Parte 7: Melissa y su hermano Nicky

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 La oficina de la madre Encarnación parecía una confortable salita con sillones, sillas, un sofá y una delicada mesita de centro. Sólo un escritorio casi oculto en la parte de atrás recordaba que se trataba de una oficina. Las ventanas estaban cubiertas por gruesas cortinas verdes que ocultaban los feos barrotes y las paredes estaban vacías de adornos y repisas, dándole al lugar un aspecto sencillo, pero acogedor.

Mientras tomaban café, la madre Encarnación explicó más detalladamente lo que ya le había dicho al profesor Xavier. A través del micrófono, Magneto se enteró de la existencia de Melissa y mentalmente llenó de insultos a Sapo por mandarlos tras la pista equivocada.

La madre Encarnación estaba diciendo:

—Melissa y su hermano Nicky llegaron al orfanato hace ocho semanas. Calculamos que la niña tiene doce años y el bebé tiene ocho meses, según lo que dijo el pediatra. Melissa lleva al niño a todas partes; es como una madre para él. Ella no recuerda dónde estuvieron antes de llegar aquí. La policía los encontró vagando por las calles y nosotros hemos tratado de ayudarles. Vivían de lo que robaban en los supermercados. Al parecer no tienen a nadie que se ocupe de ellos.

—La mejor ayuda que pudo darle a Melissa fue llamar al profesor Xavier —dijo Nightcrawler con convicción—. Nuestra organización puede ofrecerle un ambiente donde ya nadie la perseguirá. Pero debo advertirle que el profesor Xavier no cree que Melissa sea mutante.

—Sí lo es. Estoy segura —dijo la anciana monja en tono firme y decidido—. La he visto hacer cosas que sólo un mutante podría hacer. Debería ver los objetos que aparecen en su habitación.

—¿Objetos metálicos? —preguntó Kurt, barajando la posibilidad de que se tratara de una mutante magnética.

—Lo que en realidad los distingue es su antigüedad. Parecen salidos de un museo. Aparecen relicarios, relojes de cuerda, jarrones de bronce y cosas mucho más grandes, como un armario lacado y una mesa tallada. Incluso vimos un caballero medieval, con su armadura completa, caminando por los pasillos. Muchas hermanas dijeron que era un fantasma y nos dio un gran susto.

Magneto inmediatamente pensó en un mutante que podía controlar objetos del pasado. Una especie de mutante del tiempo que también tuviera poder sobre acontecimientos ocurridos en otras épocas, como la aparición de los volcanes. Por desgracia Kurt Wagner pasó por alto esa información y siguió hablando sobre las características de Melissa:

—Aun así, el profesor Xavier no cree que la niña sea mutante y lo que acaba de decir me lo confirma. Melissa es demasiado joven para hacer todo eso que describe. Para mover algo tan grande como un armario se necesita el poder de un mutante adulto. Una niña de doce años sólo podría mover objetos pequeños, como alfileres y botones.

—Pero los mutantes pueden atravesar paredes y levantar camiones. ¿Por qué Melissa no podría mover algunas cosas?

—Porque el gen mutante se desarrolla en la adolescencia. Los niños no tienen poderes.

—¿Nunca se ha dado el caso de un niño mutante?

—Solamente se sabe de dos excepciones: Magneto, el líder de los terroristas, podía doblar vigas de acero desde los nueve años. La otra excepción es el profesor Xavier, que podía mover objetos con la mente desde los cinco años. Ambos son ahora los mutantes más poderosos del mundo. Si esta niña fuera como ellos, seguramente llegaría a superarlos. Pero el profesor Xavier cree que no. Él piensa que un mutante adulto se acerca a Melissa de vez en cuando. Tal vez se trate de un pariente o un amigo de la niña.

—Nadie ha venido a preguntar por ellos —explicó la madre Encarnación—. Ni familiares, ni amigos, ni vecinos. Y Melissa no recuerda a su familia.

En ese momento tocaron a la puerta y entró una monja joven, de cabello rubio y ojos grises. Llevaba en las manos un casco vikingo que dejó sobre la mesita de centro, diciendo:

—Encontramos esto en la habitación de Melissa. Las hermanas de la congregación dicen que es obra del diablo. Están empezando a pensar que la niña está endemoniada.

—¡No digas tonterías! —la reprendió severamente la madre Encarnación—. El señor Wagner ha venido para ayudarnos con el problema de Melissa.

La joven monja se aproximó tendiendo la mano y Nightcrawler se puso de pie para saludar. Pero al extender su extraña mano azul de sólo tres dedos, la monja retiró su mano tan rápidamente como si se hubiera quemado. Luego comprendió lo descortés que había sido y se obligó a volver a tender la mano, estrechando cálidamente la mano de Kurt.

—Lo siento mucho, señor Wagner —se disculpó avergonzada—. Es que no estoy acostumbrada a tratar con mutantes.

Nightcrawler trató de mirarla a los ojos, pero la joven monja mantenía la vista fija en la extraña mano azul. Era un problema que Kurt Wagner tenía todo el tiempo: la gente jamás lo miraba a los ojos. Prefirió ocuparse de lo suyo y pidió:

—¿Sería posible traer a Melissa hasta acá? Tal vez al hablar con ella podamos averiguar si la niña tiene contacto con otras personas.

—Hermana Margarett —pidió la madre Encarnación—, por favor vaya a buscar a la niña y dígale que quiero presentarle a alguien. Y adviértale sobre el aspecto del señor Wagner para que no se sorprenda.

La joven monja salió despidiéndose amablemente y regresó quince minutos más tarde con Melissa y Nicky. La hermana Margartett se retiró cerrando la puerta y Melissa miró asustada al mutante azul, abriendo mucho los ojos y sosteniendo en brazos al pequeño niño.

En lugar de asustarse con Nightcrawler, Nicky rio feliz y extendió sus manitos, encantado. Inmediatamente Melissa avanzó hacia Nightcrawler y pidió:

—Disculpe, señor. ¿Sería tan amable de tomar en brazos a mi hermano Nicky? Parece que usted le agrada.

Kurt recibió al pequeño niño negro en sus brazos. Nicky miró la cara de Nightcrawler con fascinación, levantó su manito de palma rosada, la posó sobre la nariz de Kurt y soltó una alegre carcajada. Entonces sucedió un fenómeno inexplicable: los envolvió una brillante luz, parecida a un relámpago, y luego las paredes de la oficina se llenaron con pinturas que representaban burlones demonios del tamaño de un hombre, con patas de cabra, cuernos y colas. Estaban bellamente pintados al óleo y la pintura se veía seca. Nightcrawler le devolvió el niño a Melissa y fue a tocar una de las figuras, preguntando:

—¿Tú hiciste esto, Melissa?

—No, señor. Yo no hice nada —respondió la niña asustada.

—Tal vez pensaste que tu hermano quería ver más gente con cola, como yo, y trajiste estas pinturas sin darte cuenta. —Nightcrawler pasó su mano sobre la muralla y comentó—: Conozco estas pinturas. Pertenecen a la Inquisición Española; las pintaban en las paredes para asustar a los prisioneros que pretendían interrogar. ¿Sabes algo acerca de la Inquisición Española, Melissa?

Pero la niña no alcanzó a responder, porque el casco vikingo comenzó a vibrar violentamente, haciendo un ruido de traqueteo que interrumpió la conversación.

Nightcrawler comprendió al instante lo que estaba pasando y trató de tomar su comunicador para pedir ayuda. El casco se levantó flotando en el aire y salió disparado, volando directo hacia Nightcrawler con la fuerza de una bala de cañón. El mutante azul logró esquivarlo y el casco se estrelló en la pared, partiendo la cara de un burlón demonio que estaba pintado allí. Nightcrawler corrió hacia la madre Encarnación, tomando a Melissa del brazo.

—¡Es Magneto! —gritó enroscando su cola sobre el brazo de lareligiosa—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Los ojos de Nightcrawler.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora