17. Las tormentas se mueven al ritmo de la música

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Después de unos primeros minutos de incómodo silencio, Nick decidió encender la radio del automóvil en un intento por encontrar algo que llenase ese vacío que todavía se movía entre ellos. Afortunadamente, casi enseguida comenzó a sonar Blinding lights de The Weekend. Una canción actual con una melodía que trae consigo ciertas reminiscencias del pasado y que casualmente a ambos les gustaba bastante. 

Al principio los dos tarareaban en voz baja, intentando disimular y contenerse un poco; pero en cuanto llegó el estribillo Nicholas ya no pudo, ni quiso resistirlo más y decidió arriesgarse cantando. No lo hacía muy bien y tampoco muy alto, pero poco después Amelie se unió a él y acabaron ambos cantando a todo pulmón por la autovía casi desierta. 

Completamente divertidos, disfrutando del momento y creando poco a poco complicidad. Mientras el viento cálido que se colaba suavemente por las ventanillas abiertas jugaba caprichosamente con su pelo sin que ellos le prestasen atención, estaban demasiado ocupados regalándose sonrisas y cantando a coro.

Luego de eso, que sirvió como detonante para romper el hielo y durante el resto del trayecto, la conversación se desarrolló con total normalidad. Hablaban distendidamente de multitud de cosas y saltaban de un tema a otro sin aburrirse, como solían hacer a través del teléfono. 

Pese a que no se dieron cuenta, o puede que esos momentos no les interesase fijarse en ello, el paisaje a su alrededor fue paulatinamente transformándose. Dejando atrás el frío cemento y los cristales, para ir pintándose lentamente con el verdor natural de los árboles y el salitre del aire. Nicholas y Amelie iban completamente entretenidos el uno en el otro, prácticamente sin reparar en otra cosa que no fueran ellos. Era evidente desde el principio que habían conectado y además ahora estaban cómodos pasando tiempo juntos.

Poco menos de una hora después de empezar el viaje, Nick aparcó el vehículo en un playa dorada, solitaria y rodeada por montañas. El lugar estaba tranquilo, apenas se contaban algunas personas disfrutando de la costa. 

El sol, aún brillante pese a que estaban ya por la tarde, les besó suavemente la piel del rostro y de los brazos cuando bajaron.

— ¿Qué hacemos aquí? ¿No pensarás tirar mi cadáver por aquí verdad? — preguntó Amelie divertida mirando a su alrededor y disfrutando del paradisíaco paisaje marino. 

—¡Maldición! No pensaba que fueras a descubrirlo tan pronto — le dijo siguiendo con su broma — vamos a un sitio que encontré un día de casualidad y me encanta, creo que ti también te gustará. Ven. 

Comenzó a encaminarse hacia la arena y luego se detuvo a mirarla, observando su ropa y demorándose en sus zapatos altos. 

— Que mal, me acabo de dar cuenta de que debería de haberte contado el plan para que vinieras más cómoda. — Murmuró preocupado.

 Algunas mujeres pasaban muchas horas arreglándose cuidadosamente y llenarse de arena no era algo que les agradase, ¿Cómo no se le ocurrió pensarlo antes? Se recriminó.

— ¿Más cómoda?

— Si. He aparcado lo más cerca posible, pero aun así tendremos que caminar un poco por la arena para llegar. No pasa nada, buscaremos otro sitio, perdona. Quería hacerme el interesante y el misterioso, pero no salió muy bien. — Él le regaló una adorable sonrisa de disculpa y se encaminó nuevamente hacia al automóvil.

— No, está bien, vamos. No me matará caminar un poco por la orilla, me quito los zapatos y ya está.

— ¿Segura? — Era evidente que aún tenía dudas, pero se le veía un poco más esperanzado, tal vez no había metido la pata después de todo. — Podemos ir a cualquier otro lugar, no importa. Seguro que de camino se me ocurre algún rincón agradable en la ciudad.

¿Me voy a Marte o me quedo contigo? [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora