48. Noches sin luna y con tormenta

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El aire fresco de la noche besó la piel del pecho y los brazos de Amelie de manera agradable, podía sentir también el bienvenido frío de la piedra de la gran balaustrada bajo sus manos que junto con la serena oscuridad ayudaron a tranquilizarla, por fin sentía que podía respirar. La música o el ruido de las conversaciones del interior apenas se escuchaban a través de los ventanales cerrados, eran más bien como un murmullo o un eco de fondo que se veía opacado por el sonido suave de los animales nocturnos.

Tomo una bocanada profunda disfrutando de la soledad y de la noche despejada haciendo que el aroma ligero de las flores le llenara los pulmones. Apenas se veía el jardín en la penumbra, solo podía vislumbrar unas pequeñas zonas iluminadas por algunas elegantes farolas, pero aun así sabía de antemano que era inmenso y majestuoso como los que suelen aparecer en las antiguas películas de época.

Podría haber sido una noche perfecta... pero en cambio solo eran unos miserables segundos de deleite robados.

Como había sido su amor, solo unos breves instantes de valioso cariño que dolerían toda la vida.

Aunque sabía sin lugar a dudas que era mejor ese breve lapso de tiempo que nada, porque pese al sufrimiento que al final los había alcanzado, estaba segura de no querer cambiar por nada aquellos preciados momentos en los que había sido tan feliz junto a él. Incluso el dolor se volvía más soportable cuando pensaba en que era debido a la ausencia de algo hermoso que había tenido en la vida.

Eso significaba que su pena no era más que el anhelo de algo maravilloso, algo breve y precioso que había sido completamente suyo hasta extinguirse. Como una estrella fugaz que apareció, les encandiló y luego con la misma agilidad se marchó dejando tras de sí la nada, un vacío que nunca sería otra vez igual porque había sido capaz de vislumbrar un espléndido milagro.

Era mejor no ponerse a pensar en eso ahora, se reprendió otra vez, como si realmente fuera capaz de mantener su mente alejada de él durante mucho tiempo. Lo mejor sería distraerse.

Amelie se planteó la posibilidad de bajar sola a recorrer el jardín, después de todo era lo mejor que había encontrado en aquel lugar. Aunque tal vez fuera algo cruel, lo cierto es que poco le importaba que Edward la estuviese buscando ¿Qué serían unos minutitos más de merecida soledad? Para algo que realmente deseaba hacer después de tanto tiempo, no debería negárselo.

Pero desafortunadamente solo alcanzó a dar unos cuantos pasos cuando una persona bastante más grande que ella pasó caminando velozmente a su lado. De no haber sido por los rápidos reflejos de él que la sostuvo firmemente en sus brazos habría acabado rondado por las duras escaleras de piedra, eso sí que habría acabado con su fantasía idílica de dama victoriana recorriendo los jardines.

Aunque acabar apretada contra el fuerte pecho de un desconocido, en una noche con apenas luna, mientras llevaba un inmenso vestido y se intentaba escabullir a explorar los solitarios jardines, era un comienzo bastante adecuado para una de sus historias.

Un extraño que además olía tan bien. Pero ese aroma... esa fragancia que llegó a ella por el golpe y que salía de él despertando sus sentidos, ese perfume tan particular que la hacía sentir junto al fresco y penétrate mar con algo más. Esa esencia tan particular y al mismo tiempo familiar que solo tenía una persona...

Nicholas.

— Iba distraído y con prisas, perdón, no me di cuenta. ¿Está bien? — Preguntó él soltándola rápidamente cuando ya estaba segura sobre sus propios pies y mirando hacia otro lado.

Nick creyó que lo mejor para escapar del encuentro era fingir que no la había visto, que no sabía quién era, como si en realidad no fuera capaz de reconocerla incluso con los ojos cerrados.

¿Me voy a Marte o me quedo contigo? [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora