Parte 9: Una amiga inesperada

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¡BAMF! Nightcrawler apareció levantando los brazos para taparse la cara. Todo quedó en silencio y el mutante azul comprendió que por un milagro había aparecido fuera de la pared que había presentido. Sentía la muralla a dos centímetros de su espalda. ¡Se había salvado por muy poco!

Lo primero que hizo fue arrodillarse y darle gracias a Dios. Luego abrió los ojos para ver en dónde estaba. Era una habitación en desorden. Junto a la pared opuesta se veía una cama revuelta e iluminada por una lámpara. El resto de la habitación quedaba en sombras y Nightcrawler notó que había alguien junto a la cama.

Una figura oscura se pegaba contra la pared opuesta, tanteando con su mano para encender la luz principal, aunque esa no era una buena idea. Cuando esa persona asustada viera a Nightcrawler a plena luz se asustaría más todavía.

—No, espera... —comenzó a decir el mutante azul, pero fue demasiado tarde.

La luz principal se encendió y Nightcrawler pudo ver a la persona que estaba allí. Era una muchacha de unos veinte años de edad, aunque en ese momento parecía una niña asustada. Iba vestida con un casto camisón blanco y su pelo rubio caía suelto sobre sus hombros. Respiraba agitadamente y abría mucho sus grandes ojos verdes.

—No te asustes —trató de tranquilizarla Kurt y solamente empeoró las cosas. Su ronca voz con marcado acento alemán asustó más a la muchacha, que gritó y salió corriendo de la habitación.

Nightcrawler trató de detenerla. Se puso de pie con intensión de saltar y atraparla, tapando su boca para que no gritara y despertara a los otros ocupantes del departamento. Pero en el momento de levantarse, Kurt sintió un fuerte tirón en los faldones del abrigo y escuchó el sonido de la tela al desgarrarse. Miró hacia atrás y vio lo que ya temía: una parte del abrigo se había materializado dentro de la pared y, cuando Kurt la tiró, esa parte se separó del resto de la tela. ¡Y lo peor de todo era que la punta de su cola también había aparecido dentro de la pared, impidiéndole moverse!

Un estruendo de platos rotos le hizo suponer que la muchacha había corrido a esconderse en la cocina. Kurt se arrodilló tratando de decidir qué hacer. No se atrevía a teleportarse porque no sabía lo que podía ocasionar. Al tener la punta de su cola atrapada en el concreto, podía desaparecer llevándose toda la pared... o todo el edificio. Nightcrawler no quiso arriesgarse y decidió que lo único que le quedaba era rezar. Sacó el rosario que siempre llevaba en el bolsillo interior del abrigo y recitó fervorosamente el Salmo 91.

Cuando terminó de rezar se sintió fortalecido y sereno. Abrió los ojos y vio que la muchacha había regresado y lo estaba escuchando atentamente desde la puerta abierta. Nightcrawler le sonrió y ella pareció sentirse más segura. Caminó hasta el centro de la habitación y se sentó en el suelo frente a Kurt, inspiró hondo y preguntó:

—¿Eres un ángel?

Nightcrawler consideró que la pregunta era ridícula y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no reír. A lo largo de su vida lo habían llamado diablo, monstruo, bestia y hasta mono, pero nunca lo habían confundido con un ángel, porque la comparación era absurda. Abrió los brazos para que ella lo viera bien y preguntó sarcásticamente:

—¿Acaso parezco un ángel?

—No lo sé. ¿Has visto un ángel alguna vez? ¿Puedes decirme cómo lucen?

—Cierto —aceptó Nightcrawler—. Nunca he visto un ángel, pero sé que son muy hermosos. No es mi caso, como ves.

—No es tan simple —insistió ella—. La verdadera belleza no se ve con los ojos... y tus palabras sí que eran hermosas.

—¿Conoces el Salmo 91? —Kurt sonrió complacido.

—Un poco. Mamá solía recitarlo cuando yo tenía miedo. —Cerró los ojos y luego dijo—: No me gusta hablar de eso. Me gustaría saber a qué has venido. ¿Por qué apareciste en mi habitación?

—Vine aquí por error. Tuve un accidente. Me habría ido antes de que lo notaras, pero aparecí mal y mi cola quedó pegada a la pared.

—¿Tu cola?

La muchacha miró hacia abajo y abrió los ojos llena de sorpresa. Luego dijo:

—Perdona. No había notado que tienes cola.

Kurt se sintió confundido. Su cola era bien visible en ese momento y, sin embargo, la muchacha no la había visto hasta que él la mencionó. ¿Por qué? Había una sola razón para que ella no hubiera visto su cola y esa razón era algo muy raro, algo que nunca le había pasado antes al mutante azul. Casi sin poder creerlo, preguntó:

—¿Me estabas mirando a los ojos?

—Es lo más correcto, ¿no?

—Eres muy especial, ¿lo sabías? —dijo Kurt alegremente—. ¿Cómo te llamas, amiga?

—Anne Mary, Anne Mary Jones. Es un nombre muy corriente.

—Es un hermoso nombre, Anne Mary. Yo soy Kurt Wagner, y soy un mutante teleportador. Puedo transportarme de un lugar a otro. Así fue como aparecí aquí.

—¿Los mutantes son... son algo así como la oveja Dolly? No, espera. Dolly es un clon. ¿Los mutantes son... alteraciones genéticas?

—Así es —confirmó Kurt—. Tenemos un gen que nos hace mutantes, nos da poderes especiales y algunas veces deforma nuestros cuerpos.

—¿Quieres decir que son muchos? ¿Hay otros mutantes como tú?

—No exactamente iguales a mí, pero sí somos muchos y estamos organizados. ¿No has visto las noticias que hablan sobre nosotros? —preguntó Kurt sintiéndose intrigado.

¿Sería posible que Anne Mary no supiera nada sobre los mutantes? ¿Acaso trataba de engañarlo? La miró fijamente y en sus ojos de intenso color verde sólo vio sinceridad. La respuesta de la muchacha confirmó su suposición:

—No tengo televisión ni radio. Cuando murió mi madre las tiré o las regalé. No me acuerdo.

—¿Cuánto tiempo hace que murió tu madre?

—Tres años, poco más o menos.

—¿Y vives sola desde entonces?

—Me gusta más así. La soledad no daña, la gente sí.

—Lo sé —confirmó Kurt pensativamente y no se le ocurrió otra cosa que decir, pues él también había pasado muchos años encerrado en un monasterio por temor a la gente.

Desde el mismo momento en que se conocieron, se estableció una conexión casi mágica entre Kurt Wagner y Anne Mary Jones. Eran dos almas solitarias, dispuestas a aceptarse sin temores ni prejuicios, porque al formar una pareja podían escapar a su soledad. En cuestión de minutos se hicieron amigos y antes de una hora ya se miraban con ojos de amor.

Los ojos de Nightcrawler.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora