Capítulo 18: Cuatro de Ocho

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¡ERES UN ERROR!

Puede sonar increíble, pero hay palabras que una vez escuchadas nunca se pueden olvidar. Palabras que recibe tu corazón en vez de sólo tus oídos, calan tan duro y tan hondo que se vuelve imposible sacarlas. Tanto que ni siquiera lo intentas, y el recuerdo solo permanece, susurrandote de vez en cuando.

Lo comprendí en ese momento, mientras abrazaba mis rodillas, protegido por la cobija de mi hermano.

Yo comprendi varias cosas.

La primera, es que ante los ojos de mis padres... Mi hermano era un error y una estupidez que cometieron de adolescentes.

La segunda, y la que nunca me hará dejar de sentir un nudo en el pecho era que no sólo lo consideraban como tal... Si no que también empeñaban cada día de sus vidas para dejarselo en claro.

Y esa era la que me hacía enojar.

Comprendi por qué mi hermano nunca nos acompañaba en ninguna de las comidas del día, por qué jamás iba a eventos familiares, por qué cuando salíamos en familia él tenía algo que hacer... Por qué se la pasaba la mayoría del tiempo encerrado en su habitación.

Y era esa segunda cosa la que encendía la llama de un miedo amenazante en mi corazón.

El sonido de la puerta de la habitación abriendose me hizo temblar. Cayé mi sollozo, escuchando como esta se cerraba.

—¿Daniel?—era la voz quebradiza de mi hermano, y no pude contener el llanto silencioso.

Sus pisadas se acercaron, y la manta que me refugiaba se elevó en el aire.

—¿Qué estás haciendo?

Tenía la mejilla roja, al igual que sus ojos, pero la piel de su rostro estaba completamente seca, ninguna lágrima se había derramado.

—¿Daniel?

—Y-Yo...

No pude soportarlo, mi puchero se hizo cada vez más grande y rompí en llanto, me lancé hacia él, abrazandolo y haciendo que cayera de espaldas al suelo.

—No es tu culpa, no es tu culpa, no es tu culpa...

No recuerdo cuantas veces repetí aquella frase, pero era como si quisiera que mi hermano grabara bien el mensaje en su cabeza.

—Te vi asomado en la puerta, ¿Qué haces aquí, Daniel?

—Yo...—me sorbí la nariz—. ¡Solo venía por el cable de mi control!—lloro desconsoladamente.

—Entiendo, entiendo, lo siento—me abrazó—. Lo siento mucho, Daniel.

Pasó casi una hora para que yo pudiera dejar de llorar, mi hermano y yo estabamos en el suelo tapados con su frazada, mirando televisión. Tobías me daba palmadas en la cabeza, mientras que yo parpadeaba para deshacerme de las ultimas lagrimas.

Había una tercera cosa que había comprendido.

—Tobías...—dije, todavia con mi voz quebrada.

Y es que mis padres no amaban a Tobías, sólo me amaban a mí.

—¡¿Tú me odias?!

Los ojos de mi hermano se abrieron como platos, parpadeando repetidas veces para luego...

—¡Pfft!

Él sólo se rió.

—¡Tobías!—lloré.

Marcado En Las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora