VI

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Wolfind

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Wolfind. 16 de septiembre a las 07:02. 9 días para la próxima luna llena.


Tony despertó a la mañana siguiente, mareado, confundido, desorientado y con un fuerte dolor de cabeza. Apestaba horrible, y sentía unas ganas inmensas de vomitar. Se talló los ojos para poder enfocar la vista. En cuanto lo hizo, dio cuenta de que se encontraba en una cama bastante incómoda. Pero no era la cama de la habitación que ocupaba en la casa de Peter; en realidad, no reconocía para nada el lugar en el que se encontraba.

Todo estaba hecho de madera, y se veía por las manchas sospechosas sobre ésta y el olor tan desagradable que el lugar no había recibido limpieza ni mantenimiento en unas cuantas semanas. No había ni una sólo ventana en el lugar, mas no se encontraba a oscuras gracias a la tenue luz de un foco colgando del techo.

Sin embargo, lo que más llamó su atención y que, a su vez, le aterró, fue el no verse solo en aquella cama matrimonial. A su costado, durmiendo de forma tranquila y serena, estaba la misma mujer rubia de la noche anterior: Sharon Carter. Estaba de espaldas a él, y se aterró aún más al notar que no había nada que cubriera la delicada piel de la mujer.

Con mucho cuidado para no despertarla, alzó las sábanas de la cama, encontrándose con que ambos estaban desnudos debajo de ésta. No... Esto no podía estar pasando. ¿Qué fue lo que ocurrió? ¡Dios, no recordaba nada! Los recuerdos de la noche anterior eran en exceso borrosos.

Se sentó de golpe sobre el colchón al recordar quién era la mujer que tenía a su costado y con quien, aparentemente, había pasado la noche y no precisamente durmiendo.

Ante su brusco movimiento, la mujer despertó, lo que llevó a que él se cubriera el pecho con la sábana, pálido, queriendo vivir en la ignorancia de que la mujer no había notado eso durante toda la noche anterior.

—¿Qué pasa? —preguntó confundida a la vez que se tallaba los ojos con una mano y con la otra mantenía las sábanas sobre sus pechos para poder sentarse de igual forma.

Tony le miró horrorizado. Esperó hasta que la mujer se ubicara y despertara del todo. Cuando lo hizo, sintió a sus tripas revolverse por la encantadora sonrisa que le fue dedicada.

—Buenos días, muñeco —pronunció como si nada.

Observó en cámara lenta cómo la mujer paraba los labios y se acercaba lentamente a él, con toda la intensión de besarle. Le detuvo poniendo una mano sobre su hombro para, luego, apartarla de inmediato, como si el tacto le fuera a quemar.

—¿Tú y yo...? —formuló apenas, con terror denotando en cada letra.

—¿Tú y yo... pasamos la noche? —concluyó divertida—. Sí, lo hicimos. Y vaya noche. Eres toda una máquina, encanto. —Ninguna de sus palabras era mentira.

Tony sintió que el alma se le escapaba del cuerpo al escuchar lo dicho por la rubia, por Sharon Carter. Por la novia de su reciente amigo.

—Pe-pero tú y Steve...

La Bestia de Wolfind (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora