Prólogo

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Siempre me había preguntado si existiría realmente la vida tras la muerte. Pero no esperaba lidiar con ella a tan temprana edad.

Mi pelo caía sin brillo a mi alrededor. Mis ojos, ahora siempre apagados, habían perdido su habitual color azul océano. El color había abandonado mi rostro, convirtiéndose en un páramo helado en el que los círculos oscuros bajo mis ojos eran los protagonistas.

El vestido negro que llevaba me sumía aún más en una neblina de tristeza y pesar. Cualquiera diría que parecía yo la que estaba muerta, y no mi hermano.

Permanecí con la vista clavada en el ataúd de madera en el que reposaba el cuerpo de Matt para la eternidad, pero con la mente muy lejos de allí. Familiares y amigos que se habían trasladado hasta allí para asistir al funeral lloraban su muerte. Yo no podía. Tras horas y horas de sufrir en silencio, mis ojos se habían secado; ya no parecían quedarme lágrimas en el cuerpo.

Me pinché sin querer con una de las espinas de la rosa roja que llevaba en la mano. Por un momento, la distracción de mi dolor emocional al dolor físico me alivió, pero la sensación no duró mucho. En cuanto la sangre brotó de mi dedo, me recordó a la fatal herida que le había costado la vida a Matt. Un accidente mortal me había quitado a mi mejor amigo.

Con el cuerpo tembloroso, deposité la flor con suavidad en la madera y di un paso atrás. Sería la última vez que estaría tan cerca de mi hermano.

-Volvamos a casa-oí que me decía la voz rota de mi amiga. Su brazo me arrastró gentilmente hacia el coche. Casi sin ser consciente de ello, todo el mundo había desaparecido y el funeral había finalizado.

◆◆◆◆◆◆◆◆◆

-Kayla, cariño, tienes que salir de esta habitación. Han pasado tres meses. A Matt no le habría gustado verte así.

Al oír el nombre de mi difunto hermano de boca de mi madre, tuve que llevarme la mano al rostro para ahogar el sollozo. Estrujé la almohada como si mágicamente eso pudiera hacerme sentir mejor. Ella vino hacia mí y me dio consuelo como sólo una madre sabe hacerlo.

-Tenemos que seguir adelante, sé que es difícil, pero no podemos vivir en el dolor.

Analicé el rostro de mi madre durante unos largos segundos. Había envejecido considerablemente en los últimos meses, en los que yo prácticamente me había encerrado en mi cuarto, casi sin comer ni dormir por la pena que oprimía mi pecho. Al ver a mi madre sufrir así, tan destrozada y demacrada, y además preocupada solo por mi culpa, reaccioné.

-De acuerdo. Lo superaremos, mamá.

Descansa en paz, Matt. La Diosa eligió al mejor de los ángeles para reinar a su lado. 


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