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Londres, Inglaterra
[Durante la segunda mundial]

Proverbios 28:13

"El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona alcanzará misericordia."

Toda la vida había aprendido a hacer lo correcto, caminaba con las manos detrás de su espalda por la iglesia que encontraba vacía después de misa, las monjas hacia sus deberes como limpiar o verificar que ninguno de los feligreses haya olvidado algo, a lo que él se encontraba ahora sentado en una banca de la capilla observaba el salón de reunión en un cómodo y reconfortante silencio que le brindaba paz.

El silencio sepulcral reinaba en el lugar, aunque a veces se oía los pasos de las monjas de un lugar a otro, estaba un poco cansado por las cosas que había hecho, y algunas de las que ocupaba su mente.

Sonrió ante la tranquilidad que había, miró a la salida de la capilla donde la puerta enorme y elegante de madera se hallaba cerrada, los últimos rayos de sol del atardecer muriendo por uno de los vitrales de colores que pegaban en el centro del reducido pasillo dando como vista luces de colores que parecían ser una visión única, los pasos suaves pero firmes de una de las monjas lo hicieron desconcentrarse de su mirada al pilar de luz, dándose cuenta que había perdido el tiempo admirando el reflejo del vitral.

—Padre Keene— Susurro la monja captando por completo su atención haciendo que la mirara, asintió dándole permiso para que pudiera hablar.

—Debería descansar, hoy fue un día pesado — Aconsejo la mujer, Ella tenía una mirada dulce y comprensiva que lo hizo asentir dándole una pequeña sonrisa aceptando su consejo de forma silenciosa

— Haré caso a tu consejo Hermana — Exclamo, ella solo asintió respetuosamente y así como llego con pasos suaves así se fue, dejándolo por un instante con la sensación de tranquilidad en su cuerpo.

Agarro la Biblia que había dejado en la banca alado suyo y camino hacia la salida abriendo una de las puertas, miró la capilla una última vez viendo lo bien que se veía de color blanco y sonrió...Esa capilla había sido su salvación, El Evangelio también lo había sido, pero el Amor de Dios lo fue aún más en el momento más bajo de su existencia joven y mortal.

Algunos niños que jugaban en la calle y lo saludaban, las madres de estos también, el pueblo donde ahora servía era pequeño, así que todos se conocían, ese lugar le recordó tanto a cuando vivía con su Madre, solo ellos dos.

Camino hasta su casa a paso medianamente lento, tampoco tan rápido, no tenía ninguna prisa, saco su llave de su bolsillo y abrió la puerta, la tranquilidad de su hogar le hizo soltar un suspiro, dejo su abrigo en el perchero y camino a su habitación pulcramente limpia, el aroma de su habitación con su olor natural de Omega invade su nariz de inmediato.

En realidad, su olor era casi imperceptible, solamente alguien podía olerlo si acercaba a una distancia relativamente cerca o invadía su espacio personal solo de esa manera lo podrían detectar, así que podría pasar como un beta común.

Se empezó a quitar la sotana, el alzacuello, el fajín y demás, quedando en ropa interior, que era un calzoncillo y una playera blanca de tirantes, se quitó la playera y la deposito sobre su amplia cama de sábanas blancas, saco de su ropero un camisón largo y suave de algodón con encaje en la parte superior y un moño de listón y se puso encima una delicada bata de la misma textura para no estar tan descubierto en caso de que le hablaran.

Disfruto de cada segundo al ponerse su ropa, era tan cómoda que no dudaría al tirarse a su cama en ese mismo instante y caer a los brazos de Morfeo

El lugar donde vivía era pequeño pero muy bien acomodado, llevaba dos años en aquel pueblito, su vida era cómoda y hasta cierto punto, muy en una zona de confort, con los rumores de Guerra temía que en algún momento llegará a aquel pacífico lugar quitándole la seguridad que sentía.

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