó en el asiento de atrás, tapando su cara con un sombrero. Pero rápidamente los niños lo rodearon y trataron de hacer que les prestara atención.

—¿Señor Wagner, está dormido? —preguntó la pequeña Jenny, una simpática mutante magnética.

—¿Señor Wagner, cuánto falta para llegar? —preguntó Richard, aunque acababan de salir de la mansión X. Richard podía correr a grandes velocidades y le gustaba que todo sucediera de inmediato. Detestaba tener que esperar.

—¡Martin me quitó mi mochila! —protestó Susan, señalando a un muchachito pecoso que tenía la habilidad de atraer objetos lejanos.

En una circunstancia normal, Kurt habría desaparecido. Su poder era la teletransportación y podía trasladarse en un segundo a cualquier lugar que quedara dentro de una distancia de tres kilómetros. Pero ahora no podía abandonar el autobús y los niños seguían insistiendo.

—Será mejor que les contestes, Kurt —dijo Cíclope desde la parte delantera—. No te van a dejar en paz hasta hacerte hablar.

Kurt fingió no haberlo escuchado. Un muchachito de color, llamado David, se sentó a su lado y preguntó:

—¿Señor Wagner, por qué tiene cola? Yo también soy teleportador y no tengo cola.

—¡La cola te va a salir cuando crezcas! —le gritó Martin, que se estaba destacando como el más travieso.

Eso hizo reaccionar a Kurt. Se quitó el sombrero de la cara y respondió la pregunta de David:

—Tú nunca vas a tener cola. Solamente yo tengo cola y la traigo desde que nací.

A partir de entonces se fueron todo el viaje conversando y Kurt se sorprendió al notar que lo disfrutaba. Rara vez hablaba con otras personas. Su mejor amigo era Cíclope e incluso con él hablaba poco. Debido a su mutación, Nightcrawler se había acostumbrado a vivir entre sombras, siempre escondido y siempre en silencio. Eso había comenzado a cambiar en la mansión X, pero los cambios definitivos todavía tardarían un poco. De momento Kurt estaba disfrutando de un agradable paseo hacia las montañas en un autobús lleno de niños inquietos, curiosos y con super poderes. ¿Qué podía salir mal?

Mientras tanto la mansión X había quedado libre de niños y se veía hermosa a la luz de la mañana. El profesor Xavier revisaba unos documentos en la oficina cuando recibió la llamada de la madre Encarnación. La religiosa le contó todo lo que había visto y le preguntó si podían hacer algo por la niña.

—¿Qué edad me ha dicho que tiene Melissa? —preguntó el profesor, sintiéndose muy interesado en el caso.

—Calculamos que tiene doce años —contestó la madre—-. Ella no sabe dónde ni cuándo nació.

—Bueno, pues entonces creo que se equivoca. Una niña de doce años jamás podría mover cosas tan grandes, menos si mueve tantas como usted dice. Sólo las personas adultas tienen el poder suficiente para hacer algo así.

—¿Entonces cómo explica lo que ha pasado?

—Tal vez se trate de un mutante adulto que se acerca a la niña sin ser visto.

—Usted podría descubrir a ese mutante si tuviera a la niña cerca.

—En eso tiene razón. Creo que debemos traerla a la mansión X.

—Me gustaría que alguna persona católica se ocupara de ella.

—Sólo tenemos una persona católica en nuestro equipo: el señor Wagner. Pero él es un mutante.

—No me asustan los mutantes. Dígale que quiero hablar con él.

—Es de color azul.

—Tampoco me asustan los colores.

—¡Tiene cola!

La madre Encarnación se rio suavemente y contestó:

—Eso no será ningún problema mientras sea un buen católico.

—Es uno de los mejores que he conocido.

—Me gustaría invitarlo a venir al orfanato. Sólo para asegurarme de que estoy dejando a esos dos niños en buenas manos.

—El señor Wagner no puede salir a plena luz del día. Tendrá que ser por la noche. A las 11 si es posible.

—Lo estaré esperando esta noche. La puerta de mi oficina da a la calle posterior. Podrá entrar sin ser visto.

Se despidieron amablemente y Xavier sonrió al pensar lo que diría Kurt Wagner cuando le informara que le había arreglado una entrevista con una monja.


Los ojos de Nightcrawler.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora