15. La tormenta ha llegado

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Por fin había llegado el día. 

A Nicholas le costó un poco escoger el lugar indicado al que llevarla, pero luego de pensarlo bien, creía haber dado con el sito perfecto. 

También se sentía más relajado que antes. Porque durante todo el tiempo que se encontró fuera estuvieron hablando y era evidente que se entendían, además de tener bastantes cosas en común. De todas formas, siempre es diferente encontrarse con alguien personalmente, puesto que la gente suele demostrar más confianza cuando puede sentirse protegida detrás de una pantalla.

 Eso último la verdad que sí le preocupaba un poco, pero seguro que después de los primeros momentos, con unas posibles presentaciones algo incómodas todo iría sobre ruedas. Al menos eso esperaba.

Llegó a casa de Amelie con unos minutos de antelación, porque no deseaba ser impuntual y, además, quería asegurarse de estar en el lugar indicado. 

Cuando ya estaba allí, se le ocurrió que tal vez debería haberle llevado algunas flores, como hacían siempre en las películas de antes, pero eso le resultaba un poco extraño. Así que optó por hacer algo que le parecía mejor, se detuvo en un establecimiento de comida un poco antes de llegar y le compró unos bonitos muffins de chocolate. Ella le había confesado que le encantaban. 

Suponía que eso era mejor que un ramo de flores, puesto que al menos podría comérselos, aunque igual también era un poco extraño... Miró de reojos a los pastelitos que iban a su lado, en el asiento del copiloto y se encogió de hombros mientras seguía su camino.  

¿Quién no se pone contento cuando le regalan chocolate?

También le había traído un pequeño regalo de Grecia. Pero ese sí no se atrevía a dárselo, en todo caso, no todavía, le parecía algo pronto. Para empezar ni siquiera sabía por qué lo había comprado, simplemente había pasado delante del pequeño puesto en la calle, lo había visto y automáticamente le recordó a ella. 

En su interior sabía que algo así le encantaría. Aunque no era gran cosa, mucho menos algo costoso; pero era la clase de detalle que te hace sentir que alguien estaba pensando en ti cuando lo compró. Al menos, así lo veía él.

Se tocó el bolsillo del pantalón donde lo llevaba. 

Parecía tan frágil que le daba miedo romperlo, aunque el vendedor le había asegurado que no sucedería porque era más resistente de lo que aparentaba. Recordaba perfectamente el momento en que lo había comprado, porque se había quedado embobado mirándolo. Fue como si el pequeño objeto, que podría haber pasado totalmente desapercibido entre la variedad de cosas que ofrecía la tienda, lo estuviese llamando precisamente a él.

El anciano comerciante notó enseguida su interés, por lo que se apresuró a enseñárselo y a contarle una descabellada historia sobre su origen. 

Nicholas no entendía porque se había inventado aquel encantador relato para convencerlo, porque él ya había decidido comprarlo, pero se imaginó que era lo que hacían con todos los turistas para asegurarse así una venta. 

 De modo que le dejó hablar y le escuchó con un poco atención.

— "Veo que estás interesado en esto. 

Le dijo el hombre, tomando delicadamente la pequeña pieza entre sus manos nudosas. Con mucho respeto, como si se tratase de una verdadera joya de la corona que merecía toda su devoción y cuidados. Luego siguió hablando, sin conseguir apartar del todo los ojos del objeto.   

Estaba claro que era algo que lo maravillaba, Nicholas no entendía porque lo vendía si sentía de esa manera, pero tampoco intentaría averiguarlo porque quería llevárselo a casa con él. 

¿Me voy a Marte o me quedo contigo? [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora