50. ¿Me voy a Marte o me quedo contigo?

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Amelie estaba harta de la lluvia, normalmente adoraba los días así porque le gustaba sentarse en algún lugar oyendo el ruido de las gotas al caer mientras escribía o las veía deslizarse suavemente por un cristal mientras los colores del mundo real se van difuminando y mezclando entre sí hasta crear una efímera a irrepetible obra de arte abstracto.

Pero ya no, ese clima había dejado de ser reconfortante y agradable para ella.

Probablemente porque ahora sentía que siempre había una tormenta dentro de ella, no le gustaba que también estuviese por fuera, prefería el sol que era el único capaz de calentarla un poco últimamente.

— Que fastidio de agua. — Murmuró más bien para sí misma, sintiendo como las frías gotas se deslizaban desde la gorra del impermeable morado hasta acabar en su cara.

Tal vez lo más adecuado sería parar de caminar y refugiarse en algún sitio a esperar que el clima se calmara un poco, se conformaría con que las nubes dejasen de abrirse como si tuvieran una herida mortal el tiempo suficiente como para llegar a casa.

Aquello se sentía tan parecido a su alma que a veces parecía ser capaz de controlar el tiempo y por tanto se veía como la responsable de tanta agua que llegaba sin parar del cielo desde hacía meses.

La gente la odiaría si eso fuera real, menos mal que sólo era su imaginación desbordante. Al otro lado de la calle divisó su querida librería, suavemente iluminada, con los cristales algo empañados por el agradable calor que habría en el interior. Se veía y notaba tan sencillamente acogedora, perfecta. Como siempre.

Podía sentir como la llamaba, invitándola a entrar, tentándola a resguardarse de la tempestad sentimental y real; como le sucedía desde que la vio por primera vez al mudarse a aquella zona. Pero desafortunadamente hacía mucho que ya no se sentía como un refugio sino más bien como una cueva profunda y tenebrosa llena de brillantes, aunque dolorosos recuerdos.

No importaba, tenía que olvidar todo eso y entrar puesto que no podía seguir de pie en la calle, empapándose hasta los huesos sin ir realmente a ningún sitio concreto. Podría lidiar con las sombras que guardaba aquel lugar al menos unos minutos más, se decía.

Cruzó decidida el umbral y entró sin pensarlo mucho más, porque si lo hacía estaba segura de que se arrepentiría y volvería a salir huyendo al aguacero inclemente. Se quitó la capucha y abrió un poco el cuello del abrigo, que, aunque estaba empapado todavía no estaba preparada para deshacerse de él sin sentir que iba a congelarse.

Las luces tenues del local de repente brillaron atrapadas por el pequeño libro de cristal colgado en su cuello, así como por las traviesas gotas que todavía se aferraban a las puntas de su rojizo cabello y a sus mejillas.

Parecía una encantadora hada bañada de diamantes, aunque su percepción personal era otra completamente diferente.

Estaba segura de que tendría un aspecto horrible, como el de un ratón de campo mojado o cualquier cosa así pero no importaba, solo estaba allí para tomarse un café, recuperar un poco el calor y confiar en que la lluvia se tomaría un descanso lo suficientemente largo como para permitirle llegar a casa sin volver a ducharse.

Se encaminó resuelta hacia su mesa, si iba a enfrentarse al pasado lo haría completamente. Pero volvió a detenerse bruscamente y sin poder evitarlo al verla ya ocupada.

Quedó congelada en su sitio, incapaz de avanzar o de dejar de mirarlo.

Si se hubiera tratado de un desconocido, podría sentarse en cualquier otra y no importaba, pero teniendo en cuenta quien la ocupaba pensó en darse la vuelta, marcharse corriendo otra vez a la lluvia y dejar todo atrás una vez más; después de todo él no la había visto todavía.

¿Me voy a Marte o me quedo contigo? [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora